Estaba en manos del sabueso por nueva vez, me sentía tan asustada, tan perdida, como si mi vida estuviera pendiendo de un hilo que podía romperse en cualquier momento. Una vez más estaba llena de incertidumbre, sin saber qué sería de mí estando en manos de ese hombre, temía por mi vida, pero a la vez estaba destrozada por la muerte de Oto, no paraba de llorar, estaba desconsolada, rota, sola, temía por Ares, pensaba en que podía salir herido o peor aún tambíen morir por intentar salvarme, no me lo perdonaría, como no me perdonaba la muerte de Oto, me sentía culpable por su destino, sentía que todo lo sucedido era mi culpa, y que Oto había perdido su vida por salvar la mía.
Aún seguía llorando la muerte de Oto, a pesar de que hacían ya varias horas que permanecia
Caminamos por un largo rato, yo estaba exhausta, él parecía acostumbrado, estuvimos recorriendo unos senderos totalmente difíciles de transitar, parecía como si nadie hubiese transitado antes por aquel camino, lleno de árboles, ramas robustas, yerba, y diferentes tipos de plantas, realmente no había un camino marcado, todo estaba bastante cubierto por plantas. Con machete en mano él nos iba abriendo camino sin parar en ningún momento, por un largo periodo de tiempo fue así, ni siquiera puedo saber por cuánto tiempo exacto estuvimos caminando por el bosque. Paso a paso nos fuimos adentrando en el espeso y solitario bosque, caminando de prisa por el camino que él iba haciendo para nosotros, él no se detenía ni miraba hacia atrás, mientras iba delante de mí haciendo lo suyo, tan solo me motivaba a continuar.
Unos meses después de aquel accidente en helicóptero donde casi pierdo la vida, desperté en una cama de hospital, sin fuerzas, sedienta, hambrienta, con apenas algunas memorias de lo sucedido en mi vida anterior a ese momento, en el que abría los ojos por nueva vez a la vida, como si hubiese renacido en ese instante, como si todo se hubiera reiniciado para mí, como si realmente tuviera una nueva oportunidad para vivir la vida de nuevo. No recordaba mucho, sólo aquel momento en el que todo se apagó, aquel espeso humo negro, el movimiento estrepitoso de aquella máquina averiada, los ojos de Tell fijados en mi, la desesperación en mi corazón, la cara de horror de los demás hombres a bordo, y mucho dolor en mi cuerpo por aquellas heridas que alguna vez tuve, pero que en aquel momento, justo al despertar, ya no estaban, no sentía dolor alguno, tan solo calma, como si fuera