Venganza en la Corte de Jade

Venganza en la Corte de Jade

Oleh:  Victoria LázaroBaru saja diperbarui
Bahasa: Spanish
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La hermana gemela de Serafina Ruiz fue humillada y murió antes de su boda. Serafina, en una situación desesperada, se despide de su uniforme militar para reemplazar a su hermana en su boda, convirtiéndose en la nueva reina. El emperador del reino, un tirano, había perdido a quien más amaba, y todas las concubinas del harén eran sustitutas de ese primer amor, siendo una de ellas la favorita del emperador. Serafina no se parecía en nada a la mujer que el emperador había amado y todos pensaban que él la despreciaría, que tarde o temprano perdería su posición como reina. Y así fue, al segundo año del matrimonio, ambos decidieron separarse, pero la destituida no fue la reina, sino el emperador. En esa noche, el tirano sujetó con fuerza el vestido de la reina y dijo: —Si quieres irte, ¡será caminando sobre mi cadáver! Las concubinas lloraron, desconsoladas, y le suplicaron: —¡Mi señora!, no nos abandone, si tiene que irse, ¡llévenos con usted!

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Bab 1

Capítulo 1

—¡General, tenemos que apurarnos! ¡A la Señorita la hicieron pasar una vergüenza, y se suicidó! ¡La abuela necesita que vuelvas ya mismo para que se case en el palacio por ella!

En la frontera de Nanquía, los cascos de los caballos golpeaban el agua, salpicando barro por todas partes.

Serafina Ruiz iba al frente, vestida de blanco, su cabello negro recogido con un palito. Simple, pero imponente. Su cabello y la falda se alzaban con el viento, dándole un aire guerrero imposible de ignorar.

Ella y su hermana Beatriz Ruiz eran gemelas, pero como eso era de mala suerte, no la habían criado dentro de la familia.

Beatriz era tan tranquila, dulce, ella nunca se metía en problemas.

Serafina no entendía cómo alguien podía lastimar a alguien tan noble.

¡Quería asesinar al culpable con sus manos y tirar sus pedacitos a los perros!

Los guardias ya no podían seguirle el paso y le gritaban.

—¡General, ya perdimos dos caballos! Hay una posada adelante, ¿podemos parar un momento...?

Serafina levantó el látigo y azotó el aire.

—¡Si no pueden seguirme, mejor vuélvanse en el campamento! ¡Avancen!

¡Tienen que moverse, inútiles!

¡No había tiempo para detenerse!

Sobre sus hombros cargaba el futuro de la familia Ruiz.

Los guardias intentaban alcanzarla, pero Serafina era la más veloz de las tropas del norte. Rápida como el viento, como una sombra.

Siete días después, en la capital imperial.

El matrimonio de la hija mayor de la familia Ruiz con el emperador era el honor más grande.

La gente en la calle se había detenido a ver, esperando el inicio de la ceremonia.

Pero, aunque todo estaba listo, la novia no aparecía.

La gente murmuraba.

—Dicen que la hija mayor de los Ruiz fue secuestrada, que la torturaron, y su familia tuvo que rescatarla. Además, las malas lenguas dicen que no quedó muy bien, ¿ahora cómo se va a casar con el emperador?

—Las mujeres de los Ruiz siempre han tenido mucha suerte. En cada dinastía ha habido una que termina siendo una emperatriz. ¡Eso es lo que mantiene fuerte a Nanquía!

—¿Será cierto? ¿Por qué no sale la novia?

Todos estiraban el cuello intentando ver por las puertas del palacio.

Adentro, en el salón principal, la encargada de la ceremonia ya se había tomado varias tazas de té, pero seguía igual de impaciente. Cuando Esteban Ruiz, padre de Serafina, le ofreció otra taza, ella lo negó.

—Señor Ruiz, ¿qué pasa con su hija? ¿Puedo ir a ver al cuarto? ¡Si se nos pasa la hora buena, no sé qué voy a hacer!

Para el pueblo se podían relajar, pero si se trataba del emperador, todo tenía que salir perfecto.

¿Estaban los Ruiz retrasando esto a propósito? ¿Acaso se querían hacer los importantes? ¡Qué falta de respeto!

Esteban se tensó al escucharla.

Intentó calmarse, se levantó y dijo:

—¡Ah, vale! Seguro es por mi esposa. Ella no quiere que nuestra hija se case, ya sabes cómo es. Voy a apurarlas. Señora, tenga un poquito de paciencia, por favor, ¡no vamos a quedar mal!

Le hizo una señal al mayordomo.

El mayordomo entendió y salió corriendo.

Al llegar al cuarto, tocó la puerta.

—¡Señora, señorita, en el palacio ya se están cansando de esperar!

Pero adentro no había ni rastro de la novia.

Eulalia Pérez, madre de Serafina, se secaba el sudor con un pañuelo, sin saber qué hacer.

—Ve y diles que... que el vestido se rasgó, que necesitamos algo de tiempo para arreglarlo.

El mayordomo la miró y, con preocupación, respondió:

—¡Señora, eso no va a servir! ¡La encargada ya está perdiendo la cabeza! Si no damos una respuesta, esto se va a poner feo.

Eulalia se apretó la frente.

¿Y ahora qué vamos a hacer?

De pronto, una sombra apareció por la ventana, deslizándose con agilidad.

Eulalia dio un paso atrás.

—¿Quién diablos eres?

—Madre, soy yo, su hija.

Serafina se quitó la máscara y su cara, preciosa y reconocible, Eulalia la reconoció y lloró de alegría

—¡Serafina! ¡Mi niña! ¡Por fin volviste!

Corrió y le dio un gran abrazo.

—Mamá.

Serafina estaba serena, incluso un poco distante. Sabía que no había tiempo, entonces se quitó la capa y se soltó el cabello.

Eulalia la ayudó a ponerse el vestido de boda.

—Serafina, sé que esto no te agrada. Amas tu libertad, pero ahora tienes que casarte con el emperador…

Serafina se sentó frente al espejo y habló sin mirarla.

—Madre, no te preocupes. Ya sé todo. Lo más urgente ahora es salvar a los Ruiz.

Si no entregamos a una muchacha, y el matrimonio se cancela, nos van a destruir.

Eulalia suspiró.

—Qué bueno que regresaste, mi niña. Estos años… estaba muy preocupada por ti.

—Por cierto, madre, ¿cómo está Beatriz?

La calma con la que habló, más que consolarla, preocupó a Eulalia.

Al observarla bien, notó sus manos apretadas, agarrando algo.

Esperaba, con todo su corazón, que Beatriz estuviera viva.

—A Beatriz… ya la enteramos.

—Tal vez fue lo mejor para todos. Había sufrido tanto... a veces la muerte puede ser un alivio.

—Esa noche, la dejaron en la puerta de la casa... llena de heridas, con la ropa destrozada, y con esas marcas en su pecho...

Eulalia no pudo seguir, y se limpió las lágrimas.

Serafina, en cambio, ni se inmutaba.

—¿Quién fue el maldito?

—La concubina mayor. Amparo Cardoso. ¡Ella fue la que le hizo eso a Beatriz!

¡Crack!

Serafina rompió el lápiz que tenía en la mano.

Eulalia, nerviosa, le puso la mano en el hombro.

—Serafina, sé que eres fuerte. Pero el palacio no es como el campo. Por favor, no le digas nada, esa mujer es peligrosa. Y el emperador la adora. No te metas con ella.

Aunque Beatriz ya no estaba, Eulalia no quería perder también a Serafina.

Pero, aunque el árbol quiera quedarse quieto, el viento no deja de soplar.

Serafina estaba preparada, y justo cuando estaba por salir, una voz chillona la interrumpió.

—¡Se suspende la boda! ¡Vengo en nombre de la Gran Concubina Imperial Amparo Cardoso, es una orden!

Eulalia se giró hacia su hija y le puso una mano en el hombro.

—Voy a ver qué pasa.

Afuera, el sirviente tenía una actitud insoportable, hablando con aires de superioridad:

—Escuchamos que la hija de los Ruiz fue secuestrada. Y que para proteger el honor imperial, Amparo mandó a hacer una inspección.

—¿Inspección de qué? —preguntó Eulalia, pálida.

El tipo se rio.

— Y quién sabe si esa mocosa fue... ¡Manoseada!

—¿¡En serio!?

Eso... eso sería una humillación imperdonable. Y lo peor, justo el día de la boda.
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