Esbozo una sonrisa tímida cuando su mirada se suaviza al escuchar mis palabras. Gracias a Dios, no ha comentado nada sobre mi pequeño desliz, creo que va a dejarlo correr. Le devuelvo la sonrisa y le doy un cachete suave en la frente, pero ni se inmuta, sigue observándome, haciendo que me sienta un poco incómoda por su intensidad.
Como si sólo estuviera yo y nada más.
—Tienes unos ojos preciosos —murmura. El rubor sube por mis mejillas. Eso me descoloca por completo y él se ríe con suavidad—. El verde zafiro se acaba de convertir en mi color favorito.
—Me gusta que te guste —le contesto con una amplia sonrisa.
Nunca deja de sorprenderme, y eso es lo que más me gusta. Siempre tiene algo bueno que decirme y no le cuesta expresarlo, cuando yo, en cambio, no puedo decirle que me encantan sus ojos porque me da vergüenza.
—Deberíamos vestirnos —musito.
La verdad es que no quiero salir de aquí nunca, me gustaría quedarme así todos los días. Estar entre s
Intento moverme, pero el cuerpo me pesa mucho más que de costumbre, como si llevara un peso de más encima de mí. Siento la luz bajo los parpados, y quiero abrirlos, pero al mismo tiempo quiero mantenerme en este estado de descanso, en el cual sólo veo oscuridad; dónde sólo estoy yo y mi subconsciente.Mis más pesimistas pensamientos contra mi parte coherente, o al menos lo que aún queda de ella, que ya es casi inexistente. Puedo escuchar todo lo que está a mi alrededor, pero al mismo tiempo todo me irrita.Me gustaría decir que se callaran, pero si hablo lo voy a estropear.—¿No debería estar despierta ya? —pregunta mi madre.—Bueno, eso es relativo, pero sí, ya debería estar despierta —le contesta otra voz que no reconozco—. Date cuenta de que lleva diez días durmiendo sin parar, y seguro que ni siquiera quiere despertarse —le comenta Aiden.Me gustaría darle la razón por eso, pero si hablo todo volverá a la normalidad. Todos me harán preguntas, empeza
Nueve meses después.Cruzo una pierna sobre la otra al mismo tiempo que cruzo los brazos sobre el regazo. La doctora Larsson —aunque suelo llamarla Cass—, apunta en su cuaderno. Me parece demasiado joven como para llamarla «doctora». Sin embargo, creo que por eso me llevo también con ella. Tener una psicóloga con una edad similar a la mía es de mucha ayuda.Cass apunta algo en su cuaderno rojo antes de levantar la vista.—Becca, ya sé que sólo me has contado tu vida a grandes rasgos y lo mejor es un poco pronto, pero me gustaría preguntarte que tipo de relación tienes ahora con Sam —me pregunta mientras golpea el cuaderno con el boli.«Inexistente». Es lo primero que pasa por mi mente, pero no es del todo cierto. Hace tres meses que dio señales de vida reales, aunque sólo sea por cortos mensajes que mante