Porque decía que el olor del hot pot era muy fuerte e impregnaba toda la casa, avergonzando a la familia García.Aparte de eso, había muchas más cosas que me estaban prohibidas. En público, no podía reír a carcajadas, ni hablar en voz alta...Durante esos ocho años, parecía que me había convertido en una máquina sin emociones.Y ahora que, por fin, sentía un atisbo de libertad, no pude evitar que mis ojos se anegaran en lágrimas.Cuando regresé del restaurante, ya eran las diez de la noche.Al abrir la puerta, vi a José sentado en el salón con el ceño fruncido. Me había llamado diez veces durante el día, pero no le había contestado ni una sola vez. —¿Dónde has estado? —preguntó, con voz cortante.Me cambié de zapatos, me lavé las manos, antes de responder con frialdad:—He cenado con una amiga.José se acercó, y, al percibir el olor del hot pot, su expresión se oscureció aún más.—Te dije que no comieras hot pot, el olor es insoportable.Le sonreí, fingiendo inocencia.—
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