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Capítulo 4

Autor: Crystal K
“Todavía sirve...”

No era mentira. ¿Eso era todo lo que yo significaba para Cayden ahora?

Cuando la puerta de plata se cerró, me quebré. Las lágrimas me escurrían por la cara mientras el dolor insoportable me hacía perder el conocimiento.

Al despertar, noté que el ardor de la plata en el aire se había disipado. Abrí los ojos y vi runas antiguas talladas en los muros de piedra. El ambiente estaba repleto del aroma de la magia oscura.

Me habían trasladado a la cámara secreta de la manada. Traté de sentarme, pero mis extremidades estaban encadenadas con plata. Los grilletes siseaban al quemar mi piel.

Escuché una discusión al otro lado de la puerta.

—Casi toda la energía de su alma de loba ha sido drenada. Ahora es buen momento —dijo Seraphina, muy emocionada.

—Madre, esto es demasiado peligroso —Cayden sonaba dubitativo—. Con el ritual de transferencia de alma... se puede morir.

—Mejor aún —respondió Seraphina con desprecio—. De todas formas, ya es inútil. En lugar de dejarla vivir para causar problemas, deberíamos darle todo su poder a Lilith.

Se me detuvo el corazón. ¿Una transferencia de alma? Eso era magia negra prohibida. Iba a borrar mi existencia.

—Su don te ha ayudado muchísimo a lo largo de los años —continuó Seraphina—. No sé cómo lo hace, pero siempre conoce el límite de tus oponentes en cada negociación. El único valor de esa loba estéril es su don, y está atado a su alma.

Escuché a Cayden tomar aire con fuerza.

—Es un hecho que no se va a quedar —la voz de Seraphina se volvió urgente—. No puedes permitirte perder su poder. Transfiere su alma de loba a Lilith y nuestro hijo tendrá el don más fuerte; será el Alfa más poderoso de la historia.

Silencio. Un silencio largo y pesado.

—Cayden, ¿qué esperas? —la voz de Seraphina se volvió cortante—. ¡Es solo una herramienta! Una herramienta que te traicionó. ¿Todavía intentas protegerla?

—Yo... —le tembló la voz a Cayden.

Contuve la respiración, esperando su respuesta. Esperando que aquel que amé por ocho años tomara una decisión.

—Esta noche —dijo Cayden, con voz implacable—. Haremos el ritual esta noche.

Mi loba debilitada aulló de agonía. Podía sentirlo. No era mentira. Todo lo que hizo para lastimarme fue a propósito.

Ocho años de amor valían menos para él que una herramienta. Ya no era Becca. Solo era una fuente de energía.

Los pasos se alejaron. Junté las pocas fuerzas que me quedaban y tiré de las cadenas. Los grilletes de plata me dejaron cortes profundos en las muñecas.

Pero la agonía emocional era mucho peor que ese dolor. Tenía que escapar. Tenía que salir antes de que me borraran del mapa.

Las cadenas se rompieron. Caminé a tropezones hacia la puerta trasera de la cámara, una salida poco usada que daba al bosque.

Al empujarla, me golpeó una ráfaga de viento helado. Afuera la noche era inmensa y oscura.

Arrastré mi cuerpo roto hacia lo profundo del bosque. Sin rumbo. Solo la necesidad desesperada de alejarme de ahí. Lejos del Alfa que quería destruir mi alma.

Corrí hasta desplomarme en un valle. Estaba cubierta de sangre, sentía que la piel me ardía.

Cuando pensé que estaba a salvo, unos pasos pesados resonaron desde las sombras. Salieron tres hombres lobo corpulentos. Lobos errantes. Los marginados peligrosos, desterrados de sus manadas.

—Miren nada más qué tenemos aquí —el líder barbudo se lamió los labios—. ¿La Beta de Silver Moon? Te ves debilucha.

Me rodearon.

—Oí que traen un drama fuerte en la manada Silver Moon —se burló otro que tenía la cara llena de cicatrices—. Dicen que el Alfa Cayden te cambió por un modelo más nuevo, ¿eh?

Quise correr, pero mi cuerpo ya no daba para más.

—Agárrenla —ordenó el barbudo—. Nos puede servir.

Me inmovilizaron en el suelo.

—La manada Silver Moon nos debe una —dijo el de las cicatrices sacando una daga de plata—. Hora de cobrar. Empezamos con ella.

La hoja de plata se hundió en mi hombro. Grité. Fue un sonido desgarrador. El veneno de plata se empezó a esparcir por mis venas; era una tortura peor que cualquier dolor que hubiera sentido.

—¡Grita! —el barbón me pisó el pecho—. ¡Grita más fuerte! ¡A ver si te escucha tu Alfa!

Se me empezó a nublar la vista. El veneno de plata devoraba a mi loba, que ya estaba débil. Me estaba muriendo.

Quizá era lo mejor. Al menos no iban a destruir mi alma. Al menos no tendría que ver a mi pareja del destino destruirme con sus propias manos.

—¡Patrulla de Silver Moon! —gritó el tercer lobo errante.

Un aullido resonó a lo lejos.

—¡Maldita sea! —masculló el líder—. ¡Tráiganla! ¡Vamos!

Me arrastraron hacia lo profundo del bosque. Traía la daga de plata clavada en el hombro y sentía descargas de agonía cada vez que me movía.

—¡Alto!

La voz de un guardia de Silver Moon resonó en la noche.

Me habían encontrado.

Pero para mí, daba igual si me atrapaban los lobos errantes o si Cayden me llevaba de regreso; el destino era igual de agónico. No, no podía regresar. ¡Que no me encuentren!

En el caos de la huida, me golpeé la cabeza contra una roca afilada. Sentí un líquido tibio escurriendo por mi cabeza.

Veía cada vez menos. Cuando estaba a punto de perder el conocimiento, vi una sombra negra enorme bajar del cielo.

Un lobo negro gigante, majestuoso como un rey de la noche. Se abalanzó sobre los lobos errantes; sus garras y colmillos brillaban bajo la luz de la luna.

La sangre salpicó el aire. Quise verle la cara, pero me pesaban mucho los párpados. La oscuridad me tragó.
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