Por más que le insistí a Jazmín no asistir al instituto, ella no cambiaba de opinión. —¡Charlotte, dice mamá que la cena está lista! —gritó mi hermanastro Cris. —¡Deja de gritar, que me dejarás sin oídos! —le reproché. Me había adaptado tanto a este estilo de vida que no sentía la necesidad de buscar a mis verdaderos padres. Jazmín, Jonathan y Cristóbal me veían como si fuera una más de la familia y yo los veía a ellos como mi familia verdadera. A veces con Cris teníamos peleas, como cualquier par de hermanos, pero siempre sentía algo extraño en mi pecho, un vacío que no podía curar. Tal vez era por él, mi mate. —Ahora voy. —Si no bajas pronto, ella se enfadará, y lo sabes. —¡Que ya voy! A veces por las noches tenía pesadillas con lo que viví hacía dos años. Despertaba llorando a mitad de la noche. Jazmín y Jonathan me abrazaban e intentaban controlarme mientras me repetían que ya no estaba sola, que ellos estaban conmigo. No o
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