—Aquí tiene, señorita —comenta la azafata al entregarme el trago y otro vaso con varios cubitos de hielo.
Le sonríe a Julio.—Zorra —murmuroa la vez que intento disimularlo con una tos.La azafata, después de demostrar que tiene todo su potencial en las tetas y no en el cerebro, desiste de coquetear con el hombre a mi derecha y se marcha contoneando las caderas en exceso.Me dedico a mirar por la ventana para evitar soltar una palabrota y explicarle con cucharita a esa tonta que ese hombre no está en ella.Es una joven hermosa, tal cual buscan las aerolíneas en las azafatas.Rubia con presumibles extensiones de cabello, ojos cafés y boca en forma de corazón. Es atractiva y coqueta. Le debo el voto de apreciación.De repente, se oye la voz de la azafata detrás del altavoz.—Buenos días, señoras y señores. En nombre de Quisqueya Airlines, el comandante Josua y toda la tripulación, les damos la bienvenida a bordo de este vuelo con destino a Punta Cana, República Dominicana, cuya duración estimada es de dos horas. Por motivos de seguridad, y para evitar interferencias con los sistemas del avión, los dispositivos electrónicos portátiles no podrán utilizarse durante las fases de despegue y aterrizaje. Los teléfonos móviles deberán permanecer desconectados desde el cierre de puertas hasta su apertura en el aeropuerto de destino.Por favor, comprueben que su mesa está plegada, el respaldo de su asiento totalmente vertical y su cinturón de seguridad abrochado. Les recordamos que no está permitido fumar a bordo.Agarro mi móvil y lo coloco en modo avión.Me tomo muy enserio las reglas y los estatutos de vuelos. Para el despegue no se permite el uso de la conexión de la red del móvil. Conecté el Wifi a bordo, un servicio que ofrecen todas las aerolíneas y que permiten seguir conectados a los móviles con las redes sociales y demás.Me coloco los auriculares blancos y los enchufo antes de que comience a sonar la canción del grupo Cultura Profética. Complicidad es una de mis canciones favoritas.—Casi la muerdes —suelta Julio el Sin apellido.—¿Cómo dices? —Me quito uno de los auriculares y me giro para mirarlo.Mi profesión me convirtió en una observadora pertinaz. Cada detalle corporal es una señal de verdad o de mentira, de tristeza o de felicidad. Fingir se me da bien, algo que cultivé con los años, aunque a los otros no les fuera tan fácil fingir conmigo.Cuando llegué a Queens, no era más que una joven llena de sueños y metas a la que su madre logró sacarle pasaporte y visado. Nacida y criada en República Dominicana, un país donde no hay muchas oportunidades para nadie, no solo para jóvenes y niños. La vida es difícil allá. Prosperar y tener una educación de calidad es prácticamente imposible siendo hija de una madre soltera a quien su novio laembarazó a los 16 años.Mis abuelos fueron un apoyo suficiente como para cuidarme y educarme con los principales valores que hoy utilizo como mantra: “Sé honesta y respetuosa, lo demás lo encontrarás en el camino”.Crecí en un campo de unos ochocientos habitantes, donde todas las familias se conocen y procuran cuidar a sus hijos y a los de los vecinos. No se da la situación de un niño faltando el respeto a un adulto sin que alguno de sus dientes caiga al piso a causa de un buen revés en la cara.Me acostumbré a ser autosuficiente y a tener temor de mis acciones. Mi abuela Ina siempre me decía: “Lo que hagas hoy definirá lo que serás mañana”,así que procuré no tener sexo hasta graduarme del bachillerato, no por falta de ganas o pretendientes, sino por miedo a embarazos no deseados, los cuales abundan como pan caliente. Yo era y sigo siendo la esperanza de mi familia. Tuve mucha presión cuando era adolescente. Me sentía mal.Mis ideales se fortalecieron cuando una de mis compañeras de tercero de secundaria quedó embarazada de un universitario y ella no pudo continuar la escuela. Murió dando a luz a su hijo. Las consecuencias de esto derivaron en que la mayoría de las jóvenes del liceo se sintieran desesperadas y llenas de angustia. Ningún joven estudiante está preparado para la muerte de un compañero de clase, menos cuando este solo tiene dieciséis años como era el caso de Joanna Almanzar. Las opiniones en mi casa sobre la vida sexual fueron sin tabúes ni paños tibios. Supe lo que era un preservativo, menstruación y demás subtemas sobre sexualidad a los nueve años. Quizás el conocimiento de ciertos temas a esa edad no fue adecuado, pero la realidad es que me hicieron precavida y temerosa de mis acciones. Más que nada, me convirtieron en la mujer que soy hoy.Desde que mi abuelo José murió cuando yo tenía diez años, mi madre y mi abuela se enfrascaron en hacerme una mujer fuerte y capaz de salir adelante sin tener que casarme con alguien que me llevase veinte años para progresar en la vida, como era común que sucediese en mi pueblito Jimaní.Con diecinueve años llegué a los Estados Unidos con dos maletas y muchos ideales. He cumplido el 95% de ellos.—¿Qué tan atrevida eres? —indaga con sus ojos chispeantes. Son de color miel común, pero tienen un atractivo peculiar, a lo mejor su brillo pícaro.—¿Qué clase de pregunta es esa para una completa desconocida?—¿Sabes que no se responde una pregunta con otra? ¿O no te lo enseñaron?—Estás haciendo lo mismo. —Sonrío. Me regresa la sonrisa. Tiene una mirada cálida.«Aunque solo sucede cuando sonríe», es lo primero que pienso.Guardo los auriculares en la cartera, ya que, según lo que veo, no voy a darles uso. Los coloco a un ladito del asiento. Mi cabello corto por el cuello me permite relajarme lo suficiente como para no estar pendiente de si estoy o no peinada.—¿Y bien?—No lo he sido últimamente —me sincero.—Podemos remediarlo.—¿De dónde eres? Hablas muy bien el español como para ser norteamericano.A leguas se me nota lo extranjera. De tez ni muy oscura ni muy clara, una mezcla entre el que se gozó a mi madre y el color de ella, blanca como la leche. Salí de un color tostado. Mi cabello, que siempre mantengo corto para ahorrar tiempo en la peluquería, es marrón chocolate gracias a los tintes aplicados cada mes. Mi color natural hace años que no da señales de vida. Cuando era pequeña, parecía una bombilla andante. Mi tez tostada y mi cabello rubio pollito era el causante de lágrimas y tristezas hasta los diez años cuando me di cuenta de que hay cosas peores que tener el cabello claro. Por ejemplo, la muerte de mi única figura paterna, mi abuelo José.A través de los años en Nuevo York, logré un inglés prácticamente perfecto y claro. La vida en el suelo americano me obligó a aprender, escribir y hablarlo con rapidez.Llegué desde República Dominicana a vivir donde una prima de mi madre llamada Anastasia, nacida el día de San Anastasio.Vengo de una cultura rica en tradiciones y religiosidad. En República Dominicana creemos que nuestra mayor bendición es la fuerte creencia en Dios. Nos hemos librado de huracanes y tempestades que amenazan con destruirnos.Al momento de entrar, se giran y no nos afectan. La prima Anastasia me lo recalcó siempre.«—No estás en Quisqueya, querida María.Aquí las maldades sí suceden.Siempre decía lo mismo.—Sí, tía».Mi madre me acostumbró a llamar tía y tío a cualquier persona mayor que yo por diez o más años. En el caso de la tía Anastasia, por algunos veintiocho años en aquel entonces.«Lleva siempre puesto al niño Jesús y nada te pasará». Nada más llegar al aeropuerto e irme a recoger, me obsequió un colgante en oro con la imagen del Niño Jesús.Es una señora de cincuenta y cuatro años con dos hijos, ambos varones. Manuel, de veintitrés, y Rodrigo, de veintisiete. Ellos fueron mi segunda familia. Les debo mis primeros años en una tierra desconocida, aunque la vida no les hubiese sonreído a ellos especialmente. No puedo evitar sentirme nostálgica al pensar en Manuel.—Soy de Santo Domingo. Imagino que también eres de allí por tu acento —contesta Julio.Le da un trago a un café expreso que la joven acaba de traerle. Hago lo mismo con mi brandy. El sabor inunda mi boca. Mientras el calor baja por mi garganta, recuerdo que estoy viva. Debo ser agradecida por estarlo.—No tengo acento. —Destaco lo que a mi entender es obvio.—Por la falta de uno asumo que eres dominicana. Aunque, según muchos, hablamos diferente, entre nosotros es fácil reconocernos.Asiento a la vez que le doy otro trago al brandy. Está delicioso. Merendé unaspringles de pizza, pero hace como una vida de eso. Mi estómago no resistirá una segunda ronda de brandy. Siento cómoal llegar al estómago el alcohol reclama todo como suyo. Un ardor me enciende.—Por tu rostro noto que te gusta el brandy. Deberías tomar más despacio. Al final, lo que sea que te entristece, no merece que te emborraches.La verdad en sus palabras me molesta.Es un desconocido.Ni su apellido sé aún y ya cree conocerme.—No estoy triste —refuto.—Y a mí no me fue infiel mi esposa. —Levanta una ceja perfectamente arqueada.—Puede que tu esposa síte fuese infiel —coloco mi mano izquierda sobre su hombro—, pero mi verdad es que no estoy triste.—Tus ojos cuentan una historia distinta, mujer de hielo.¿Él también me ve fría? ¿Esa es la idea que le proyectoa los demás y que quiero proyectar sobre mí?Retiro mi mano y la entrelazo con la otra alrededor de la copa.¿Qué les pasa a las personas intentando conocer a un desconocido a simple vista?—No estoy triste. En el caso de estarlo, que no digo que sea así, tendría mis razones. —Enarco mis cejas en señal de invitación silenciosa.—Él no merece tu tristeza —masculla sin mirarme.Le da el último sorbo al expreso.—Ahora es un él. —Esbozo una sonrisa y observo mi copa brandy, la cual me pide a gritos que me calme con su néctar. Doy un sorbo; sé que tomo muy rápido. Mientras el líquido baja de una forma lánguida, siento un ligero adormecimiento en mi cabeza, un simple cosquilleo.Hace meses que no tomaba más que una copa de vino tinto, un Chianti o un Cabernet. No más de una copa para cerrar negocios o contratos. Lo suficiente para conocer a mis clientes en una cena. Jamás sentí la imperiosa necesidad de olvidarme del mundo y dejarme ir. Siempre estuve pendiente de no actuar mal o precipitado.—Es obvio que es así. Eres demasiado sensual para ser lesbiana.Casi me atraganto con mi propia saliva cuando escucho su comentario.—¿Ahora eres homófobo?Sé la respuesta, que también es obvia.—¿Eres lesbiana?—Podría ser. ¿Te molesta la diversidad sexual? —Me quito el chal rojo vino que tenía puesto. Según el reloj, faltan menos de treinta minutos de vuelo. Casi en suelo dominicano.Llevo puesto una blusa de tiros gruesos color beige y unos jeans ajustados grisáceos marca Levi’s. Las sandalias de plataforma de seis pulgadas me hacen ver más alta de lo que en realidad soy y hacen que mis piernas, estando sentada, se suban un tanto más. Coloco el chal sobre mis piernas y le doy el último trago al brandy.—No. —Coloca su mano derecho sobre mi muslo izquierdo.Levanto las cejas al sentirme íntimamente comprometida. El calor de su mano sobre misjeans traspasahasta el muslo. Mi piel arde. Por alguna extraña razón, no me molesta que colocase su mano sobre mí.—¿Le pasa algo a tu reposabrazos? —pregunto cuando agarro su mano y la coloco en su muslo. Me observa, gracioso. El frío ocupa el espacio donde su mano estuvo. Se divierte con mi reacción.—¿Qué pensarías si te propusiera pasar una noche conmigo? —interroga con sus ojos fijos en los míos.¿Había escuchado bien?—¿Cómo dices? —pregunto para cerciorarme de que el brandy no hizo de las suyas con mi cerebro.—No fue producto de tu imaginación —me confirma.¿Será que le habré dado una señal errónea a este espécimen de macho semental?Pienso en cada una de las preguntas y comentarios que nos hemos hecho en la última hora…Ningún indicio.La voz del brandy me habla para decirme que es la oportunidad de disfrutar sin complicaciones.Este hombre que me mira expectante solo quiere una noche conmigo. ¿Qué tan grave podrá ser considerar esta oferta?—Te propongo lo siguiente: te quedas conmigo en mi villa…—Detente ahí mismo —interrumpo su muy elaborado plan.Este hombre debe estar loco si piensa que voy a acostarme con él así sin más. Una hora en un avión y ya cree que me atrae.Ok, sí lo hace, pero no tenía porqué saberlo.—No va a gustarte si no me dej
—Perfecto. —Bebe el sorbo restante de su trago—. Vamos, nos espera Jonathan.—¿Quién? —Me levanto del asiento. El brandy se había apaciguado en mis venas y ya no me sentía tan mareada. Me comería el calzone al llegar al departamento de Julio.Julio...Este hombre me convierte en alguien que no soy,pero que deseo ser.Sus ojos recorren mi cuerpo con descaro. Me vuelvo a sonrojar, como colegiala en fiesta de graduación.Debo dejar de hacer eso. Sin embargo, es imposible mientras me observa como si quisiera desnudarme en medio del lugar.&
La entrada a la vistosa mansión es en silencio con la sensación del inminente resultado. Acabaremos en la cama, envueltos entre sábanas, sudor, olor a sexo y placer absoluto. No dudo por un segundo que Julio podrá satisfacer cada fantasía o deseo que tenga.—Puedes dejar tus cosas… escasas cosas en la habitación para invitados.Suelta mi mano y camina hacia el segundo nivel.Me quedo de pie en medio del salón sin saber qué hacer. La calidez y seguridad que desprende Julio sigue siendo la misma que en el avión, pero algo cambió entre nosotros, quizá no es más que la tensión sexual que ocupa gran parte de mi cerebro en este momento. Contemplo el salón; todo en madera preciosa, la baldosa color crem
Huele a café.Me duele todo el cuerpo, más que todo mi satisfecho sexo, un recordatorio viviente de lo que fue mi noche con Julio.Fantástica.No tengo otra manera de describir cómo se preocupó porque yo alcanzase el placer primero que él. Solo pienso en los orgasmos que tuve anoche y se me eriza el cuerpo.Una noche fue suficiente para convertirme en una mujer diferente.«Una noche con un completo desconocido que besa como el diablo».Me remuevo en las sábanas y admiro la habitación. Parece más delicada que la típica alcoba de solteros. Es obvio que una mujer se ocupa de dar unos toques por aquí y por allí. Solo de pensar que alguien ponga sus manos en las sábanas donde Julio me hizo suya hace unas horas me llena de una rabia incongruente.«Fue una noche», me repito una y otra vez, aunque mi corazón me traiciona cuando lo veo entrar con dos tazas negras en la mano.Oh,¡café de mi corazón!
El pescado al coco es justo lo que recordaba; la masa blanda y fresca, crujiente por fuera y dorada, con unempanizado de harina de pan y con ligero sabor a coco gracias a la ralladura puesta antes de freír.Un plato típico de días de playa.No hay una sola playa del país donde no se ofrezca al público pescado frito.Disfrutamos del almuerzocon unas cervezas Corona.Escucho las anécdotas sobre cómo el papá de Julio construyó el hotel con apenas diez habitaciones gracias a unas tierras que su padre le dejó al morir de un paro cardíaco a los 51 años. Eso deja un pequeño temor en mí. Mi madre es joven aún, la vida puede esfumarse de entre los dedos con un chasquido. No sé qué será de mí si pierdo a las dos mujeres más importantes y constantes de mi existencia.Me es imposible no sentirme mal por Julio cuando, entre cervezas, me narra sobre su madre, el dolor que sintió y cómo se vio afectado al no tener una figura materna en su vida
Caminamos a paso lento sobre la arena, mojados por el agua de la playa. Nos despedimos de la fantasía y el paraíso en donde nos pasamos horas compartiendo anécdotas y tomando cerveza. Extrañaré este lugar. El hecho de pensar regresar a hospedarme en el hotel dentro de algún tiempo me resulta dolorosa y desolador. Dentro de poco me iré a Santo Domingo. Es el más triste adiós que he tenido en la vida. No me he sentido tan angustiada desde que mi abuelo falleció.—Dejemos las cosas en el baúl —comenta.Me coloco el sobretodo.—Claro.Terminamos de acomodar las cosas y las cervezas.La brisa de las seis de la tarde enloquece a mi cerebro. Oscurece.El mar se ve inquieto y violento desde aquí.—Vamos adentro antes de que cojas una gripe y te veas obligada a quedarte conmigo. —Sonríe y abre la puerta del copiloto.—Qué más quisiera yo —suelto sin pensarlo.Cuando me percato de que esas palabras se escaparon de mis escu
¿Cómo es que puedes entregarle tu alma a alguien que sabes que no te pertenece? ¿Cómo es que te sientes en tu hogar con alguien que apenas conoces?Preguntas y más preguntas rondan por mi cabeza mientras subo las escaleras.Después de sacar las toallas mojadas del maletero, me sentí acongojada, triste y desolada.Tuve sexo en un carro en medio de una carretera a mitad de la noche.¡Sexo en la calle!Le hice sexo oral a un hombre del cual me siento dueña y señora. Sé que no tenemos un futuro, solo unas horas del presente que se escapan de mis manos.Quiero llorar, pero no puedo. No puedo porque, si dejo que las lágrimas crucen por mis mejillas, no podré parar su fluir. Mi corazón se aprieta.Llego a la habitación de Julio y entro enel baño. Me doy una ducha rápida.Necesito salir de esta casa y de la vida de Julio de una vez por todas.Mientras seco las gotas de agua de mi cuerpo, pongo el celular en altavoz.—¿Se pued
—¿Quieres un trago, Jonathan?La voz de mi madre inunda la estancia.Mi abuela conversa con Julio sabrá Dios sobre qué.¡Claro que yo también no sé sobre qué!Las malditas miradas cargadas de burla y deseo en los ojos de Julio son irritantes. Mi abuela, en cambio, tiene esos ojos conocedores que adoran ver a su nieta casada y más con alguien que va tan bien vestido. Ella tiene buen ojo para la gente. Sé que Julio es un hombre encantador.«Maquiavélicamente encantador y arrogante».Puedo seguircon una lista eterna de apelativos y calificativos que harán desear golpearle la cabeza y hacerle recapacitar sobre su estadía en mi casa.—Claro —contesta Jonathan.Es un buen muchacho, eso aparenta, aunque esté aquí arruinando mi escapatoria de una noche del país y un magnífico día que a lo último dañó una de las tantas barreras que llevaba como capas de antibalas.Mi abuela se sienta con Julio en la sala de estar, comparte historias y