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Capítulo 2

Autor: Crystal K
El chillido de Lilith estalló en la habitación. Antes de que Cayden pudiera reaccionar, ella barrió con el brazo sobre el tocador.

—¡Crac!

La caja de música mágica de mi madre golpeó el suelo y se hizo mil pedazos. Fragmentos de cristal y engranajes de plata se esparcieron por la alfombra como estrellas caídas. La reliquia que había estado conmigo durante más de veinte años estaba destruida.

—¡Lilith! ¿Qué pasó? —Cayden corrió a su lado.

—No... —Me arrastré hacia los restos de la caja de música.

Cuando la estática de las mentiras se volvía insoportable, solo su música y la magia que mi madre había vertido en ella lograban calmarme. Ahora ya no estaba. Destruida. Sin su consuelo, mi loba se puso más agitada, más salvaje. El aura de mentiras alrededor de Lilith se volvió cegadora, y la estática, ensordecedora.

—¡Lo hiciste a propósito! —La agarré del brazo.

—¡Ahhh! —Ella gritó de dolor—. ¡Cayden, me quiere matar! Su loba... ¡está fuera de control!

Se deslizó al suelo, sujetándose el vientre, y su cara se puso pálida.

—Mi cachorro... Cayden, nuestro cachorro...

Una actuación impecable. Pero podía sentir su engreída satisfacción. Todo esto era parte de su plan.

—Deja de fingir —le reclamé con furia.

—¡Becca! —Cayden me empujó.

Me empujó con tanta fuerza que me estrellé contra la esquina afilada de un estante. El dolor me estalló en la cabeza cuando el borde me abrió la frente. Sentí la sangre tibia escurriendo por mi cara.

Cayden ni siquiera me miró. Se tiró de rodillas junto a Lilith y la levantó con cuidado en sus brazos.

—Ya, tranquila, aquí estoy. Nuestro cachorro va a estar bien.

—Me duele... Cayden, tengo miedo... —sollozó Lilith, aferrándose a su cuello.

Yo me quedé sentada en el rincón, observándolos. La sangre goteaba sobre la caja de música rota, tiñendo de rojo la foto de mi madre.

—¿Cómo pudiste hacerle esto? —Cayden me miró, con unos ojos indiferentes y extraños—. ¡Lleva a mi cachorro!

—Yo no la empujé —dije con la voz ronca—. Ella sola se...

—¡Cállate! —rugió él—. ¡Vi cómo la agarraste del brazo!

Sí, la había agarrado. Pero no para lastimarla. Aunque nadie me creería. Nadie le creería a la loba rechazada.

—¿Qué está pasando aquí?

La voz de la Sabia Seraphina llegó desde la puerta. Era la madre de Cayden, una de las Sabias de la manada. Fue quien más se opuso cuando Cayden me trajo a la manada declarando que quería emparejarse conmigo.

“¡Las parejas del destino pueden ser rechazadas! ¿Cómo va a ser digna de ti una huérfana sin manada?”

Cayden había discutido con el consejo durante tres días y tres noches. Al final, habían aceptado que me convirtiera en Luna solo después de que quedara embarazada. Habían pasado ocho años. Nunca quedé embarazada. Pero el amor de Cayden por mí solo se había fortalecido. Incluso anunció la ceremonia de Luna en contra de los deseos del consejo. Y entonces, en esa misma ceremonia, eligió a otra. El dolor me golpeó de nuevo. Me obligué a salir de ese recuerdo.

Seraphina entró en la habitación como una tormenta, y sus ojos agudos evaluaron la escena: la sangre en el suelo, la caja de música rota, Lilith llorando en brazos de Cayden y yo, sangrando en el rincón.

—¡Maldita perra! —bramó Seraphina—. ¿Intentaste matar a mi nieto? ¡¿Al heredero de esta manada?!

—Yo no...

—¡Silencio! —me cortó de tajo—. ¡La prueba está aquí mismo! ¡Lilith casi pierde al bebé por culpa de tus celos y tu maldad!

Hizo una seña a dos guardias para que se acercaran.

—Enciérrenla en la celda de plata. No podemos dejar que una loca tan peligrosa ande suelta.

Los guardias avanzaron hacia mí. Luché para ponerme de pie, con la sangre goteando desde mi frente.

—Cayden, ¿en serio crees que yo lastimaría a un cachorro inocente?

Sostenía a Lilith, con la cara inexpresiva. Pero sus ojos me dieron la respuesta. En sus ojos, ya no era la Becca que él amaba. Solo era una loba desquiciada, loca de celos.

Los guardias me sujetaron de los brazos, listos para arrastrarme fuera.

Cayden habló. Me miró desde arriba, mientras yo me desangraba en el piso de nuestro hogar, y no hubo ni rastro de piedad en su mirada.

—Vigílenla —ordenó con una voz implacable—. No le quiten la vista de encima hasta que el cachorro esté a salvo.
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