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Capítulo 168

Penulis: Celia Soler
El escote del vestido era un poco pronunciado, pero no resultaba provocador. Era un estilo muy común entre las mujeres de ahora. Las marcas de lujo siguen las tendencias que les gustan a sus clientas.

Pero a Gabriel no le gustó, y ella no tuvo más remedio que hacerle caso y cambiarse. El otro vestido, uno blanco y sencillo, también lo había elegido él y tenía ese mismo estilo adorable y fresco.

Empezaba a tener una idea muy clara del tipo de chica que le gustaba.

***

La abuela de Gabriel no vivía con sus padres. Su casa estaba bastante lejos del centro, más cerca de las afueras, pues decía que el aire por allá era más puro y le sentaba mejor a su edad.

Cuando él estacionó el carro, ella miró la hora. Ya pasaban de las siete. Le entregó el pastel y las galletas y se apresuró a seguirlo para entrar.

La sala estaba iluminada.

En cuanto entraron, vio a la abuela sentada en uno de los sofás. Había varias personas más, sus suegros también estaban allí.

—¡Gabriel, Regi, ya llegaron!

Silvia se
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    El escote del vestido era un poco pronunciado, pero no resultaba provocador. Era un estilo muy común entre las mujeres de ahora. Las marcas de lujo siguen las tendencias que les gustan a sus clientas.Pero a Gabriel no le gustó, y ella no tuvo más remedio que hacerle caso y cambiarse. El otro vestido, uno blanco y sencillo, también lo había elegido él y tenía ese mismo estilo adorable y fresco.Empezaba a tener una idea muy clara del tipo de chica que le gustaba.***La abuela de Gabriel no vivía con sus padres. Su casa estaba bastante lejos del centro, más cerca de las afueras, pues decía que el aire por allá era más puro y le sentaba mejor a su edad.Cuando él estacionó el carro, ella miró la hora. Ya pasaban de las siete. Le entregó el pastel y las galletas y se apresuró a seguirlo para entrar.La sala estaba iluminada.En cuanto entraron, vio a la abuela sentada en uno de los sofás. Había varias personas más, sus suegros también estaban allí.—¡Gabriel, Regi, ya llegaron!Silvia se

  • La Perdición del Cirujano   Capítulo 167

    Al escuchar la palabra "feliz", Gabriel sonrió con ternura.—Te voy a comprar un brazalete de oro grueso.Regina se quedó perpleja por un segundo, pero lo rechazó.—No, no hace falta. Con el anillo es más que suficiente. El oro… se me hace de mal gusto, no es lo mío.—Si las demás esposas lo tienen, tú también lo vas a tener.Ella recordó haber oído esa misma frase en el elevador del centro comercial y se sonrojó.—Tú también lo escuchaste.—Sí.Gabriel la observó, deteniéndose en su cara, tan delicada y coqueta. Su mirada se intensificó.—De ahora en adelante, pídeme lo que quieras, ¿sí?Ella sintió que seguro se le notaba demasiado el deseo, que él se había dado cuenta, y no pudo evitar sentirse un poco apenada.Después de comer, la acompañó afuera para que tomara un taxi.Mientras esperaban, su celular vibró.Sacó el teléfono, vio la pantalla y contestó.—Mamá.Al escuchar que se trataba de su suegra, Regina se quedó a su lado en silencio.Cuando colgó, Gabriel se dirigió a ella.—D

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    Regina sabía que Gabriel era un hombre muy capaz, pero escuchar esas palabras de la familiar de un paciente la llenaba de un orgullo que sentía como propio.Era su esposo.«Es una persona muy buena», pensó con cariño.Sabía que el hijo de la señora apenas tenía cinco años, así que sacó de su bolso las galletas caseras que había horneado y se las ofreció.La mujer las aceptó con una sonrisa amable. Cuando las puertas del quirófano se abrieron, su cara se tensó y miró en esa dirección.—¿Los familiares de Javier Ortiz?—Aquí, aquí estamos.La señora se levantó y corrió hacia allá.—La operación fue un éxito. Lo llevaremos a cuidados intensivos para observarlo un par de días, pero si no hay complicaciones, podrá pasar a una habitación normal.—Qué bueno, gracias, muchas gracias a todos. Gracias, doctor Solís.La mujer siguió a la enfermera hacia el elevador. Antes de entrar, se volteó hacia Regina y, con los ojos llorosos, le dedicó una sonrisa.—Vas a ver que tú también recibirás buenas

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    Al otro lado de la línea, la videollamada se conectó, revelando en la pantalla del celular una cara cubierta por una mascarilla.—¡No puedo creerlo! ¿Una mascarilla a esta hora?Regina no pudo ocultar su sorpresa.—La señora que ayuda en casa está haciendo el desayuno y yo no tenía nada que hacer, así que aproveché para cuidarme un poco.El ruido de la televisión era muy molesto, así que la apagó.—Apenas van a ser las ocho, ¿no? Ni siquiera han abierto las tiendas. ¿Por qué me marcas tan temprano?Un poco apenada, carraspeó antes de hablar.—Es que al mediodía voy a comer con Gabriel. ¿Por qué no aprovechas para ver a tu novio?—No es justo, señorita. Fuiste tú la que me invitó, ¿y ahora me vas a cancelar?Había hecho el plan porque creía que Gabriel estaría fuera de la ciudad por una semana. Como se iba a morir de aburrimiento sola en casa y Andrea también descansaba, le pareció la oportunidad perfecta para ir de compras juntas.—No me imaginé que regresaría tan pronto.Hizo un puche

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    Hizo un gesto de desacuerdo, sonriendo.—Para nada, ¿cómo me voy a cansar arreglando mi propia casa?Con orgullo, añadió:—Instalé un lavavajillas para no tener que lavar platos, compré un horno para poder hacer pasteles y galletitas, un esterilizador, una cafetera, una amasadora… Son cosas esenciales que le dan un toque especial a la vida.Mientras hablaba, le pasó un plato a Gabriel para que lo llevara a la mesa. Ella fue a servir la cena.Mientras él comía, Regina llevó su maleta a la habitación y sacó toda la ropa para colgarla en el clóset. Después, se sentó en el sofá a ver la televisión, esperando a que terminara de cenar para recoger los platos.—Yo lo hago.—Puedes usar el lavavajillas.Metió los platos y la olla en el aparato. No lo había usado en los días que estuvo sola, y a esas horas de la noche no tenía ganas de moverse. Era la primera vez que lo ponía a funcionar. Cuando la máquina arrancó, se volteó hacia él.—¿Ves qué práctico?Él la observó, notando la sonrisa que il

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    Fue un beso largo e intenso.Al terminar, sintió que las piernas le temblaban y tuvo que apoyarse en su pecho para recuperar el aliento.—No tenías hambre, ¿o sí?Él la rodeó por la cintura con los brazos y rozó su frente con los labios, dejando en su piel un aliento cálido.—Tenía que alimentarte a ti primero.Regina captó la indirecta y alzó la cabeza para contradecirlo.—¡Yo no tengo hambre!La miró a sus ojos grandes y expresivos, y una sonrisa curvó sus labios. No discutió con ella sobre ese punto, sino que desvió la vista hacia la mesita de centro.—Parece que te gustan mucho.Siguió su mirada y vio los lentes de armazón dorado que había tomado de su habitación.—Solo estaba curioseando.Bajó la cabeza, hablando en voz baja. Bajo la luz, un sonrojo le cubrió las mejillas y se extendió hasta las orejas, haciéndola ver... adorable.La observó, con la voz un poco más grave.—Si te gusta algo, tienes que decirlo. Así tu esposo puede complacerte justo como quieres…—¡Cállate! ¡No siga

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