Blake despertó rodeado de gritos y sollozos que le erizaron la piel. Hubiera reconocido la voz a kilómetros de distancia, era la misma que solía cantarle por las noches cuando él era un niño y ahora, en plena adolescencia, lo aconsejaba sobre cómo ser un buen hombre con las mujeres: su madre. La única persona en todo el mundo por la que entregaría su vida sin dudar.
Asustado, saltó de la vieja cama que rechinó al instante, y se lanzó hacia la puerta. Corrió tan rápido como pudo hasta el lugar del que provenían los gritos y entonces la vio: forcejeando con su padre, más bien enroscada a su cuerpo, tratando de impedir que se moviera.
—Mamá, ¿qué haces?
Ella lo miró con sus brillantes ojos verdes, tan intensos que parecían irreales, y él supo que algo andaba mal. Mucho.
—¡Corre, Blake, vete!
—¿Qué…?
—¡Vete, ahora, antes de que vengan por ti!
El corazón de Blake dio un vuelco dentro de su pecho. ¿Quiénes irían por él y por qué tenía qué huir? Esto no tenía sentido.
—¡Vete, Blake, vete!
Tenía que hacerlo, lo sabía; pero sus piernas no se movieron. ¿Cómo irse dejando a su madre atrás? No. Nunca. Si huía, ella tendría que irse con él. No la dejaría en manos de su padre bebedor y violento. Antes de que hiciera cualquier movimiento, el hombre la empujó con tanta fuerza que su madre terminó del otro lado de la sala.
—¡Mamá!
Blake corrió hacia ella y se lanzó a su lado. Tomándola, la acunó. Su madre no dejaba de llorar.
—Vete, mi amor, vete antes de que vengan por ti.
—¿Quiénes?
Ella sollozó.
—Traté de impedirlo, bebé, te lo juro. Pero tu padre volvió a endeudarse y ellos no están dispuestos a perdonarlo ahora. Él…, él…
Aunque no terminó, Blake fue capaz de entender lo que había sucedido: su padre lo vendió. Incrédulo, dolido y furioso, se volvió hacia él.
—¿Po-por qué? —Su voz salió como el maullido de un gato, en lugar de un reproche.
Lo único que obtuvo fue una sonrisa burlona.
—Nunca pensé que tener un hijo marica, sería bueno. Pero lo es. Sirve para algo y ayuda a tu padre.
Blake palideció. «No, no, no». Su madre le apretó la mano murmurando «vete». Pero él no pudo siquiera mover una pierna. Completamente paralizado, continuó viendo a su padre. Lo había vendido, a él, como prostituto. A él, su propio hijo, para pagar las deudas que había adquirido sabía Dios con quién.
—¿Q-qué hiciste, papá?
Él alzó un hombro, despreocupado, y después bebió de su botella de ron corriente. Blake sintió que la bilis le subía por la garganta. Las lágrimas picaron en sus ojos, esforzándose para contenerlas, respiró profundo.
—Tenía que pagar —admitió—, pero no tenemos en qué caernos muertos. Así que hice un trato: tú, por mis deudas.
Las palabras le parecieron lejanas. «Tú, por mis deudas. Tú, por mis deudas. Tú, por mis deudas …», repitió en su mente, vez tras vez, tras vez.
—¿Po… por qué yo?
Su padre lo miró de pies a cabeza, con el mismo odio que comenzó a demostrarle desde que se enteró de su homosexualidad. Y todo tuvo sentido. Se trataba de eso.
—Te gustan las pollas, tomar por el culo, ¿cuál es el problema? Ahora tendrás muchas.
Blake contuvo las ganas de vomitar. «Estás loco, maldito enfermo». Quiso tener el valor de expresarlo; en su lugar agachó la cabeza y sollozó en el regazo de su madre.
—Vete, bebé. Huye —insistió ella.
Negando, él se limpió las lágrimas.
—No.
¿Qué sentido tendría? Si escapaba, ellos —quienes fueran— tomarían a su madre en cambio y eso no podía permitirlo. La amaba más que a sí mismo.
—Blake, por favor…
Negó. Quizá este era el empujoncito que su madre necesitaba para abandonar al ebrio que tenía por marido.
—No, mamá. Si me voy, ellos te harán daño.
—Pero bebé…
La besó en la frente.
—Por favor, abandónalo…, por mí.
Su madre gimió alto y profundo, con las lágrimas recorriéndole las mejillas. Blake se tragó un sollozo y se puso de pie. Entonces llamaron a la puerta y su padre abrió.
Eran cuatro hombres altos y musculosos. Uno de ellos, rubio y de ojos azules, lo miró con detenimiento. Blake no retrocedió, aunque las piernas le temblaron. El hombre rubio le tendió la mano y él la tomó.
Sin ver atrás, Blake fue hacia el vehículo que estaba estacionado frente a su casa y entró.
«Adiós, mamá. Volveré por ti», se dijo como una promesa. Pero en el fondo sabía que eso no iba a suceder.
Blake caminó por el largo pasillo, por completo indiferente a las miradas de sus compañeros, fingiendo no oír los murmullos que levantaba con cada paso de sus botas con punta de metal. ¿Quién hubiera dicho que el Puño del infierno se convertiría en el más grande dolor de culo después de haberse hecho con el título de Gran Jefe? Él no, por supuesto, pero tuvo que haberlo imaginado. Adam O’Brien era todavía más intenso que el difunto Darrel, lo cual era mucho decir. Pero le gustaba. El hombre tenía un aura oscura rodeándolo, detrás de la cual se escondía una tenue luz. Y él quería algo de eso para sí mismo. Tan solo un poco. Acariciarla y luego… extirparla como un jodido tumor. Una pena que ya hubiera sido atrapado. Sí, lo dicho: Helena era una perra con suerte. Aunque él no se quejaba, se había quedado con el título de padrino del pequeño y adorable Ryan. Recordar la cara de frustración de Luciano, cuando Adam anunció la noticia, le hizo sonreír. El italiano psicópata había h
Afuera del edificio, la luz del sol de mediodía lo cegó momentáneamente. Harto y enojado, Blake caminó hacia su automóvil. Su posesión más preciada: un Corvette C6 negro y púrpura, que le había costado varios meses de ahorro. Ah, diablos, el sueldo de un simple maestro de Biología no era suficiente la mayoría del tiempo; pero él había aprendido viejos trucos para conseguir dinero durante su tiempo como acompañante sexual y esclavo de la Cosa Nostra. Gracias a su padre, viejo maldito, por eso. Ya no era un adolescente incapaz de cuidar de sí mismo, sino… La corriente de sus pensamientos se vio interrumpida por la visión de un hombre recostado sobre su coche. Miguel. Como su arcángel favorito: el de la Anunciación, la muerte y la resurrección, de la venganza y de la compasión. Una enorme coincidencia. O quizá una treta del destino. Como fuera. Santa Madre. El hombre era fotogénico, pero frente a frente resultaba más atractivo. Y ni siquiera ap
—¡Señor Archer, espere! Con un bufido, Blake aligeró el paso mientras caminaba por el largo pasillo lleno de estudiantes del Instituto Pradera Blanca, el más prestigioso y elitista de New Jericho. Después de varios segundos, Charlotte Longpré, una de sus estudiantes menos destacadas, llegó a su lado. Blake la miró de reojo, era una chica hermosa, aunque con el intelecto de un avestruz. Una princesa nacida en cuna de oro, que solo esperaba al multimillonario perfecto con el cual casarse. Todo un desperdicio. —Profesor —dijo—, me gustaría hablarle sobre mis calificaciones. Blake hizo rodar los ojos. Podía imaginar el rumbo que tomaría esta conversación. —Adelante. Ella apresuró el paso, hasta quedar frente a frente y comenzó a andar de espaldas. —Bueno, yo quisiera saber… si hay algún modo de recuperarme. No quisiera reprobar Bilogía y… —Por supuesto —interrumpió, levantando la mano para saludar al profesor de Matemáticas
Al cabo de media hora, estuvieron en un restaurante italiano que pertenecía a la Sacra Corona Unita, para quienes trabajaba Tiziano D’Ignoti. Ahí Peter Larsson los esperaba. Alto, lleno de músculos y tatuajes, con una gabardina roja y pantalones negros, el hombre afroamericano les sonrió acercándose a ellos. Miguel no lo conocía demasiado como para llamarlo amigo, sin embargo, había escuchado que cuando Aggelos estuvo a punto de irse a la m****a por problemas internos, él ayudó a solucionarlo. Fuera de eso, había renunciado a su puesto en la Fuerza Élite de New Jericho, para unirse al Tercer Cielo . Y Adam O’Brien , el Gran Jefe, confiaba en él. Antes de que Peter extendiera la mano, Miguel lo abrazó. Ah, diablos sí, esto de los espacios personales. Él aún no se habituaba a la frialdad que caracterizaba a todos en New Jericho. Como decían: puedes sacar a la persona del país, no al país de la persona. ¿Ese era un dicho, realmente, o acababa de inventárselo? Como fuer
El apartamento de Miguel solo podía ser descrito de una forma: vacío. Él contaba con lo básico: un sofá, televisor y estéreo. Una mesita de cristal sobre la que había tres retratos familiares y… nada más. No pinturas ni adornos de ningún tipo. Era como si él no viviera realmente ahí. Blake recorrió el lugar con la mirada y se detuvo en las fotografías en las que estaban Miguel, su esposa y una niña que le sonreía a la cámara. Era idéntica a su padre y se veía tan feliz… —¿Qué les pasó? —La pregunta abandonó sus labios sin que pudiera detenerla. Miguel tomó un retrato y acarició el rostro de su hija. —Murieron, por mi culpa. Blake lo miró completamente confundido. —¿Las mataste? Él negó. —Los soldados del dictador. —¿Querías que murieran? Volvió a sacudir la cabeza, negando. Sus ojos tristes lo conmovieron. Este hombre, ¿cuánto había sufrido? —Entonces, ¿cómo pudo haber sido tu culpa? Miguel tomó
Adam O’Brien era una bestia sedienta de sangre, un monstruo salido de las más horrendas pesadillas adultas. Más que cualquier otro miembro de Aggelos, él le hacía honor a su apodo. Era el Puño del infierno, la Garra de Satanás, la Mano Justiciera del Infierno. Odio, furia y venganza. Todo lo malo que cada uno de ellos podría llegar a personificar. Locura y decadencia. Y también el mejor luchador que Miguel hubiera visto en sus treinta y cuatro años de vida. Mientras Adam combatía cuerpo a cuerpo contra Blake en el octágono, sin protección de ningún tipo, pudo ver en sus ojos la determinación absoluta. El fuego que lo llenaba todo y se propagaba. Este hombre no estaba acostumbrado a perder y Miguel casi pudo jurar que él se atravesaría el corazón con un cuchillo oxidado antes de permitir que sucediera. Para su fortuna, aquello parecía encontrarse muy lejos de la realidad. Blake estaba distraído esta mañana, distante, como encerrado en sus propios pensamientos. Tan solo
Blake cruzó los dedos debajo del mentón antes de apoyarlo en ellos y siguió con la mirada al joven camarero que acababa de retirar los platos de la mesa contigua. Respiró profundo, el aroma del chocolate caliente mezclado con el café y la canela de los bollos recién horneados le inundaron las fosas nasales, relajándolo. La cafetería estaba llena de personas, en su mayoría parejas y familias. Niños que compartían con sus padres, riendo felices… Años atrás, él habría pactado con el diablo para poder regresar en el tiempo y vivir una infancia normal. Ser comprendido, amado y conservado. Ahora, no obstante, estaba seco en su interior. Frío y rígido como los cadáveres con los que elegía convivir. Porque el dolor y las traiciones se llevaron todo lo bueno que alguna vez hubo en su alma y ya no le quedaba otra cosa que la constante amargura. Pero hoy era un día especial. Hacía veinte años fue vendido por su padre a la mafia italiana para que lo prostituyeran. Hoy, veinte añ
Frente a la puerta de Adam, Blake miró a Miguel por el rabillo del ojo. Llevaba un simple jean raído en las rodillas y una franela sin mangas, de Slipknot, que se ajustaba de una forma deliciosa a su bien formado torso lleno de abdominales. Ocho maravillosos paquetes cubiertos por una no tan espesa capa de vellos oscuros que le hacían agua la m*****a boca. Tenía el cabello húmedo y recogido con una cinta, y las manos en los bolsillos. Por un instante, sus ojos se encontraron y Blake creyó ver un ligero rubor en sus pómulos. Sí, claro. Tanto azúcar seguramente comenzaba a hacerle daño. ¿Miguel García sonrojándose, por él y su escrutinio indiscreto? Ni en sus mejores y más calientes fantasías sexuales, que solían ser muchas y muy variadas. —Estás mirándome raro, de nuevo —le dijo. Blake alzó la comisura del labio, en una sonrisa burlona. —¿Te molesta que lo haga? Para su sorpresa, se encogió de hombros casi como un niño con miedo. —Solo