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Capítulo 30

Sebastián 

Después de haber conseguido todo lo necesario para encontrar a mi luna, Elena, mi padre y yo nos fuimos a la biblioteca, Elena comienza a echar todo lo que buscamos en un bol, lo mezcla y susurra algunas palabras en latín antiguo sobre este.

—Dame tu mano, —pide y yo se la entrego, esta toma la daga de plata y la desliza por mi palma abriendo mi piel, jadeo por el dolor que esto provoca al ser la daga de plata.

— ¿No pudiste usar otra cosa qué no sea plata? —Pregunta mi padre mientras que ella aprieta la herida para que sangre lo suficiente, toma el bol y derrama mi sangre dentro de este.

—La plata es lo único puro que dejaron los Dioses en la tierra, —anuncia y suelta mi mano mientras que yo tomo una toalla que me pasa mi padre la envuelvo en mi mano para detener el sangrado y que esta comience a curar. Mi padre no responde y ella toma el bol, m

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