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Capítulo 6

— ¡Eres un estúpido!

Al instante Estrella se sintió muy enfadada. Agarró al profesor Ruiz con la mano y gritó:

—Te he dicho que nos prohibió sacar las agujas, pero no me has hecho caso. Y ahora ha pasado esto. ¿Me das un resultado así? ¡Hijo de puta!

—Eso no tiene nada que ver conmigo. Yo he hecho todo lo que podía hacer.

El profesor Ruiz movió la cabeza de izquierda a derecha al oírlo y empezó a eludir la responsabilidad:

—¡Ah! ¡Así es! Seguro que esto se debe a aquel médico extraoficial. Fue él quien pinchó mal y eso causó todos estos problemas.

—¡Pum!

De pronto, Estrella le dio un fuerte golpe al profesor en la cara.

—¡Cabrón! ¿Debiste a tu tontería a otra persona? Te lo advierto: si a mi abuelo le pasa algo, nunca te lo perdonaré y lo pagarás con todo lo que tienes.

Al oír estas palabras, el profesor se sintió desesperado. Con el poder de la familia Flores, era muy fácil hacerlo desaparecer del mundo.

—¿Qué pasó?

En ese momento, Pedro entró en el cuarto. En cuanto vio la cara negra del anciano y la sangre que salía de la boca y la nariz, frunció el ceño.

—¿No he dicho que nadie puede sacar las agujas? ¿Por qué no me hicieron caso? — Pedro estaba muy descontento.

—Señor González, hace unos minutos…

Sin que Estrella tuviera tiempo de explicarle lo que había ocurrido, el profesor Ruiz se le acercó, le agarró el cuello de la ropa y gritó en voz alta:

—¡Resulta que fuiste tú quien le había pinchado! ¿Sabes? Precisamente por tus malas prácticas, ahora el estado del anciano ha empeorado. ¡Quiero ver cómo asumes la responsabilidad!

Naturalmente no podía dejarle huir, porque le había costado mucho buscar un responsable.

—¿Parece que tú sacaste las agujas? —Pedro levantó levemente las cejas.

—Fui yo. ¿Y qué?

—Nada. Solo tengo curiosidad. Porque se ve que eres incapaz y te gusta eludir la responsabilidad. Eres un cabrón. ¿Cómo puedes ser médico?

—¡Tú!

—¡Cállate!

Estrella apartó al profesor y enseguida empujó a Pedro hasta la cama.

—Señor González, la situación es muy urgente. Por favor, ¡salva primero al anciano!

—¡Señora Flores! ¡Ese tipo es un mentiroso! ¿Cuál es su habilidad profesional? ¡No debes dejar que te engañe! —El profesor Ruiz se sintió muy enfadado.

—Si él no es capaz de salvarlo, ¿entonces lo harás tú? — Estrella le lanzó una mirada de furia.

—Yo… —El profesor no sabía qué responder.

Si pudiera salvarle, ya lo habría hecho. ¿Cómo pudo esperar hasta ahora?

Cuando Pedro iba a hacerlo, el profesor Ruiz empezó a hablar de nuevo:

—¡Hombre! No me eches la culpa por no haberte advertido. El anciano viene de una familia poderosa y rica. Si no le salvas, creo que no podrás seguir tu vida tranquilamente.

—Si es así, entonces no le salvo. ¡Sálvale tú mismo!

Pedro no quiso hablar más, se dio la vuelta y se dispuso a salir.

—¡Hijo de puta! ¿Quién te dejó hablar tanto?

Estrella estaba que se subía por las paredes. Levantó la mano y volvió a golpear al profesor. Le golpeó tan fuertemente que el profesor Ruiz no se pudo sostener y casi se cayó al suelo.

Viendo la cara roja e hinchada del profesor, Pedro se sintió muy contento en su corazón, aunque eso no se reflejó en su rostro.

—Señor González, por favor, ayúdanos a salvar la vida del anciano. ¡La familia Flores te lo agradecerá mucho!

Estrella cambió su actitud otra vez.

—Es un poco complicado. La fuente de veneno ha sido activada y se ha vuelto más potente. Las agujas ya no tienen ningún efecto decisivo. Necesito añadir unos ingredientes para aumentar la eficacia de la dosis del medicamento —dijo Pedro.

—Dime lo que necesitas. Haré todo lo posible para conseguirlo —dijo Estrella.

—Necesito ciento cincuenta gramos de gusanos verdes, ciento cincuenta gramos de arañas y ciento cincuenta gramos de cucarachas. Luego saltéalos hasta que puedes oler al aroma. Al final lo cierras herméticamente con un jarro.

—¿Para qué sirven estos? ¿No sientes repugnancia? —Al oírlo, Irene sintió mucha antipatía.

—Deja de decir tonterías. Hacedlo ahora mismo —Estrella abrió los ojos desmesuradamente.

Sin más opciones, Irene se vio obligada a buscar por todas partes con la ayuda de los guardaespaldas.

En menos de media hora, llevaron un jarro con los insectos salteados al cuarto.

— Señora Flores, después de que pinche las agujas en el cuerpo del anciano, abre el jarro y ponlo delante de la boca y la nariz del anciano —le advirtió Pedro.

—¡Vale! —Asintió Estrella con la cabeza.

—Empezamos ahora.

Pedro sacó las agujas plateadas y respiró profundamente. Y luego pinchó en el hipogastrio con la fuerza interior. La primera aguja se pinchó en la tercera pulgada debajo del ombligo.

—¡Buzz!

Mientras con el dedo de Pedro, la aguja empezó a girar rápidamente. Unos flujos de aire plateados invadieron con rapidez el cuerpo del paciente. La segunda aguja cayó en la línea media del hipogastrio. Pedro no tardó en pinchar otra vez las agujas. La tercera cayó en el centro del ombligo. La cuarta cayó en la cuarta pulgada encima del ombligo. La quinta cayó en la unión del tórax y el abdomen.

Pedro volvió a pinchar otras tres agujas enseguida, rápidas y precisas.

Cabía mencionar que sus agujas plateadas cayeron desde el hipogastrio hasta arriba, poco a poco. Cuando pinchó cada aguja, la piel del paciente palpitó un poco como si tuviera algo dentro.

—Tornó intencionadamente cosas simples en misteriosas.

El profesor Ruiz movió sus labios con desdén.

—¡Vaya agujas plateadas pinchadas en puntos acupunturales! ¡Son medios nada ortodoxos y no se pueden usar en absoluto!

—¡Eso es! ¿Qué es la medicina china? ¿Acaso es mejor que nuestra medicina occidental? Déjame ver cómo pierde su dignidad.

Los médicos en el cuarto empezaron a murmurar. Como médicos occidentales, obviamente no respetaban la medicina china.

—Uf…

Cuando cayó la última aguja, Pedro estaba sudando mucho.

Lo que acababa de usar no era una técnica ordinaria de acupuntura sino una magnífica técnica largamente perdida, que tenía la capacidad de dejar a uno vivir otra vez, aunque había que usarla con la fuerza interior.

Además, hacía falta mucha energía. Si no se trataba de un caso urgente, nunca la utilizaba.

—Señora Estrella, abre el jarro —le advirtió Pedro.

Sin hablar más, Estrella abrió el jarro de insectos de inmediato. Al instante, un aroma raro se extendió en el cuarto. La mayor parte del aroma fue respirado por el anciano.

—¡Está dándose tono! —canturreó el profesor con desprecio—. ¿Crees que solo con unas agujas y un jarro de insectos puedes salvar al anciano de la muerte?

—Que no seas capaz de hacerlo tú no significa que otro no pueda —respondió Pedro, muy tranquilo.

—Si realmente eres capaz de salvarle, me comeré este jarro de insectos —gritó el profesor.

Tan pronto como habló, el anciano, que había estado inconsciente, empezó a mover la boca.

Luego, un insecto negro con muchas patas, salió poco a poco de la boca, atraído por el aroma. Después de dos segundos, finalmente cayó en el jarro y luego empezó a devorar locamente los insectos.

—¿Una escolopendra? ¡Es una escolopendra!

—¡Dios mío! ¿Por qué había una escolopendra en el cuerpo del anciano?

—¡Boom!

Cuando miraron la escolopendra fijamente, todos se quedaron asustados. Sobre todo, Irene, que incluso empezó a vomitar.

¡Qué horrible!

¿Quién pudo imaginar que de la boca de una persona podía salir una escolopendra?

(Unos ruidos de tos)

En ese momento, con unas toses, el anciano, que había estado inconsciente, ¡por fin abrió sus ojos!

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