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Capítulo 3

Author: Crystal K
Me arrojaron a una celda con paredes de plata pura. Era la prisión para hombres lobo de la Manada Silver Moon.

Las paredes de plata drenaban nuestra capacidad de sanación, forzando a que cada herida cerrara al ritmo agónicamente lento de un humano.

Me senté en el suelo metálico y helado; el tajo en mi frente seguía sangrando despacio. Sin luz. Sin ventanas. Solo una oscuridad total y asfixiante.

Mi loba estaba frenética sin la caja de música para calmarla. La plata en el cuarto empeoraba las cosas: sentía cómo me debilitaba y volvía un caos mi don.

No sé cuánto tiempo pasé ahí dentro antes de que la puerta se abriera. Una luz cegadora inundó el lugar y tuve que entrecerrar los ojos.

Entró un lobo de bata blanca. El sanador privado de la manada, Alan.

Detrás de él venían Seraphina y varios guardias.

—¿Ya terminaste de revisarla? —preguntó Seraphina.

Alan asintió con cara de preocupación.

—La cosa no pinta bien. La impresión hizo que el alma de lobo del cachorro se desestabilizara. Si no hacemos algo rápido, Lilith va a perder al bebé.

Sentí la estática de una mentira viniendo de él. Estaba mintiendo. ¿Pero por qué?

—¿Tiene arreglo o no? —exigió saber Seraphina.

—Hay un tratamiento especial —dijo Alan dudando—, pero...

—¡Habla de una vez!

—Se necesita una transferencia de energía de Resplandor Lunar —explicó Alan—. Es un poder raro que solo se forma en una compañera con un vínculo profundo y establecido con un Alfa. Sirve para estabilizar al feto y reparar la conexión dañada.

A Seraphina le brillaron los ojos. Me miró y sonrió con crueldad.

—¿Becca todavía tiene esa energía?

—Debería —asintió Alan—. Su vínculo con el Alfa duró ocho años. Aunque esté roto, debe quedar suficiente energía residual.

Más estática. Más mentiras. Esta vez fue tan agudo que sentí que me iba a partir el cerebro.

—Excelente —dijo Seraphina satisfecha—. Entonces ella le va a pasar su energía a Lilith.

—Esperen. —Intenté ponerme de pie—. No estoy de acuerdo.

—No es opcional —se burló Seraphina—. Tú fuiste la que lastimó a Lilith, casi matas a mi nieto. Salvarlo es tu responsabilidad.

—¡Ya les dije que yo no le hice nada!

—Todos lo vimos, ¿y todavía quieres discutir? —Seraphina hizo un gesto con la mano—. Llévensela.

Los guardias se me echaron encima. Traté de pelear, pero el cuarto de plata me había drenado las fuerzas.

Estaba tan débil como una humana.

Me agarraron de los brazos y me sacaron de la celda a rastras.

Arriba, Cayden estaba sentado junto a la cama de Lilith.

Ella estaba ahí acostada, pálida, viéndose frágil.

Pero mi don me decía que irradiaba pura satisfacción.

—El sanador Alan encontró cómo salvar al cachorro —dijo Seraphina acercándose a su hijo—, pero necesitamos que Becca coopere.

Cayden levantó la mirada y me vio sometida por los guardias.

—¿Cómo?

Alan le explicó lo de la transferencia de energía de Resplandor Lunar.

La cara de Cayden mostró conflicto.

—¿Qué le va a hacer a ella este proceso? —preguntó.

Alan dudó un momento.

—Va a ser muy doloroso. Y va a drenar toda su energía de loba. Va a quedar muy débil un tiempo.

—Pero no se va a morir —añadió Seraphina.

—No, no morirá —confirmó Alan.

Cayden me miró, con un destello de duda en los ojos.

Le sostuve la mirada, buscando el amor que alguna vez hubo ahí, tratando de decirle la verdad solo con verlos.

“¡Es mentira! ¡Por favor, no les creas! Me quieren matar”.

Le mandé el mensaje por nuestro enlace mental roto. Pero en ese momento de duda, Lilith extendió una mano débil.

—Salva a nuestro hijo... por favor...

Sus palabras le pegaron donde más le dolía.

Cayden le tomó la mano y luego me miró a mí.

—Lo siento —dijo—. No puedo dejar que nada amenace la vida de mi heredero.

Dos palabras. Solo dos palabras sellaron mi destino.

—Empieza —le dijo a Alan.

Alan sacó un juego complejo de instrumentos. Agujas de plata conectadas por unos tubos extraños.

—Amárrenla a esa silla —ordenó Alan señalando un asiento junto a la cama.

Los guardias me forzaron a sentarme, atándome muñecas y tobillos con correas de plata.

El metal me quemaba la piel. El dolor desgarrador y la decepción que sentía por Cayden me torturaban al mismo tiempo.

—Esto va a doler —dijo Alan preparando el aparato—. Pero por el bien del niño, tienes que aguantarte.

Me clavó una aguja en la vena. Una agonía explotó desde el piquete, corriendo por mis venas como fuego.

Pero no era el dolor por la aguja.

Sentía como si me estuvieran succionando el alma del cuerpo, arrancándola pedazo a pedazo.

No pude evitar gritar.

Cayden se dio la vuelta, incapaz de ver. Pero no los detuvo.

El ritual duró una hora.

Cuando Alan por fin sacó la aguja, estaba demasiado débil para hablar.

Se me habían ido todas las fuerzas. Mi loba se estaba muriendo.

—¿Cómo está ella? —preguntó Seraphina.

Alan revisó a Lilith.

—Excelente. El niño está estable. Pero podría no ser suficiente.

Lilith sonrió con triunfo.

—Gracias, Becca.

Sus ojos estaban llenos de burla.

—Llévensela de regreso al cuarto de plata. No quiero que intente nada más —ordenó Seraphina.

Los guardias me levantaron a rastras otra vez.

Al pasar por la puerta, escuché a Cayden y a Seraphina hablando.

—Mantenla viva hasta que Lilith dé a luz —dijo Cayden con voz dura y baja—. Su energía todavía sirve.
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