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Capítulo 4

— Mamá, ve con Andrés primero al hospital. Yo me encargaré de esto.

Tras unos segundos de reflexión, Leticia por fin tomó una decisión.

—Leticia, tienes que tomar cartas en este asunto por tu hermano. ¡No puedes perdonar a aquel cabrón! —dijo Yolanda con odio.

—Descuida. Lo solucionaré de manera adecuada —asintió Leticia moviendo la cabeza.

Luego indicó a dos guardias que llevaran a Leticia y a Andrés al hospital.

—Secretaria, ¿cuál es tu opinión sobre esto? —Leticia se frotó las sienes. Le dolía un poco la cabeza.

—Presidenta García, creo que esto está muy claro. Pedro le golpeó primero. Además, los guardias vieron lo que había pasado. No es posible que esto sea falso —respondió Juana.

—Pero…las palabas de mi madre… —Leticia quiso decir algo, pero se detuvo. Era consciente de la audacia de su madre y el autoritarismo de su hermano—. Ocurra lo que ocurra, golpear a otros está mal.

Juana dijo con rectitud:

—Si realmente hay algún malentendido, ¿por qué no se sentaron y trataron de resolverlo? Además, Andrés es tu hermano político. Pedro lo golpeó y no tuvo en cuenta la opinión de usted. ¡Solo con esto ya podemos saber que es una mala persona!

Leticia frunció el ceño, dudando aún más. Sí, aunque su madre y su hermano fueran arbitrarios y caprichosos, no podía justificar la violencia. Incluso le había golpeado a Andrés con mucha fuerza.

Antes se había sentido un poco arrepentida. ¡Qué ironía! Ahora parecía que tomar la decisión de divorciarse de él había sido lo correcto.

—Presidenta, no podemos dejarlo así. Deberíamos pedirle una explicación. Si se atreve a golpear a otros, debe pagar por lo que hizo —dijo Juana, muy apasionada.

Leticia, que ya estaba muy molesta, ahora se sintió enfadada. Sacó enseguida su celular y llamó a Pedro.

Mientras tanto, dentro de un coche Bentley plateado, Pedro echó un vistazo a la pantalla de su celular y no frunció el ceño. Al final, decidió contestar a la llamada.

—Pedro, ¡necesito una explicación razonable! —dijo Leticia con un tono de orden.

—¿Qué tengo que explicar?

—Te pregunto, ¿golpeaste a mi hermano?

—Sí, lo hice. Pero…

Pedro no terminó sus palabras y Leticia lo interrumpió.

—¡Realmente lo hiciste! ¡Nunca pensé que fueras una persona así! ¿Qué? Solo porque me divorcié de ti y, ¿quieres vengarte de mi familia?

Al oírlo, Pedro se quedó atónito. Nunca había pensado que Leticia le hablaría de una manera tan agresiva. E incluso, no le había preguntado el porqué.

Fueron esposos durante tres años y ahora, ¿acaso tenía alguna confianza en él? Ni siquiera los desconocidos se trataban así, ¿verdad?

—Leticia, en tu opinión, ¿soy una persona tan mala? Solo sabes que le golpeé. ¿Has pensado por qué lo hice? —dijo Pedro en voz muy baja.

—No me importa el motivo por el que lo golpeaste. Ninguna excusa puede justificar la violencia —dijo Leticia, muy autoritaria.

Al oír eso, Pedro se rio de sí mismo. En su corazón ya estaba totalmente desesperado por ella. A esa hora, no le importaba la verdad y la culpa.

Era evidente que Leticia se preocupaba más por su hermano que por él.

—Pedro, considerando que fuimos esposos antes, te doy una oportunidad para que lo corrijas. Ve ahora mismo al hospital y pide perdón a Andrés. Si lo haces así, trataré esto como si nunca hubiera pasado. De lo contrario, …

—Si no, ¿qué? ¿Llamarás a la policía para que me detengan? ¿O buscarás a alguien para que me dé una paliza? —dijo Pedro en un tono muy irónico.

—Pedro, ¿realmente no te importa el amor que hemos tenido? ¿Hay que tener una relación tan quebrada entre nosotros? —gritó Leticia.

—¿El amor? Jaja, ¿entre nosotros existe el amor? Sea como sea, lo golpeé. No me importa nada si te vengas de mí, presidenta García.

—¡Tú…!

Leticia iba a decir algo más cuando Pedro le colgó el teléfono. Estaba tan enfadada que estaba a punto de tirar su celular al suelo. Sin embargo, a pesar de la ira, no lo hizo gracias a su capacidad de autocontrol.

—Presidenta García, ese tipo habló y actuó sin cortesía. ¿Es necesario que busque a alguien

para que le golpee? —dijo Juana, aprovechando la oportunidad.

—No hace falta. Ya le he devuelto todo lo que le debía.

Leticia respiró profundamente y se contuvo de enojarse vigorosamente.

—Pero…

La secretaria quería decir algo más, pero la detuvo Leticia con una mano.

—Basta. No mencionarás más este asunto. Lo más importante ahora es la velada de beneficencia organizada por la familia Flores.

—¿La velada de beneficencia? ¿Tiene algo que ver con el socio?

—Exactamente. Acabo de recibir la noticia de que la familia Flores ha incluido a nuestro Grupo Preciosidad en la lista de preselección. Si nos comportamos bien, ¡es muy posible que nos convirtamos en el nuevo socio de la familia Flores!

—¡Genial! ¡Ahora me pondré a prepararlo!

En el otro lado, Pedro colgó el teléfono. Había llegado ya al Primer Hospital de Rulia en el coche de Estrella.

Sin perder tiempo, ambos se apresuraron hacia el edificio y entraron de inmediato en una exclusiva habitación VIP para enfermos.

En la cama yacía un anciano delgado de cabello blanco. Su rostro tenía un tono verdoso, y sus labios mostraban un color violáceo. Su estado era desolador, respiraba débilmente, como si estuviera al borde de la muerte.

A su alrededor había varios médicos. Por su expresión seria, se podía ver que la enfermedad de este anciano era muy grave.

—Hermana, por fin regresaste. Estos médicos son unos inútiles que no sirven para nada.

En ese momento, se acercó una chica muy guapa peinada con una coleta. Era la segunda hija de la familia Flores, Irene.

—Presidenta Flores, hemos hecho todo lo posible. Hicimos el lavado gástrico, la diálisis, la perfusión… pero estas son medidas inmediatas de corto alcance.

—Si no pueden curarlo, entonces cambiaremos de médicos, Deja que el señor González lo vea —contestó Estrella, muy indiferente.

—¿Señor González?

Todos se quedaron atónitos. Miraron a Pedro, que estaba a su lado y sus gestos se volvieron extraños. Porque el hombre ante ellos era demasiado joven y no parecía en absoluto un médico.

—Hermana, ¿no estás bromeando? ¿Él es el señor González? —dijo Irene, muy sorprendida.

—Veo que tiene casi la misma edad que yo. ¿Puede curarlo?

—El hábito no hace al monje. Naturalmente, no es un error porque Bruno me lo recomendó —dijo Estrella.

A decir verdad, ella tampoco tenía confianza. Pero Bruno se lo había recomendado mucho, así que seguro que Pedro tenía algo mejor que los demás.

—¿Quizás Bruno fue engañado?

Irene siguió dudando y preguntando:

—Oye, tú, ¿realmente sabes de medicina?

—Un poco —contestó Pedro.

—¿Solo un poco?

Irene movió los labios con desdén.

—¿Sabes que todos los médicos que pueden entrar en esta habitación son expertos famosos en Rulia? Hasta ellos no pudieron encontrar una solución, ¿cómo te atreves a venir aquí con tu poco conocimiento?

—¡Irene! ¡No seas tan descortés! —le reprochó Estrella.

—Hermana, parece que ese hombre no es nada confiable. Solo estoy preocupada. Si hace que el abuelo muera con su terapia, ¿qué haremos? —dijo Irene.

—¿Qué tonterías estás diciendo? —Estrella frunció levemente el ceño.

—De todos modos, no creo en él, excepto si me lo demuestra —Irene levantó la cabeza.

—¿Cómo quieres que te lo demuestre? —dijo Pedro, muy tranquilo.

—Primero, observa qué enfermedad tengo. Si puedes decirlo exactamente, entonces confiaré en ti.

—¿De verdad quieres que te lo diga?

—¿Qué? ¿Estás asustado? Si no eres capaz, entonces regresa por donde viniste. No pierdas tiempo aquí —dijo sonriendo Irene.

—Saca la lengua —Pedro levantó las manos.

—Ah…— Irene abrió la boca y sacó la lengua cooperativamente.

Después de verla, Pedro dijo sin rodeos:

—Tu hígado estaba demasiado caliente, sufres trastornos endocrinos y tus períodos menstruales no son regulares. Además, a menudo tienes dolores de cabeza.

 » Hoy comiste algo en mal estado, lo que causó una gastroenteritis. Por lo menos tuviste diarrea seis veces en lo que llevamos de día. Y… ah, además, tienes hemorroides.

Al oírlo, Irene se quedó atónita y avergonzada.

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