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Capítulo 3 — Lo siento. Hay alguien más. 

Eran alrededor de las ocho cuando Katherine estaba lista para salir de su casa a la fiesta. Había  metido su ropa en una pequeña bolsa de cuero y la había bajado con ella hasta su coche. En no menos de veinte minutos, había llegado a casa de Patrycia y la condujeron al salón, donde ya estaban algunos de los asistentes, entre ellos nada menos que Paris de Bourgh.

A primera vista, Paris de Bourgh rebosaba de un extravagante encanto, la imagen misma de la joven  y encantadora esposa de un hombre de éxito. Sin embargo, después de conocerla durante su época universitaria, Katherine pudo ver que su postura era demasiado rígida y que las manos que tenía en el regazo estaban apretadas en lugar de cruzadas. Le hizo preguntarse, si ¿tal vez Paris no estaba contenta con su matrimonio con Jaxon?

Paris había amado a Jax una vez, ¿qué había salido mal? Katherine, aún podía recordar cómo ella había insistido una vez en que quería casarse con él y con nadie más cuando ella se le había enfrentado. ¿Realmente deseaba qué su matrimonio terminara? ¿O simplemente quería despertar los celos de Jaxon? Era difícil leer la mente de otra mujer, especialmente de una con la que había intentado no cruzarse. Nunca pudo entender a Paris y sus intenciones en absoluto.

—¡Está aquí!

Katherine oyó a algunas chicas murmurar entusiasmadas a su alrededor y no tuvo que mirar atrás para ver quién se acercaba y de quién era la alta sombra que se cernía tras ella, porque una mirada  a Paris, con los ojos muy abiertos e intensos, su color natural desvaneciéndose para dejar dos puntos de rubor en los pómulos, le dijo todo lo que necesitaba saber. No era un rumor, ni el pensamiento irracional de Jaxon.

Paris y William tenían un romance y estaba tan claro como el cielo.

Sin embargo, William no se acercó a su amante. Mantenía las distancias y se mezclaba con otras personas. Por el contrario, Paris no dejaba de robarle miradas cada vez que tenía ocasión. Katherine no pudo evitar preguntarse si, ¿sería más discreta si Jaxon estuviera aquí?

Cuando se sirvió la cena, no estaba segura de sí era el destino o la mala suerte. Sea lo que sea, su asiento estaba justo al lado de William. Al principio, iba a ignorarlo, igual que él siempre la había ignorado en el instituto después de haber roto, pero entonces recordó que la razón por la que había venido aquí era para ayudar a Jaxon. Él le había rogado que le ayudara, ella no podía quedarse al margen y dejar que Paris hiciera aún más daño a su amigo.

Por lo tanto, a pesar de que William Windsor la había disgustado por rebajarse a ese nivel y seducir a una mujer casada, tenía la intención de ser amistosa con él. Tal vez pudiera hacerle entrar en razón, o mejor aún, convencerle de que dejara en paz a París. Sin embargo, una mirada de él y Katherine sabía que sólo podían ser enemigos. Ni siquiera conocidos. No cuando él ni siquiera la miraba o reconocía su presencia. No había amistad posible entre ellos, sólo una hostilidad vigilante.

Oh, él estaba siendo perfectamente civilizado en este momento aunque la ignoraba —ni siquiera  respondía a su saludo y seguía hablando con otra chica, sentada a su otro lado, así que ella decidió concentrarse en la maravillosa pasta que tenía en su plato y en el exquisito plato que le  seguía.

Cuando la manga de él le rozó accidentalmente el codo, le tocó a ella fingir que no existía.

Esta fiesta en casa, aunque apenas había comenzado, había sido agotadora hasta el momento. Mañana se iría y, con un poco de suerte, no tendría que volver a poner los ojos en él. Y sólo ese pensamiento la animó aunque sólo por un momento y eso duró, muy poco.

* * *

Katherine Bennet, no se parecía en nada a la sensual y resplandeciente rubia sentada frente a ella. No la malinterpreten, para algunas personas podría considerarse hermosa, con su cabello castaño cobrizo y unos pómulos que la más dura luz del sol no podría atenuar. Sin embargo, si había algo que echaba para atrás a cualquier hombre, eran sus ojos, inclinados en los bordes, serios, inteligentes, oscuros en su mirada. Era demasiado seria, demasiado formal.

Mientras William Windsor la miraba por última vez a su derecha, prometiéndose a sí mismo que esa sería la última vez que pondría sus ojos en ella esa noche, no pudo evitar preguntarse qué le había llevado a salir con ella en el instituto. Si existiera una carpeta con todas sus ex, podría llamarse «Una colección de magníficas modelos», si no fuera por ella. Todas las mujeres con las que había estado eran cariñosas, sensuales, con buenas piernas, buenas tetas, figuras que se curvaban en todos los lugares adecuados. Y ninguno de estos criterios, podía utilizarse para describir a Kate.

Dejó que su mirada se deslizara desde su apretada cola de caballo, que parecía de negocios, y bajara por su esbelta espalda hasta las bonitas curvas de su cintura. Su cuerpo no era nada especial, aunque nunca la había visto desnuda. Su relación aún no había ido más allá de los besos y los abrazos. No cuando ella había roto con él apenas dos meses después de empezar a salir. Se le apretó el pecho, sin duda debido a una vieja herida. En todos sus años, nunca, jamás, había sido dejado por una chica hasta que ella llegó.

Para ser franco, no estaba seguro de que ella fuera su tipo. Le gustaban las mujeres altas, sensuales y con buenas tetas. Así que, ¿por qué demonios, durante esos pocos meses en el instituto, había encontrado tan interesante a una chica normal con unos pómulos que podían cortar a cualquier hombre? Quizás había estado momentáneamente ciego. Incluso Cas y los demás le habían dicho muchas veces que ella no era su tipo, que no podían entender por qué se había enamorado de ella. Debería haberlos escuchado. Debido a su ridículo enamoramiento, había dejado que alguien como ella abatiera su orgullo y humillara su personalidad de libertino.

Los recuerdos de la semana anterior a la ruptura seguían frescos en su mente, como si hubiera ocurrido ayer. Esa semana en particular, había sido muy difícil contactar con ella. Se había puesto en contacto y todas sus llamadas habían ido directamente al buzón de voz. Cada vez que iba a su casa, su madre le decía que no estaba. Había intentado no buscarla por los pasillos y las aulas del colegio, especialmente después de que Nathaniel (Niel), uno de los chicos de la corona, se burlara de él por ser un cachorro enamorado. Siempre que se habían tropezado de alguna manera en clase, ella se había mostrado fría y distante. Había rechazado las citas y no  había devuelto ninguna de sus llamadas.

Hasta que un día se hartó y la esperó a la salida de su última clase del día. Ella se había sorprendido, él podía verlo en sus ojos azules ligeramente abiertos. Cuando le preguntó qué ocurría, ella se encogió de hombros, como si no le importara en absoluto su relación. Su despreocupación, le había enfadado.

En serio, Kate, ¿qué demonios está pasando? —Le había preguntado con fiereza, esperando que  ella le aclarara la causa de su alteración de comportamiento. Tal vez, había hecho algo malo de lo  que no se había dado cuenta. Fuera lo que fuera, esperaba poder rectificar de algún modo y pedirle perdón. Ella le había mirado tranquilamente y le había dicho:

Lo siento. Hay alguien más.

¿Es una broma? —Se había pasado la mano por el pelo despeinado con frustración.

No, —había respondido ella secamente.

¿Quién? —La palabra había rebotado bruscamente y, sin embargo, ella había permanecido imperturbable.

Kate, la Kate que lo había vuelto loco durante el verano, levantó la cabeza y le dirigió una mirada directa, tranquila y calculada.

¿Importa quién? Lo siento, William, pero no quiero verte más. En definitiva, eso es lo que realmente importa. Por favor, no nos lo pongas difícil a ninguno de los dos.

¿Qué? —Todavía podía recordar lo incrédulo que había sido entonces.

Estoy rompiendo contigo. —Ella se había encogido de hombros—. Es mejor para ti terminar con esto y seguir adelante. "

William había permanecido en silencio, con sus ojos verdes fijos en el rostro de ella, buscando cualquier señal de que se tratara de una broma, pero lo único que encontró fue seriedad. Sus palabras habían sido definitivas. Ella no había querido escucharle, ni había querido dar más explicaciones. Él había querido instarla, razonar con ella, pero rápidamente había recordado quién era. Había recordado lo que su abuelo y su padre le habían dicho siempre. No se inclinaría ante nadie, y mucho menos ante una chica. Con el orgullo y la dignidad que le quedaban, se había dado la vuelta y se había alejado.

Desde aquel día, siempre había fingido que ella no existía. Era un recordatorio constante, de que  una vez había dejado que una chica le pasara por encima. Ignoraba su presencia por mucho que  le costara, teniendo en cuenta que una vez la había apreciado tanto.

La última mirada que le lanzó no tenía más que odio. Porque odiaba cómo le había hecho sentir. Odiaba, cómo había descartado su relación una vez que se había cansado de él. Y, sobre todo, odiaba cómo se había convencido de que estaba enamorado de ella.

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