Regina sabía que Gabriel era un hombre muy capaz, pero escuchar esas palabras de la familiar de un paciente la llenaba de un orgullo que sentía como propio.
Era su esposo.
«Es una persona muy buena», pensó con cariño.
Sabía que el hijo de la señora apenas tenía cinco años, así que sacó de su bolso las galletas caseras que había horneado y se las ofreció.
La mujer las aceptó con una sonrisa amable. Cuando las puertas del quirófano se abrieron, su cara se tensó y miró en esa dirección.
—¿Los familiares de Javier Ortiz?
—Aquí, aquí estamos.
La señora se levantó y corrió hacia allá.
—La operación fue un éxito. Lo llevaremos a cuidados intensivos para observarlo un par de días, pero si no hay complicaciones, podrá pasar a una habitación normal.
—Qué bueno, gracias, muchas gracias a todos. Gracias, doctor Solís.
La mujer siguió a la enfermera hacia el elevador. Antes de entrar, se volteó hacia Regina y, con los ojos llorosos, le dedicó una sonrisa.
—Vas a ver que tú también recibirás buenas