Actualidad
—Firma aquí, por favor. —El hombre mira el papel y luego a mí.No me inmuto.Mi mano está sobre el papel donde especifica qué acepto y qué no, aparte de establecer miprecio y mis condiciones de privacidad.Hace diez años entregué mi virginidad a un alcohólico. Aunque me hubiese gustado que miprimera experiencia fuese bajo la luna, con amor y delicadeza, la realidad es distinta. Creo queno todos obtenemos lo que creemos merecer.—¿No sirve con mi palabra? —cuestiona el chico de pelo oscuro y ojos almendrados.Es atractivo. No entiendo por qué busca mi compañía si bien podría conseguir chicas de suedad con un poco de palabrería.A mis veintiocho años evalúo a las personas a mi alrededor sin que me dirijan la palabra.Las actitudes gritan lo que somos. Cómo caminamos y qué tomamos en una cita, cómovestimos y cómo peinamos el cabello, cómo sonreímos y cómo miramos a la persona que noshabla.El cuerpo habla.A veces las palabras no dicen lo que en verdad sentimos.Ellas no son suficientes.—Cariño, si me llevara de la palabra de todos no llegaría a ningún lado. La desconfianza esla base de un buen trato —manifiesto.Es ley de vida. Por más amigos o conocidos que seamos de alguien, al momento de hacernegocios la claridad de los términos nos brindará paz.El chico termina de firmar todo y me lo entrega. Constato que todo está en orden.—Subamos.Llevo un vestido negro hasta las rodillas. Mi cuerpo es esbelto. Tengo, según muchos, unafigura atlética. Quizá porque trabajo mucho, por el gimnasio o por el sexo. El sexo es el mejorejercicio físico y mental que existe.Nos encaminamos al vestíbulo del hotel Cantabria. Pido la habitación acostumbrada.Trabajar en esto tantos años me ha dado seguridad, una que no tenía cuando era una simplecamarera. Manejo mi tiempo y mis limitaciones son especificadas en todo momento. Mis pasossuenan en las baldosas hasta que llegamos al ascensor. Llevo unos tacones de diezcentímetros. El joven, según vi en el contrato, tiene veintiún años. Él me observa, azorado. Suintranquilidad me hace pensar que nunca ha estado con una mujer o que jamás le ha pagado aninguna para estar con ella. Entramos en el elevador y pincho el tercer piso. Al abrirse laspuertas en el segundo piso un hombre de tez aceitunada y cejas tupidas me dirige la mirada sinamedrentarse. Ya no llevo el pelo azul cielo como hace diez años y no soy virgen.Y Joshua tampoco está.Su simple nombre, el recuerdo de mi hermano menor, me hace querer morir otra vez comotantas veces deseé.—Buenas —dice el hombre con un acento español.Quizá por eso su piel es tan tostada y distinta. Sus ojos están puestos en mí. Aun cuandolas puertas del ascensor se cierran, no baja la vista.Sé que no soy fácil de obviar y que no paso desapercibida, lo tengo claro. Mis ojos parecendos gotas de agua lluvia y mis labios parecen inyectados de tan carnosos. Uso siempre micolor favorito en ellos: rojo sangre. Evito maquillarme, a menos que la ocasión lo amerite, puesde por sí mis luceros y mi piel blanca como la leche llaman suficiente la atención. Mi cabello esoscuro ya al natural y por completo lacio. Las puntas chocan en el comienzo de mis nalgas.Me mantengo en silencio, aunque mi lengua está loca por desatarse.El chico, mi cliente, se pasa el peso del cuerpo de un pie a otro, nervioso e inconstante.Al fin se abren las puertas y llegamos a nuestro destino.Coloco la llave electrónica en el lector de la puerta y de inmediato esta se abre.—Vamos —le digo al chico.Quiero caerle a golpes. Allí de pie en la entrada de la habitación parece más joven de lacuenta. Levanto las cejas en un gesto que me sale prácticamente automático.—¿Te estás arrepintiendo? —Odio cuando esto sucede—. De ser así, estás a tiempo. Aúnno me has dicho cómo te gusta ni que te gusta. Como estás de nervioso, creo que nunca hasestado con una mujer o nunca has pagado para tener sexo. En cualquiera de los dos casos, teinformo que está infravalorado.—Señora... Digo, señorita… Yo… —El balbuceo me causa gracia.La puerta sigue abierta y me adelanto a cerrarla.No soy partidaria del público en el sexo.Justo cuando voy a cerrarla veo al mismo tipo del ascensor parado en la puerta de enfrente.Es atractivo y oscuro. Sus ojos recorren todo mi cuerpo en fracción de segundos. Mis pezonesse erizan y desecho mi deseo personal.¿Será un policía?Aunque la preocupación de cualquier persona que hace lo mal hecho, según la sociedad, esser atrapado por los que hacen el bien, el mío en particular es llegar a enamorarme de uno demis clientes.Por eso me obligo a realizar un contrato.No puedo enamorarme. Eso es perder la noción de un futuro prometedor.O no fue hecho para mí.Apuesto más a la segunda.Cierro la puerta y me giro.—¿Qué harás entonces, Michael? ¿Te quedas o te vas? La decisión es tuya. Ni siquieratendrás que pagarme por el tiempo perdido. —No trabajo por emociones. En realidad, me valepar de tres que él decida hacerlo o no siempre que mi identidad se mantenga bajo perfil. Es mirequerimiento más importante.—Lo... siento... Lo siento, señorita. —El balbuceo de nuevo.—Tranquilo, son cosas que suceden. Cuando estés listo, me localizas. Ya sabes dóndeencontrarme. —Le sonrío para tranquilizarlo.Me mira, apenado.Suspira y se va de la habitación. Cierra la puerta tras de sí.Prendo un cigarrillo y le doy una calada.¿Qué mierda estoy haciendo?Ya no tengo necesidad de esto.Mi vida ha dado un giro de ciento ochenta grados. A pesar de tener veintiocho años, mimente y mi corazón parecen pensar que tengo ochenta. Me desconozco. Más bien ahora meconozco en realidad, y no me gusta mucho lo que veo.Estoy vacía.El sonido de la puerta detiene mi cigarrillo en la segunda calada.No espero a nadie. Además, ordené que nadie me interrumpiera. En este momento sesuponía que iba a darle una buena chupada al recién salido de la adolescencia.Me acerco a la puerta a ver si el sonido se repite.Entonces escucho el toque otra vez.Dejo mi cartera en la mesita de noche. No pensaba quedarme mucho tiempo, disfrutaría delcigarrillo y me iría al terminar.Seguro es el chico que se arrepintió. A lo mejor se pensó mejor su respuesta.
No me alegro, pero al menos cobraré por lo que salí de mi casa en primera instancia.Abro la puerta y me quedo de piedra al encontrarme con el tipo español del ascensor.—Hola. ¿Necesitas algo?Él me observa; en sus ojos hay unas diminutas líneas rojas. Están inyectados de sangre.—Te necesito a ti. Ahora. —Me quita el cigarrillo de entre los dedos.Estupefacta, no puedo articular movimiento.La supervivencia siempre será lo principal en un instante como este.No esperaba escuchar eso.—Pero ¿quién demonios te crees que eres? —Reacciono por fin y le quito el cigarrillo, tirándolo al piso. Giro mi tacón sobre la colilla y lo desintegro.Estoy segura de que mi rostro ahora mismo es un poema. Me debatía entre besarle o cerrarle la puerta en las narices. Su actitud arrogante y segura me hace caer en su red. Lo sé, y él lo sabe, ya que me sonríe con descaro. Cree que me tienen colada o quizá todo el dinero es para mí.No tiene ni puta idea de con quién está hablando.—Vengo a buscar tus servicios, por supuesto. —La tranquilidad con que lo dice me impresiona. Se recuesta en la pared y me contempla.Su aliento choca en mis narices; distingo el olor a wh
Escucho el clic de la puerta al cerrar.Jamás en mi vida me había palpitado tan deprisa el corazón.¡Diablos! Es como ser una maldita virgen de nuevo.Ni en mis años de celibato no intencionado estuve tan expectante.Mis palmas se pusieron frías de repente y mi respiración desapareció por unos segundos.¿Qué me pasa?—Quítate el vestido. —Me mira a los ojos.Aunque es una orden y estoy acostumbrada a que dentro de la habitación me las den y yo seguirlas, no sé por qué me quedo mirándole sin hacer nada.
Hace 16 añosMi madre vuelve a discutir con Daniel. Escucho sus gritos en toda la casa. Veo a mi hermano pequeño en su cuna; me duele que él escuche esas palabrotas. Me acerco a él y lo cargo un rato.—Todo saldrá bien —le digo, aunque estoy asustada. Mamá nunca grita tanto cuando discute con Daniel.Eso me atemoriza, pero me dijo que me quedara en la habitación cuidando a Joshua.«Cuida a tu hermano», eso dijo ella antes de cerrar la puerta del dormitorio.Vivimos en una casa de dos niveles. A veces creo que se derrumbará en cualquier momento, quizás incluso mientras dormimos. La escalera rechina y
Intento concentrarme en lo que hago en mi día a día desde que mi diablo me dio el mejor orgasmo de mi vida y luego me cerró la puerta en las narices. Dejó mil dólares sobre la cama. Me siento, aún días después, más usada de lo normal. Conociéndome como lo hago, haciendo lo que hago, jamás me habían pagado para tener un orgasmo.Solo de pensarlo y recordar ese momento exacto las piernas me fallan.Supongo que el preámbulo incrementó mi frenesí y mi disfrute. El mirarlo y no saber su nombre, su cuerpo, la forma con la que me observó, como si me pudiera saborear sin tocarme… Esas acciones hicieron que sintiera todo más fuerte. Hace 7 años—Thea, ven a casa. —La voz de mi hermano menor me asusta. Un compañero de trabajo me había pasado la llamada.Apenas son las 3:15 p.m. Mi turno termina a las 11:00 p.m.Últimamente Joshua no se ha sentido bien. Los dolores de cabeza han aumentado y el cansancio también. Tuvo que dejar de ir a la escuela hace una semana.—Ya salgo, Josh. —Cuelgo y me quito el mandil.No me importa perder un trabajo por irme antes de la hora indicada. No me importa cuando se trata de mi hermano.—Thea, ¿a dónde vas? —Es el gerente del bar.Placer Rentado (Trilogía Placeres libro 1) Capítulo 9: Hospital for Special Surgery
Maldito sea el día en el que decidí olvidarme de mi diablo buscando trabajo en esta estúpida empresa.Siento que voy a vomitar. Algo en él, en su rostro, en su manera de mirarme, me hizo pensar que lo conocía de algo. La verdad es que no lo había visto, no hace años y no para ningún tipo de negocio. Sin embargo, él, Dominic Dosther, sí me vio a mí. Ahora lo hace como un asesino evalúa a su presa.—Si me disculpas, daré por terminada esta entrevista. —Aprieto fuerte el mango de la cartera y salgo con rapidez de la oficina.No recuerdo la última vez en la que me sentí tan avergonzada. Nunca he acostumbrado a pedir ayu
6 años atrásSalgo corriendo de la oficina del doctor Ponce. Él trata a Joshua desde hace un año. Mi hermano ha desmejorado bastante. Las lágrimas no dejan de salir. No puedo creer las palabras de Ponce, las cuales aún retumban en mi cabeza como un eco desprovisto de emociones.«No más de tres meses».¿Cómo podré perder a mi hermano en tres meses?Me detengo en la salida de emergencia del hospital.El cielo está oscuro. Igual que mi vida y que mis sentimientos ahora mismo.Dejo las lágrimas salir y mi cuerpo cae sin fue
ActualidadNo quiero girarme y encarar al dueño de mis desvelos. Él domina mis pesadillas; me deja rogándole por más, viéndolo irse y sin poder saber siquiera su nombre. He perdido mi esencia y mi poco interés en los clientes. Esta vez nada valió con él. Reitero, no me enteré ni de su nombre esa noche.Pero qué placer me provocó. Tocó mi alma con sus manos y su cuerpo.—Mi amigo. —Charles se levanta del taburete del bar.Veo cómo se dirige hacia él.—Charles. —Ese acento español sube por todo mi cuerpo hasta matar mis neuronas de lo correcto.Ahora solo quiero c