La situación se quedó trabada hasta que Eulalia intervino:—Majestad, usted no sabe, pero Beatriz también vive ahí, así que podría no ser conveniente.Claudio se le quedó viendo a Serafina, esperando a que respondiera. Serafina solo pudo decir:—Eulalia, me voy a quedar aquí esta noche.Claudio por fin se vio satisfecho. Serafina dormía en la habitación del oeste y Claudio en la del este; se suponía que iba a ser una noche tranquila, pero cuando Serafina apenas se acomodó para dormir, alguien entró en silencio. Se sentó de golpe en la cama, alerta, aunque cuando vio quién era, se relajó. Era Claudio.—¿Qué hace aquí? —preguntó, mientras guardaba discretamente el puñal debajo de la almohada.Claudio se sentó en la cama y levantó la mano para mostrar la horquilla envuelta.—Estuve leyendo el ensayo de Lorenzo y, entre más leía, menos sueño me daba. Luego me acordé de que tengo algo pendiente contigo.—¿Qué cosa?De repente sacó la horquilla de pavo real.—¿No habíamos quedado en que tení
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