Cuando abrí los ojos, me encontré tirada en mi cama, atada de pies y manos.
—Buenos días, Meredith bonita —dijo Santiago acariciando mi cabeza.
Él se encontraba sentado a mi lado. Yo sólo lo miré, no podía hacer mucho más. Aún trataba de entender lo que estaba pasando, pero mi cabeza no me seguía el hilo, por lo que debí esperar un poco.
» ¿Pensaste en serio que te dejaría ir nada más porque sí? —preguntó burlonamente—. Tontita, tú eres mía y siempre será así.
Santiago intentó besarme, pero aparté la cara, molesta.
—¿Ahora soy tu perro?, ¿o porque me amarras? —pregunté sosteniéndole la mirada.
Yo no era alguien fácil de intimidar. Había vivido tanto tiempo de la mano de la muerte que no temía que ese
—¿Qué has estado haciendo? —preguntó una mujer que reconocía de una fotografía.Le sonreí, a pesar de que tenía todas las ganas de llorar. Tener a mi madre frente a mí significaba solo una cosa: Había muerto.» Estás enorme y estás hermosa —dijo sonriéndome. Ella sí que era hermosa—. Ah, mi Mari bonita, de haber sabido que ibas a pasarla tan mal no te hubiera mandado con ese mal hombre.—Señor no es tan malo —aseguré—. Aunque puede que sí sea su culpa que todo terminara de esta manera. No debió ser tan complaciente conmigo.—Y tú no debiste ser tan caprichosa —señaló mi madre—. Te recuerdo muy activa, pero no tan traviesa. ¿Qué te pasó?—Tal vez el tiempo me echó a perder —sugerí sonriendo y ella
Recuerdo haber visto a mi padre, a mi hermano, a Leo y a Dan mirarme llenos de preocupación, luego de eso todos sonrieron y gritaron mi nombre, desesperados, cuando mis ojos volvieron a cerrarse.Después de eso todo había sido una inmensa y aplastante oscuridad que me asfixiaba. Todo era oscuridad y ese maldito frío que me congelaba alma y cuerpo.Sentía como si flotara en la nada, en una oscura y angustiosa nada. Cerré los ojos, no tenía caso dejarlos abiertos y, aun así, no podía ver nada. Cerré los ojos pensando que sería el fin, pero no fue así. Fue el inicio de una tortuosa situación.A pesar de haber creído, cuando me encontré con mamá, que podía volver a la vida por la felicidad que nunca tuve, me encontraba ahora en el recuento de los daños, el inventario de lo que, hasta ese momento, había vivido: lo bueno, lo malo, lo peo