«¿Ves lo que haces? ¡Demonios, eres tan tonta! ¿Cómo se te ocurrió decirle algo así? Es que…, ¡eres imposible! ¿Viste sus ojos? ¡Dios!».
Isabella dobló en el pasillo y continuó corriendo a toda velocidad. Llevaba quince minutos buscándolo y él no daba señales de vida. Santo cielo, ¿qué tenía ese chico en los pies, cohetes? Aunque, en vista de que no aparecía, lo más probable era que se lo hubiese tragado la tierra.
«Pero se lo merecía. Ha sido un cretino con nosotras desde el inicio. Y nuestros sentimientos, ¿qué, no importan?». Claro que sí, pero eso no le daba el derecho de ir ofendiendo personas, como si nada. En la vida existían ciertos límites, los cuales había violado.
Mientras corría, Isabella tropezó con un par de estudiantes
—¡Shiromitsu!La voz chillona de una chica, detrás de ellos la sobresaltó. Isabella ahogó un grito cuando Mitsue apresuró el paso, arrastrándola por los largos pasillos como si huyera del mismísimo Satanás. Bueno, él no creía en el diablo, no al menos del modo en el que ella lo hacía; pero por la forma en la que la jaloneaba, creyó que quien lo estaba llamando no era una mujer sino el más horrendo y terrorífico Oni[1] salido de su peor pesadilla.—¡Shiromitsu!Él le apretó la mano, con tanta fuerza que le dolió, mientras casi la obligaba a correr. De no conocerlo, al menos un poco, ella habría podido jurar que estaba huyendo. Pero ¿de quién y por qué? Doblaron en una esquina y continuaron con dirección al aula de su próxima clase.<
Isabella bufó, atando un pequeño grupo de rosas blancas con un cordel del oro. Se le estaba haciendo difícil, pero no sabía por qué. En Inglaterra, antes de que sus padres tomaran la maravillosa decisión de separarse, ella pasaba las tardes ayudando en la pequeña tienda de flores. Era una actividad que disfrutaba: Nathaniel solía sentarla sobre sus piernas para enseñarle cómo hacer un ramo perfecto. «El secreto está en los detalles, Isy. Los colores, las formas y texturas», le decía antes de hacerle cosquillas y continuar con su labor. Su madre, por otro lado, estaba en casa la mayor parte del día; así que cuando llegaban ella los recibía con abrazos y la cena caliente.Pero, como todo en este mundo, nada era perfecto. Poco a poco, la relación de ambos se fue deteriorando. Y, al final, fue su madre la que solicitó el divorcio porque ya tení
Mitsue frunció el ceño ligeramente, confundido, al entrar al aula de clases y encontrarse con un delicado y hermoso lirio amarillo[1] sobre su mesa, junto con una nota. Despacio y con las manos temblándole, la desdobló.«“¿Es así como me quieres?Tú, estás capturando mi corazón”.Wrapped in your arms, Fireflight.¡Feliz segundo mes, Mitsue! ・:*:・(*/////∇/////*)・:*:・».Con una sonrisa, se la guardó en el bolsillo de su chaqueta. Ocho semanas, ¿quién Lo creería? Por supuesto, él no. Si alguien se lo hubiera dicho, la primera vez que la vio, de seguro se habría echado a reír. Porque bueno, ¿Isabella con alguien como él? Ni en sus mejores fantasías. Sin embargo, ahora se trataba de una realidad. Y, por supuesto, le causaba un miedo terrible que
Isabella se paralizó tan pronto como le llegó una nueva notificación de Facebook, lo cual era usual tratándose de ella; sin embargo, en ese momento le pareció espeluznante. Igual o más que ver a Satanás bailando en tangas en las llamas del infierno. Imaginarlo le arrancó una leve risa, pero volvió a ponerse sería al instante, cuando se atrevió a dirigirse a sus solicitudes de amistad, y lo vio. Era él. Igual de rubio, quizá un poco más alto y con el cabello corto; pero él, al fin y al cabo.Nikita Mashkov, su exnovio.Absoluto bastardo. El más grande hijo de puta.Y continuaba viéndose como un demonio candente, salido de alguna húmeda fantasía sexual.Meses atrás, ella quizá habría caído de nuevo a sus pies. Porque sí, no iba a negarlo, le gustaban los chicos atractivos: pero&helli
Mitsue leía en silencio. Isabella lo vio un largo rato, perdiéndose en sus facciones. No existía un solo momento en el cual ella no lo hiciera; sin embargo, en instantes como este le fue inevitable. Ella sabía de chicos: todos, excepto Nathaniel, eran idiotas; mujeriegos y adictos al sexo. Mitsue, no obstante, distaba de serlo. Él era solitario y reservado; pero cuando estaban juntos casi podía ver una pisca de inseguridad en su rostro. De temor. Más que eso, su eterna máscara de imperturbabilidad se desquebrajaba e Isabella quería creer que se debía a ella. Aunque ¿por qué alguien tan listo, guapo y fuerte como Mitsue se sentiría de ese modo por…? Y, aun así, algo en el fondo le gritaba que era cierto.Suspirando, ella se mordisqueó el labio. Mitsue continuaba ajeno a su presencia, como si nada hubiera sucedido. Como si momentos atrás no la hubiera rechazado
Mitsue trató de concentrarse en lo que decía el profesor Nakamura; falló del modo más horrible. El hombre era un genio, pero mortalmente aburrido, y sus chistes eran malísimos, incomprensibles. Le hacían querer salir corriendo sin siquiera mirar atrás. Otra cosa podía hacer. Se encontraba atrapado en un lugar que odiaba, estudiando una carrera que lo hacía sentir asfixiado. Sin embargo, estaba bien de esta forma, de no haber sido por aquel insignificante detalle no habría conocido a Isabella. Además de que era su deber proteger a Shiori porque, si era honesto, ella no podía hacerlo sola.Solía repetírselo, para hallar la fortaleza necesaria y permanecer en su lugar como un soldado de guerra.Se lo debía a sus padres.Isabella, a su lado, se desperezó. Mitsue se compadeció de ella. Debía ser incluso peor para alguien tan alegre e inquieto.
Masato contuvo una sarta de maldiciones cuando el rector Yoshimoto amenazó con expulsar a Mitsue con malas referencias, lo cual no podía permitir. Aquello, en un país tan exigente, habría significado el final de su joven vida. ¿Quién en su sano juicio iba a aceptar en su universidad a un chico problema? Y qué decir de ofrecerle un empleo. Nadie, por supuesto, ni siquiera él. Sin embargo, Mitsue era su hijo, al que le debía más de lo que su propia vida, e iba a protegerlo sin importar el costo.Porque no fue capaz de evitarles él y a Shiori el horrible sufrimiento al que se vieron sometidos una vez. Y eso aún le corroía el alma.—Entiendo —respondió viendo por el rabillo del ojo a Mitsue, que recién llegaba—. Sí, perfectamente. Pero estoy seguro de que el fiscal Harada no lo hará. —Hizo una pausa corta, indicándol
Mitsue contuvo la respiración, afectado. Era la indicada para ella, y por «indicada» se refería al hecho de que explicaba a perfección sus deseos y sentimientos; lo que no podía decirle a Isabella con palabras. Porque siempre que estaban juntos, su mundo de estremecía; y cuando ella lo tocaba… él sentía que el fuego le recorría las venas, llenándolo despacio. Pero no podía acercarse, más bien, no sabía cómo. Su conciencia, los recuerdos de su amargo pasado no se lo permitían.Sin embargo, ahora podía hacerlo de un modo que no le hiciera sentir tan vulnerable. Aunque, en el fondo, se consideraba a sí mismo patético. ¿Desde cuándo él se preocupaba por esos detalles insignificantes? Oh, bueno, quizá desde que Isabella llegó como un vendaval rubio. Cuando se metió en su solitaria vida, sin consultarle s