Mitsue y Shiori caminaron hacia las bancas de concreto sobre las que estaban sus amigos compartiendo. Como de costumbre, él llevaba ambas bandejas de comida y la pequeña maleta de su hermana, junto con su propia mochila, sobre el hombro. Ella acostumbraba a reñirle por eso, sin embargo, Mitsue sentía que estaba en deuda, por lo que quería hacerle la vida menos complicada. Como si pudiera. Taiki lo llamaba el «Síndrome del Hermano Mayor», pero solo él conocía la verdad de sus emociones y por qué lo hacía.
Suspirando, trató de ignorar la intensa mirada de su hermana. Ella siempre lo veía de ese modo cuando buscaba la manera de dirigirse a él sin ser irrespetuosa o iniciar una discusión. Considerado de su parte, un gesto casi adorable, aunque innecesario. Mitsue sabía que terminaría cediendo, fuera lo que fuese, luego de unos minutos.
—Hasta aquí puedo oír los engranajes de su cerebro, trabajando —dijo—. Suéltelo ya.
Deteniéndose, ella se mordió el labio inferior, inclinó la cabeza hacia su izquierda y entrecerró los ojos. Mitsue creyó ver a la niña que conocía, a la tierna Shiori del pasado. La misma que… «Basta ya». Tenía que dejar de pensar en ello, por el bien de los dos.
—Señorita…
Shiori titubeó.
—Fuiste muy malo con la chica nueva, hermano. No te hizo nada.
—Estaba en su asiento.
Ella bufó. Mitsue distinguió el reproche en sus ojos.
—Pero a mí ni siquiera me importa, además…
—A mí, sí.
—Hermano, pero…
—Vamos.
Ignorándola, Mitsue reanudó el paso. Para él, el tema estaba zanjado. No pretendía continuar discutiéndolo. Aunque, si era sincero consigo mismo, no tenía idea de por qué fue tan descortés con Isabella. Al inicio había sido por lo del lugar, pero después…, cuando vio sus ojos…, tan solo se dejó llevar por una inexplicable emoción. Inmaduro e impulsivo, quizá; sin embargo, todo lo que deseó en ese instante fue molestarla, hasta que se le subieran los colores. ¿Por qué? No lo sabía. Aunque tenía que admitir que Isabella se veía realmente bonita cuando se enojaba.
Tal vez fuera masoquista, después de todo. Era el único hombre que conocía al que le atraía tanto ser odiado por una mujer extranjera y tan hermosa como una pintura renacentista.
Tomó asiento al lado su hermana y frente a Taiki, un chico de cabello oscuro y casi rapado, que tenía un piercing en la ceja izquierda. Junto a él estaban Akane y Junko, la prima de Taiki. Del pequeño grupo, eran los que más resaltaban debido a sus personalidades infantiles y, en el caso de Junko, violentas.
Shiori y su hermano estaban a gusto con ellos.
Mitsue tomó los palillos y se dispuso a comer, luego de haber dado gracias. Se detuvo cuando se percató de que Shiori se encontraba viendo hacia el otro lado. Curioso, él la imitó. Mala idea. Se encontró de inmediato con el rostro entristecido de Isabella, quien se hallaba sola, sentada en lo más alejado. Cosa bastante inusual, dada su personalidad brillante; pero por ser extranjera… Mitsue exhaló, tratando de ignorarla; no pudo, sobre todo cuando Shiori se giró hacia él con ese gesto suplicante en la cara.
Ah, no. Estaba loca si pensaba que… Pero iba a hacerlo, porque ella lo miraría de ese modo hasta que cediese, lo cual sucedía con frecuencia, para su humillación.
—No —dijo, sin embargo, con la esperanza de que Shiori renunciase a la idea—. Ni de joda. No la tolero.
«Mentiroso». Ella le atraía, de un modo peculiar.
—Por favor, hermano.
Y Shiori parpadeó, como una niñita inocente, a la espera de un milagro. Demonios. ¿Por qué cuando se trataba de ella era tan débil? Oh, bueno, debía de ser porque era su hermana favorita.
Maldiciendo, Mitsue se puso de pie. Shiori le sonrió con esa calidez característica que le derretía el corazón; él la ignoró. O eso fingió hacer. Sin decir nada más, fue hacia donde estaba Isabella y se plantó delante de ella con el ceño fruncido, aparentando un enojo que en realidad no sentía. La brisa sopló haciendo que el suave perfume que llevaba le inundara las fosas nasales. Eso lo calentó por dentro, era como un abrazo: amable, sutil… Uno de esos que él no permitía que nadie le diera y que, aun así, anhelaba con todas sus fuerzas.
«No seas patético».
Isabella levantó la cara. De inmediato, sus gestos se endurecieron. Eso fue como una patada en la entrepierna.
—¿Qué, también es de Shiori?
Algo en una comisura del labio le tembló, pudo haberse convertido en una sonrisa si se lo hubiera permitido. No lo hizo. Cruzando los brazos sobre el pecho, Mitsue negó.
—No. Esta parte es tuya, si la quieres.
—¿Eso fue un chiste? —Isabella arqueó una ceja—. ¿Me estoy volviendo loca?
—Yo nunca bromeo.
—Ya… —Ella revolvió su yogur—. Entonces quítate, me tapas el sol.
—¿Cómo mierda puedo tapar el sol? No seas exagerada.
—La luz, lo que sea. Quí-ta-te.
Mitsue vio hacia arriba, hastiado. ¿En serio? Y luego él era el desagradable. Pero no podía quejarse al respecto, fue grosero con ella desde el inicio.
—La señorita quiere que te unas a nosotros, allá. —Señaló al pequeño grupo—. Así que…
—¿Y tú?
—Yo, ¿qué?
Isabella casi jadeó.
—¿Quieres que me una?
—¿Honestamente?
Ella le dedicó una mirada, tan penetrante que él titubeó. ¿Qué diablos le pasaba?
—Por favor.
—No.
«Mentiroso. Cobarde de mierda». Claro que quería. Lo deseaba tanto que comenzaba a darle miedo.
—Gracias por la sinceridad. —Su voz sonó dolida—. Pero dile a tu hermana que rechazo la oferta, no quisiera molestar con mi odiosa presencia de gaijin[1].
Golpe bajo. Mitsue se sintió estúpido en ese instante. Más o menos, ¿cómo se le ocurrió decirle que no? De verdad. Ella estaba sola, más que cualquiera del grupo, y él sabía lo duro que podía llegar ser. Lo triste. Como extranjera, estaba en la boca de todos, siendo tratada como un bicho raro. Exhaló de forma brusca y respondió:
—Eres dramática, ¿sabes? Claro que quiero. Ahora, deja esa actitud infantil y ven conmigo, ¿puedes?
Isabella parpadeó, confundida. Mitsue consideró que se veía incluso más hermosa de ese modo. Bien, siendo sincero, ¿habría una forma en la que no?
—Gracias.
Ella sonrió. No. Isabella Jones le sonrió a él. Eso fue todavía más extraño. Ella se echó hacia adelante y extendió la mano, él se quedó congelado por un instante, por la desesperada necesidad que tenía de sentir su piel sobre la propia. Sin embargo, recuperó la lucidez y retrocedió, haciendo que se tambaleara.
Perfecto. Isabella lo odiaría por eso.
Para su fortuna, ella no cayó; logró recuperar el equilibrio y se puso de pie. Luego, sin siquiera verlo a la cara, se fue hacia donde estaban Shiori y sus amigos, relegándolo por completo.
«Idiota». Lo tuvo más claro que nunca.
Isabella no entendía la anormal actitud de Mitsue. Por un lado, él era encantador y sobreprotector con su hermana; pero por el otro era un completo engreído y odioso con ella, que la trataba como si fuera una leprosa. Sinceramente, ¿quién podía entenderlo? ¿Tan desagradable le parecía? Cosa bastante extraña, porque estaba acostumbrada a llamar la atención de los hombres. No obstante, Shiroyama Mitsue… Con una cansada exhalación, Isabella se lanzó junto a Shiori, sin siquiera hacer una reverencia ni presentarse como era debido. A la mierda con las normas sociales, ella estaba harta de todo.
Odiaba esa frialdad característica de los japoneses. ¿Qué, tanto les costaba dar un apretón de manos o sonreír? Y qué decir de entablar una conversación normal. En lo que llevaba de día, tres muchachos salieron corriendo apenas los saludó, un par de chicas la ignoraron y el resto… ¿Para qué perdía el tiempo? Bastante tenía con su Adonis, Idol del Visual Kei[2], que la volvía loca. En todos los sentidos. Ella no era conocida por ser tímida, por lo que de poder le habría dado un mordisco. Pero no, en lugar de eso todo lo que hacía con Mitsue era discutir, y por las pequeñeces más increíbles.
¿Un asiento? Por favor. Aunque lo peor fue cuando trató de apoyarse en él, para ponerse de pie, y la rechazó como si tuviera la peste.
«Imbécil». Eso era.
Isabella sintió el peso de una mirada sobre sí misma. Molesta, ella elevó la cabeza y se encontró con los ojos de Mitsue. «Hablando del rey de Roma…». De nuevo, él tenía el ceño fruncido con esa expresión de quiero-cortarte-en-pedacitos, que a ella le molestaba tanto. No obstante, quedó relegado cuando el sol le dio directo en la cara y sus ojos adquirieron un matiz más intenso y brillante. Oh, Jesucristo, como dorados, que lo miraban todo en su interior. Fascinantes. Isabella se vio forzada a desviar la mirada.
Él era por mucho un enigma envuelto en una contradicción y cubierto por una capa impenetrable de amargura.
—Ahora estás en mi lugar.
Isabella refunfuñó un par de vulgaridades en inglés, todas dirigidas a Mitsue y su madre. Él entrecerró los ojos.
—Sí, bueno, ella volvería a morirse si pudiera escucharte llamarla así. —Hizo una corta pausa, dándole una mirada desdeñosa—. Por otro lado, no me molesta en absoluto ser como un grano en tu pequeño culo.
Isabella abrió los ojos, de par en par. Que alguien la matara, por favor.
—¿Tú, ¿cómo…?
—Padre nos obligó a tomar clases de inglés. El mío no es tan fluido, pero entendí la mayoría de lo que dijiste.
«Tierra, este es el momento en el que te abres y me tragas, ¿cierto?». Esperó unos segundos, no pasó. Instantes después, Isabella se percató de una cosa: él había dicho que su madre volvería a morirse. ¿En serio? ¿Tan mala suerte tenía? Avergonzada, se puso de pie e hizo una reverencia.
—Shiroyama, lamento haber ofendido a tu madre; no sabía…
Él se encogió de hombros.
—Entonces, ¿ahora me respetas? Toma tu lástima y métela en…
—¡Hermano! —Shiori chilló—. Basta, ella no sabía lo de mamá.
Mitsue hizo caso omiso a su regaño, rodeo a Isabella y se sentó al otro lado de su hermana.
—Yo… —Estaba tan abochornada que no encontraba las palabras correctas para despedirse—, creo que…
Mitsue alargó el brazo pasándolo sobre Shiori y tiró de Isabella, haciéndola caer de nuevo sobre la banca. Sorprendida, ella se giró para verlo; él se dedicó a comer en silencio. Y, bueno, ¿eso que había sido? Dejó de ser importante cuando todos los ojos de posaron en ella., Ah, perfecto, se convertiría en el centro de atención…, justo cuando no lo quería.
«Dios, ¿acaso me odias?».
Fingiendo una sonrisa despreocupada, le dio una mordida a su emparedado de pechuga de pollo. Había iniciado una nueva dieta, por lo que no podía comer nada que no hubiera preparado ella o su madrastra. Como decían por ahí: para ser bella, tenía que ver estrellas. O el infierno, en su caso: con las depilaciones, el gimnasio, la horrible comida saludable… Gah, ¿por qué ser mujer era tan complicado? Casi imposible.
—Itō Akane, un placer. —La joven de cabello azabache inclino la cabeza a modo de saludo.
Isabella correspondió. Antes de que pudiera responderle, Akane codeó a su amigo, quien estaba sorbiendo los fideos con vehemencia, ajeno al pequeño incidente.
—¡Akane! —se quejó, Luego vio a Isabella, con los ojos desorbitados—. ¿Y tú, quién eres?
—Pues, la estudiante nueva, idiota. —Akane bufó—. ¿Dónde estabas, en la luna?
Él rio, de forma escandalosa.
—Creo que me perdí esa parte. —Se limpió los labios con el brazo—. Watanabe Taiki; pero dime Taiki, ¿bueno?, odio eso de los formalismos.
«¡Al fin!». Isabella sonrió.
—Isabella Jones —contestó—. Isy, si gus…
—Señorita Jones, para mí —Mitsue se burló.
Isabella lo vio, con rabia. Y, ahora, ¿qué le había hecho?
—¿Siempre andas con síndrome premenstrual?
—Ni te imaginas, es mucho peor —Interrumpió otra voz femenina—. Yo soy Watanabe Junko.
Ella no era de su clase, habría recordado ese tono de voz estridente.
—¿Eres familia de Taiki?
Junko asintió, con dramatismo, como si le doliera.
—Primos, para mi desgracia.
—Claro —Taiki se burló—, pero bien que corres a buscarme cuando me necesitas, ¿no?
Junko movió la mano, restándole importancia.
—Para eso es la familia.
Taiki suspiró.
—Y ahora sí somos familia.
Un raro grupo, sin dudas; pero Isabella se sintió, por primera vez en días, como en su propia casa. Con disimulo, le dirigió una mirada a Mitsue. Él continuaba comiendo, en su propio mundo. En consecuencia, ella se dio la libertad de estudiarlo de una forma más profunda: tenía el cabello largo, pero lo llevaba recogido de un modo que lo hacía lucir más corto; de un negro tan vivo que parecían las alas de un cuervo. Suave, a simple vista. Aunque lo que más resaltaba en él eran las trenzas, que caían sobre su hombro, siendo sujetadas por cuentas de plata. Y los aretes…
Encantador.
Mitsue la sorprendió. Aun así, Isabella solo fue capaz de continuar mirándolo, él era atractivo de un modo que le gustaba. Hubiera sido tan hermoso como una mujer, excepto por la forma de su mandíbula masculina y su torso. Él era… Y cuando le sonrió de medio lado, Isabella estuvo segura de que el corazón se le salió del pecho para tomar su propio camino. Ruborizada por completo, y con la respiración agitada, ella se concentró en su emparedado.
Tenía que sacarlo de su cabeza, por su bien.
—¿Y alguno vio el capítulo de anoche de The Game of Thrones? —Akane mordió su pastel nube miniatura—. Estuvo alucinante, ¿no?
Junko chilló, emocionada.
—¡Sí! ¿Viste esa escena en la que Cersei y Jaime…?
—¡Ah, sí! Fue tan…, increíble y sensual.
Mitsue soltó los palillos y les dio una mirada despectiva. Isabella se preguntó el porqué. Bueno, no era fanática de los libros ni de la serie, pero debía admitir que ambos tenían su atractivo.
—¿En serio? —Casi gruñó—. No entiendo qué le ven al incesto, es repugnante.
Por el tono con el que lo dijo y el gesto que ensombreció la cara de Shiori, Isabella intuyó que ellos tenían una historia oculta, una horrible. ¿Acaso se trataría de una relación incestuosa? Eso explicaría la obsesión de Mitsue. No obstante, la vergüenza en los ojos miel de su hermana le aclaró que no: era mucho peor.
Isabella se llenó de curiosidad.
—¡Ay, por favor! Es sexi, Mitsue. Es decir, que ellos…
Él alzó una delgada ceja.
—Ah, ¿sí? —Soltó una risita socarrona—. Entonces, ¿qué tanto te pone pensar en ti y tu padre, jodiendo?
El rostro de Akane fue un poema. Ella pasó de la absoluta felicidad al asombro, luego la ira y, al final, la repulsión.
—¡Puaj, no! Qué asco. ¡Puaj!
Mitsue curvó las comisuras de sus labios, tan arrogante como siempre.
—Perdón, ¿qué decías, señorita ver-jodiendo-a-los-gemelos-es-alucinante?
A Shiori se le subieron los colores a la cara.
—¡Hermano, basta!
Mitsue respiró profundo. Más que nunca, Isabella tuvo claro que ellos escondían algo espantoso, que estaba vinculado con lo que parecían odiar. El pensarlo le puso la piel de gallina.
—Lo lamento, señorita, no quise… —Exhaló— Como sea, se nos hace tarde.
Taiki y Junko rieron, aunque Akane continuó en shock. «Yo también lo estaría, de haber sido atacada por él», pensó Isabella poniéndose de pie. De repente se percató de algo: ninguno había comido, en realidad, salvo Taiki.
Se preguntó si sería de ese modo en adelante. Bueno, a ella no le molestaba, en absoluto.
...
[1] Término que se utiliza para referirse a un extranjero. No es ofensivo en sí mismo, pero algunos japoneses y extranjeros lo consideran como tal.
[2] Visual Kei o Estilo Visual. Es un movimiento estético surgido entre músicos japoneses a partir del rock japonés, mezclado con el glam rock, el heavy metal, el punk rock, post punk, el rock gótico y el deathrock; nacido en la década de 1980.
Isabella suspiró apoyando el codo sobre el mostrador y colocó la mejilla encima de la palma de la mano. Para ser sábado, ese era un día terriblemente aburrido. Ella había esperado que, como en Londres, la tienda estuviera llena; no era así. Con suerte su cliente número cinco se había ido hacía media hora, desde entonces nadie se volvió a acercar.De reojo vio a Keiko, su madrastra, quien se esmeraba en hacer más atractivas las flores. Como si fuera posible. Ella tenía el don, se dijo, porque siempre conseguía que un simple ramo de rosas luciera como salido de una película de fantasía romántica o un cuento de hadas. Fuera de eso, era inteligente y amable, una esposa maravillosa que se llevó lejos la soledad de su padre.Echaba por tierra el mito de la madrastra malvada que devoraba corazones.Keiko era, por mucho, lo mejor que les sucedió
Mitsue casi jadeó frente al espejo. A su lado, Kim Eun-Hye, su compañera del club de Artes Marciales, sonrió satisfecha, entrecerrando sus pequeños ojos marrones.—Y los anteojos, más o menos, ¿por qué?Ella se encogió de hombros.—No lo sé, son lindos.Por supuesto, porque ese era un maravilloso y muy convincente motivo, ¿verdad? Arrepentido de haberle pedido ayuda a la única mujer, después de Shiori y Akane, que conocía lo suficiente como para atreverse a hacerlo, él se los retiró. En dos horas tenía que ir a la floristería, por Isabella, y aún no decidía qué ropa usar. No que le importara demasiado o fuera vanidoso; tan solo pretendía darle una buena impresión. Después de tantas discusiones sin sentido, que él inició, al menos una vez quería tener un momento de
Se trataba de un sueño, aunque lo sabía no podía despertar, como de costumbre. A veces, durante esos episodios, se cuestionaba su propia cordura. ¿Quién en su sano juicio elegiría revivir sin descanso lo único que le causaba dolor? Solo él, era un hecho. Pero no estaba en sus manos y no poseía la fuerza necesaria para frenarlo; por lo que se dejó vencer y miró.En una habitación oscura y mohosa, que apestaba a orina y sudor, dos niños lloraban abrazados uno del otro, golpeados y desnudos. Él los reconoció. Sobre todo, la desesperanza en los ojos miel de la pequeña que, con su otra mano, sostenía una mugrienta manta de color rosa.En la esquina estaba sentado, en una silla de metal, un hombre de un metro sesenta. Su piel cenizosa y de un pálido amarillo brillaba por el sudor. Él fumaba un cigarrillo mientras veía las noticias en un
«¿Ves lo que haces? ¡Demonios, eres tan tonta! ¿Cómo se te ocurrió decirle algo así? Es que…, ¡eres imposible! ¿Viste sus ojos? ¡Dios!».Isabella dobló en el pasillo y continuó corriendo a toda velocidad. Llevaba quince minutos buscándolo y él no daba señales de vida. Santo cielo, ¿qué tenía ese chico en los pies, cohetes? Aunque, en vista de que no aparecía, lo más probable era que se lo hubiese tragado la tierra.«Pero se lo merecía. Ha sido un cretino con nosotras desde el inicio. Y nuestros sentimientos, ¿qué, no importan?». Claro que sí, pero eso no le daba el derecho de ir ofendiendo personas, como si nada. En la vida existían ciertos límites, los cuales había violado.Mientras corría, Isabella tropezó con un par de estudiantes
—¡Shiromitsu!La voz chillona de una chica, detrás de ellos la sobresaltó. Isabella ahogó un grito cuando Mitsue apresuró el paso, arrastrándola por los largos pasillos como si huyera del mismísimo Satanás. Bueno, él no creía en el diablo, no al menos del modo en el que ella lo hacía; pero por la forma en la que la jaloneaba, creyó que quien lo estaba llamando no era una mujer sino el más horrendo y terrorífico Oni[1] salido de su peor pesadilla.—¡Shiromitsu!Él le apretó la mano, con tanta fuerza que le dolió, mientras casi la obligaba a correr. De no conocerlo, al menos un poco, ella habría podido jurar que estaba huyendo. Pero ¿de quién y por qué? Doblaron en una esquina y continuaron con dirección al aula de su próxima clase.<
Isabella bufó, atando un pequeño grupo de rosas blancas con un cordel del oro. Se le estaba haciendo difícil, pero no sabía por qué. En Inglaterra, antes de que sus padres tomaran la maravillosa decisión de separarse, ella pasaba las tardes ayudando en la pequeña tienda de flores. Era una actividad que disfrutaba: Nathaniel solía sentarla sobre sus piernas para enseñarle cómo hacer un ramo perfecto. «El secreto está en los detalles, Isy. Los colores, las formas y texturas», le decía antes de hacerle cosquillas y continuar con su labor. Su madre, por otro lado, estaba en casa la mayor parte del día; así que cuando llegaban ella los recibía con abrazos y la cena caliente.Pero, como todo en este mundo, nada era perfecto. Poco a poco, la relación de ambos se fue deteriorando. Y, al final, fue su madre la que solicitó el divorcio porque ya tení
Mitsue frunció el ceño ligeramente, confundido, al entrar al aula de clases y encontrarse con un delicado y hermoso lirio amarillo[1] sobre su mesa, junto con una nota. Despacio y con las manos temblándole, la desdobló.«“¿Es así como me quieres?Tú, estás capturando mi corazón”.Wrapped in your arms, Fireflight.¡Feliz segundo mes, Mitsue! ・:*:・(*/////∇/////*)・:*:・».Con una sonrisa, se la guardó en el bolsillo de su chaqueta. Ocho semanas, ¿quién Lo creería? Por supuesto, él no. Si alguien se lo hubiera dicho, la primera vez que la vio, de seguro se habría echado a reír. Porque bueno, ¿Isabella con alguien como él? Ni en sus mejores fantasías. Sin embargo, ahora se trataba de una realidad. Y, por supuesto, le causaba un miedo terrible que
Isabella se paralizó tan pronto como le llegó una nueva notificación de Facebook, lo cual era usual tratándose de ella; sin embargo, en ese momento le pareció espeluznante. Igual o más que ver a Satanás bailando en tangas en las llamas del infierno. Imaginarlo le arrancó una leve risa, pero volvió a ponerse sería al instante, cuando se atrevió a dirigirse a sus solicitudes de amistad, y lo vio. Era él. Igual de rubio, quizá un poco más alto y con el cabello corto; pero él, al fin y al cabo.Nikita Mashkov, su exnovio.Absoluto bastardo. El más grande hijo de puta.Y continuaba viéndose como un demonio candente, salido de alguna húmeda fantasía sexual.Meses atrás, ella quizá habría caído de nuevo a sus pies. Porque sí, no iba a negarlo, le gustaban los chicos atractivos: pero&helli