LOGINLa hermana gemela de Serafina Ruiz fue humillada y murió antes de su boda. Serafina, en una situación desesperada, se despide de su uniforme militar para reemplazar a su hermana en su boda, convirtiéndose en la nueva reina. El emperador del reino, un tirano, había perdido a quien más amaba, y todas las concubinas del harén eran sustitutas de ese primer amor, siendo una de ellas la favorita del emperador. Serafina no se parecía en nada a la mujer que el emperador había amado y todos pensaban que él la despreciaría, que tarde o temprano perdería su posición como reina. Y así fue, al segundo año del matrimonio, ambos decidieron separarse, pero la destituida no fue la reina, sino el emperador. En esa noche, el tirano sujetó con fuerza el vestido de la reina y dijo: —Si quieres irte, ¡será caminando sobre mi cadáver! Las concubinas lloraron, desconsoladas, y le suplicaron: —¡Mi señora!, no nos abandone, si tiene que irse, ¡llévenos con usted!
View MoreDespués de veinte días marchando, Claudio llegó con su ejército al sur del reino. Los soldados del sur se formaron para recibir al emperador con respeto. Sin detenerse un momento, Claudio fue a la frontera entre ambos países para informarse de la guerra. Solo cuando cayó el sol, volvió a su tienda de campaña, cansado en cuerpo y alma.Cuando vio el pequeño saquito perfumado colgando del cinturón de Arturo, sintió un dolor en el pecho. Pero si lo pensaba bien, no tenía por qué quejarse. Serafina no lo amaba. Era lógico que no se preocupara por su seguridad, mucho menos que cosiera con sus propias manos un amuleto para él.—Majestad, alguien pide audiencia afuera —informó un guardia.Claudio quedó intrigado. ¿A esas horas? ¿Quién podría ser?Por un instante imaginó, casi con esperanza, que Serafina lo había seguido en secreto. Pero enseguida apartó esa idea, avergonzado de sí mismo. En la guerra no debía haber distracciones. Cuando mandó tropas años atrás, nunca se permitió esos pensam
Serafina habló, firme:—En los archivos de la familia Vito dicen que Casiano se quitó la vida por remordimiento, pero según lo que recuerda Valeria, lo mataron.Claudio quedó intrigado.—¿Estás segura de eso?Serafina asintió con firmeza.—No creo que sea mentira. No puedo asegurar que la familia Vito fuera del todo inocente, pero es claro que hubo gente moviendo los hilos a escondidas.Claudio se puso serio.—Tienes razón. Pero ese caso tiene a mucha gente metida y pasó hace muchos años. Encontrar a los responsables va a ser casi imposible.Serafina respondió, tranquila.—Investigar el crimen le toca a la corte. Yo me voy a encargar de hallar al dueño de ese anillo.Si ella tenía que hacerlo todo, ¿para qué estaban los demás? Claudio lo entendió.—Entiendo.Si lograban dar con el verdadero asesino de Casiano, el caso podía resolverse y hacer justicia. Pero, por ahora, la prioridad era la guerra en el sur.***Cuando salió del pabellón interior, Claudio encontró a Valeria arrodillada f
En su sueño, lo único que Valeria podía escuchar eran gritos de dolor. Lo que veía era brutal, sangriento, imposible de borrar. Había tanta gente muriendo frente a ella. Tenía miedo, un miedo que la paralizaba. De repente, como si su instinto la guiara, alzó la mano, buscando algo que la llamaba con insistencia:—Valeria, Valeria.Despertó asustada, jadeando, y como alguien que se aferra a la vida, abrazó fuerte a Serafina.—¡Sangre! Hay mucha sangre.Ella se quedó quieta y la dejó abrazarla. Le dio palmadas suaves en la espalda, una tras otra.—Ya pasó.Valeria temblaba sin parar. Lo que había soñado se sentía demasiado real, como si hubiera estado ahí durante esa masacre. El médico anciano que las acompañaba dijo:—La joven ha sufrido un trauma muy fuerte. Pretender que recuerde todo de una sola vez es difícil.Serafina se agachó para mirarla de frente:—Escúchame. Si tienes miedo, podemos volver al palacio. No tienes que hacerlo si no quieres. No te fuerces.Valeria la miró fijamen
Serafina habló con soltura frente al mapa grande. Claudio la escuchó, atento, y asentía de vez en cuando. Al final dijo:—He desperdiciado tiempo discutiendo con esos ministros. La próxima vez va a ser mejor consultarte directamente.Serafina no quiso quedarse con el mérito y respondió con sinceridad:—El mérito es de todos. Sin ellos, yo tampoco habría pensado en esto.De repente, Claudio se puso más serio. Preguntó de nuevo:—¿De verdad no puedes venir conmigo?El acuerdo entre ambos era por un año. Ir al sur y regresar le iba a tomar por lo menos dos o tres meses.Serafina apartó su mano con calma.—Debo quedarme y cumplir con mi deber como emperatriz.—¿A estas alturas aún vas a fingir que no lo sabes? Escribí ese acuerdo porque quería tenerte a mi lado día y noche —Claudio se acercó un paso más.Serafina pensó: "Justo porque lo sé, no puedo acompañarte al campo de batalla."Sin embargo, ella se mantuvo respetuosa.—Majestad, los asuntos del reino van primero. Además, todavía deb
Había peligro en la frontera sur y eso sorprendió a Serafina.Tiempo atrás ya había hablado con Marcela y confiaba en que Nanquí iba a resolver la disputa entre los dos reinos sin que estallara la guerra.Aun así, temía que en Austral hubiera estallado algún motín interno que ni Marcela pudiera calmar.Serafina habló, seria:—Su Majestad, Noriano busca sembrar caos; Austral ha sido manipulada. Le ruego que regrese pronto al palacio y convoque a los ministros para discutirlo.Claudio no quería despedirse de los faroles en el cielo.Esas tres mil luces las había preparado especialmente para ella. Además todavía no terminaba de decirle lo que quería decirle.Pero la noticia de la frontera sur lo obligó a dejar lo personal a un lado. Miró otra vez el cielo nocturno y, decidido, dijo:—¡Regresemos al palacio!Esa noche, las luces del Salón Imperial de Lectura se mantuvieron encendidas hasta el amanecer.Lucio hizo una propuesta.—Su Majestad, la intención de Noriano es inaceptable; Austral
Al final, Claudio llevó a Serafina hasta la orilla del río imperial. Los dos llevaban máscaras para no ser reconocidos. Por suerte esa noche mucha gente andaba disfrazada, así que no llamaban la atención.Arturo los seguía a pocos pasos y cargaba varias linternas con flores. A lo largo del río, parejas y grupos de amigos se juntaban, se reían y conversaban mientras dejaban sus luces en el agua.Claudio buscó un rincón apartado y, con autoridad, tiró una linterna al agua. Las demás hicieron lo mismo. Una tras otra se hundieron.Serafina y Arturo se miraron sin saber qué decir. El emperador se molestó.—¿Qué clase de linternas compraste? ¡Ni una flota!Arturo tragó saliva con miedo y resignación: "Soy inocente, pero no me atrevo a decirlo".Cuando Claudio estaba por arrojar la última, Serafina lo detuvo. Lo miró como si estuviera frente a un bárbaro recién llegado al mundo civilizado.—¿Nunca ha dejado flotar una linterna?—No —respondió él sin inmutarse.Tampoco parecía avergonzarse por






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