* La siguiente historia se encuentra ambientada en Japón; sin embargo, he optado por no utilizar los honoríficos habituales. Asimismo, el sistema escolar utilizado es una invención propia, por lo cual no se asemeja ni un poco al característico del país.
Me gustaría hacer un alto acá: pese a que el abuso es uno de los temas tratados en la novela, quiero dejar claro que no existen escenas explícitas al respecto ni se pretende glorificar de ningún modo. El abuso es horrible y te marca de por vida.
La niñez debe ser protegida. Los niños ¡no se tocan! Los niños no son maduros para consentir. No existe el amor romántico entre niños y adultos. No es sano sentir atracción hacia un niño. Ellos no lo desean, no lo disfrutan y no debe retratarse este tipo de temas como positivo escudándonos detrás de la «libertad de expresión».
✗ Ninguna de las situaciones expuestas en esta novela pretenden ni deben ser vistas como favorables, deseables o buenas. ✗
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©2021 por Rodríguez Leo.
—Saluda a tu esposo.De rodillas, Mitsue vio hacia arriba entre mechones de su cabello negro, tan solo para asentir, lleno de una terrible impotencia. De nuevo, el dolor llenaría cada parte de su frágil cuerpo, hasta hacerle desear la muerte.Suspirando, desvió la mirada hacia su derecha y recordó el único motivo por el cual no se negaba: ella: Shiori, su hermana, la persona que más amaba en todo el mundo. La chica dormía, abrazada a una mugrienta manta de color rosa.—¿Tengo que repetirlo?Negó. Claro que no. Aunque deseó tener la posibilidad de elegir. Shiori, sobre la cama, gimió llamando al padre de ambos. Eso le rompió el corazón. Se suponía que él era el segundo hombre de la casa, el encargado de cuidar a sus hermanas menores; pero en cambio ahí estaba: encerrado junto a ella, en las manos de un loco que iba a destrozarlos en c
Mitsue se cubrió las orejas con ambas manos, llorando en silencio, tratando de ser fuerte. Afuera, una tormenta azotaba con furia las ventanas de su habitación. Una simple lluvia, pero para él representaba el infierno, el mismo del que logró escapar años atrás.«Cálmate», pensó. No tuvo ningún efecto. El terror continuaba ahí, golpeando contra su corazón y estremeciéndole hasta los huesos. «Él no vendrá. Está muerto, ya no puede hacerte daño. No vendrá… no vendrá», se dijo. Aunque lo sabía, Mitsue continuaba esperando que lo hiciera como en sus horrendas pesadillas.Un destello en la habitación seguido por un potente estruendo. Sin poder evitarlo, gritó jalándose los cabellos, desconsolado, sin querer abrir los ojos. En su memoria, revivió el horror como cada noche. Y, entonces, m
Mitsue y Shiori caminaron hacia las bancas de concreto sobre las que estaban sus amigos compartiendo. Como de costumbre, él llevaba ambas bandejas de comida y la pequeña maleta de su hermana, junto con su propia mochila, sobre el hombro. Ella acostumbraba a reñirle por eso, sin embargo, Mitsue sentía que estaba en deuda, por lo que quería hacerle la vida menos complicada. Como si pudiera. Taiki lo llamaba el «Síndrome del Hermano Mayor», pero solo él conocía la verdad de sus emociones y por qué lo hacía.Suspirando, trató de ignorar la intensa mirada de su hermana. Ella siempre lo veía de ese modo cuando buscaba la manera de dirigirse a él sin ser irrespetuosa o iniciar una discusión. Considerado de su parte, un gesto casi adorable, aunque innecesario. Mitsue sabía que terminaría cediendo, fuera lo que fuese, luego de unos minutos.—Hasta aq
Isabella suspiró apoyando el codo sobre el mostrador y colocó la mejilla encima de la palma de la mano. Para ser sábado, ese era un día terriblemente aburrido. Ella había esperado que, como en Londres, la tienda estuviera llena; no era así. Con suerte su cliente número cinco se había ido hacía media hora, desde entonces nadie se volvió a acercar.De reojo vio a Keiko, su madrastra, quien se esmeraba en hacer más atractivas las flores. Como si fuera posible. Ella tenía el don, se dijo, porque siempre conseguía que un simple ramo de rosas luciera como salido de una película de fantasía romántica o un cuento de hadas. Fuera de eso, era inteligente y amable, una esposa maravillosa que se llevó lejos la soledad de su padre.Echaba por tierra el mito de la madrastra malvada que devoraba corazones.Keiko era, por mucho, lo mejor que les sucedió
Mitsue casi jadeó frente al espejo. A su lado, Kim Eun-Hye, su compañera del club de Artes Marciales, sonrió satisfecha, entrecerrando sus pequeños ojos marrones.—Y los anteojos, más o menos, ¿por qué?Ella se encogió de hombros.—No lo sé, son lindos.Por supuesto, porque ese era un maravilloso y muy convincente motivo, ¿verdad? Arrepentido de haberle pedido ayuda a la única mujer, después de Shiori y Akane, que conocía lo suficiente como para atreverse a hacerlo, él se los retiró. En dos horas tenía que ir a la floristería, por Isabella, y aún no decidía qué ropa usar. No que le importara demasiado o fuera vanidoso; tan solo pretendía darle una buena impresión. Después de tantas discusiones sin sentido, que él inició, al menos una vez quería tener un momento de
Se trataba de un sueño, aunque lo sabía no podía despertar, como de costumbre. A veces, durante esos episodios, se cuestionaba su propia cordura. ¿Quién en su sano juicio elegiría revivir sin descanso lo único que le causaba dolor? Solo él, era un hecho. Pero no estaba en sus manos y no poseía la fuerza necesaria para frenarlo; por lo que se dejó vencer y miró.En una habitación oscura y mohosa, que apestaba a orina y sudor, dos niños lloraban abrazados uno del otro, golpeados y desnudos. Él los reconoció. Sobre todo, la desesperanza en los ojos miel de la pequeña que, con su otra mano, sostenía una mugrienta manta de color rosa.En la esquina estaba sentado, en una silla de metal, un hombre de un metro sesenta. Su piel cenizosa y de un pálido amarillo brillaba por el sudor. Él fumaba un cigarrillo mientras veía las noticias en un
«¿Ves lo que haces? ¡Demonios, eres tan tonta! ¿Cómo se te ocurrió decirle algo así? Es que…, ¡eres imposible! ¿Viste sus ojos? ¡Dios!».Isabella dobló en el pasillo y continuó corriendo a toda velocidad. Llevaba quince minutos buscándolo y él no daba señales de vida. Santo cielo, ¿qué tenía ese chico en los pies, cohetes? Aunque, en vista de que no aparecía, lo más probable era que se lo hubiese tragado la tierra.«Pero se lo merecía. Ha sido un cretino con nosotras desde el inicio. Y nuestros sentimientos, ¿qué, no importan?». Claro que sí, pero eso no le daba el derecho de ir ofendiendo personas, como si nada. En la vida existían ciertos límites, los cuales había violado.Mientras corría, Isabella tropezó con un par de estudiantes
—¡Shiromitsu!La voz chillona de una chica, detrás de ellos la sobresaltó. Isabella ahogó un grito cuando Mitsue apresuró el paso, arrastrándola por los largos pasillos como si huyera del mismísimo Satanás. Bueno, él no creía en el diablo, no al menos del modo en el que ella lo hacía; pero por la forma en la que la jaloneaba, creyó que quien lo estaba llamando no era una mujer sino el más horrendo y terrorífico Oni[1] salido de su peor pesadilla.—¡Shiromitsu!Él le apretó la mano, con tanta fuerza que le dolió, mientras casi la obligaba a correr. De no conocerlo, al menos un poco, ella habría podido jurar que estaba huyendo. Pero ¿de quién y por qué? Doblaron en una esquina y continuaron con dirección al aula de su próxima clase.<