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Una Bala por su Verdadero Amor
Una Bala por su Verdadero Amor
Author: Peachy

Capítulo 1

Author: Peachy
Durante cinco años, fui dos cosas: la restauradora de arte del jefe de la mafia, Dante Costello, y su secreto. Su amante.

Luego, su familia le impuso un compromiso y, la noche de la fiesta, decidí abandonar al hombre que jamás podría tener.

—Renuncio.

Le entregué mi carta de renuncia a Antonio, su mayordomo.

—¿Estás segura? —Antonio parecía sorprendido—. Al jefe siempre le ha gustado mucho tu trabajo.

¿Gustado? Casi me reí. Era Dante Costello. El Don. El jefe de la familia criminal más poderosa de Nueva York.

Y yo solo era la muchacha a la que le había pagado los estudios. La restauradora de arte que saldaba una deuda. Una cadena perpetua.

Éramos de dos mundos distintos.

—Ya tomé una decisión —dije, con una voz más tranquila de lo que esperaba—. La deuda está saldada. Es momento de irme.

—Esto requiere la aprobación personal del jefe.

—Pues díselo —respondí, girándome hacia la puerta—. No voy a esperar.

Al salir de la mansión, me toqué el collar que llevaba: un pequeño dije en forma de espátula de pintor.

Barato, pero con un gran significado. Lo había comprado para mí cuando me gradué de la escuela de arte.

Era un recordatorio de la vida que se suponía que debía tener. Una vida normal. Me encontró en una noche lluviosa, hace diez años. Pagó por mi educación.

Nunca imaginé que pasaría algo más entre nosotros.

En ese entonces, solo sentía admiración y gratitud. Después de graduarme, acepté trabajar para él y así pagar su inmensa bondad.

Sabía que nunca podría pertenecer a su mundo.

Pero una noche, Dante estaba borracho. Sus labios encontraron mi piel y no tuve poder para resistirme.

Cinco años después, tuve que aceptar la verdad: estaba enamorada de él. Pero tenía que irme.

Regresé a mi departamento y coloqué con cuidado la última pintura al óleo que había restaurado en su estuche protector.

Cuando iba a empezar a empacar, me llegó un mensaje de Dante:

“Prometiste que vendrías a mi fiesta de compromiso. Hice que te enviaran un vestido”.

En ese momento, tocaron a la puerta. Era uno de los hombres de Dante, con un vestido de satén blanco en las manos.

—El jefe la está esperando, señorita.

¿Quería que lo viera ser feliz con otra mujer? Reprimí las lágrimas y me puse el vestido. Esta relación necesitaba un punto final. Necesitaba un cierre.

El carro se detuvo en el lugar del evento. Respiré hondo y bajé.

Torres de champaña resplandecían bajo candelabros de cristal. Los invitados, vestidos con ropa costosa, reían y conversaban.

Cada pintura en las paredes había sido tocada por mis manos, restaurada por mí, devuelta a la vida.

Pero esa noche, yo solo era una intrusa.

Busqué una cara conocida entre la multitud.

Y entonces lo vi.

Dante estaba en el centro del salón. Su esmoquin negro lo hacía ver aún más alto, más imponente.

Tenía un brazo alrededor de una mujer hermosa: Isabella Rossi, su prometida.

Llevaba un vestido de un rojo profundo, como una rosa a punto de florecer.

Sentí una punzada.

Recordé esa noche, tres meses atrás. Me sostenía en sus brazos.

Se movía dentro de mí, duro y rápido, mientras besaba las lágrimas de mis ojos.

Dijo que no quería casarse con Isabella. Que su familia lo estaba obligando. Que quería estar conmigo para siempre.

A la mañana siguiente, actuó como si nada y anunció su compromiso.

—Vaya, miren quién llegó.

Una voz aguda sonó a mis espaldas.

Me di la vuelta. Isabella caminaba hacia mí con una copa de vino tinto y una sonrisa ensayada.

—Te ves… deslumbrante esta noche —su voz era empalagosamente dulce.

—Gracias —respondí, cortante.

—El blanco te sienta bien —dijo, deteniéndose frente a mí con un destello de malicia en los ojos—. Un color puro para una profesión pura, ¿no es así? Restaurar cuadros viejos. Un trabajo tan… elegante.

Sentí cómo todas las miradas en el salón se volvían hacia nosotras.

—Yo solo vine a…

—¿A qué? —me interrumpió, con la voz de pronto chillona—. ¿A arruinar mi fiesta de compromiso? ¿A recordarle a mi prometido que todavía tiene una amante?

El ambiente se volvió tenso.

Todas las conversaciones cesaron.

Todo el mundo nos estaba mirando.

Amante. La palabra fue como una cuchillada en el corazón.

—Yo no…

Isabella me arrojó su copa de vino.

El líquido helado empapó el satén blanco, abriéndose como una flor rojo sangre sobre mi pecho.

Silencio absoluto.

—Ay, por Dios, lo siento muchísimo —Isabella se llevó la mano a la boca en un gesto teatral de sorpresa—. Se me resbaló la mano. Así como a algunas personas se les da por resbalarse en lugares a los que no pertenecen. Como la cama del jefe.

La gente comenzó a susurrar.

Podía escuchar las palabras la amante del jefe y que pagaba las deudas con mi cuerpo.

Me quedé ahí, inmóvil, sintiendo cómo el vino goteaba de mi vestido al piso. En ese momento, la multitud se abrió.

Dante se acercó. El corazón me latía desbocado.

¿Iba a defenderme? ¿Les diría a todos que no era una simple amante, sino la mujer que había amado?

Se detuvo frente a nosotras, su mirada pasando de Isabella a mí.

—¿Qué está pasando aquí? —Su voz era tranquila. Indiferente. La misma indiferencia de la mañana en que despertó a mi lado.

—Mi amor, lo lamento tanto —Isabella se lanzó a sus brazos—. Solo intentaba saludar a la señorita Vance y tropecé con ella por accidente.

Los ojos de Dante, los mismos que me habían mirado en la cama y susurrado palabras de amor, ahora eran pura indiferencia.

—Señor Costello… —empecé, con la voz temblorosa—, puedo explicar…

—No hace falta —me interrumpió, antes de dirigirse a los invitados.

Hizo una pausa, paseando la mirada por el silencioso salón. Luego, pronunció las palabras que hicieron añicos lo que quedaba de mi corazón.

—La señorita Vance es una empleada —dijo, con una calma inquietante—. Nada más. Su relación con esta familia es estrictamente profesional. No tiene derecho a interrumpir esta velada, ni a disgustar a mi prometida.

El mundo comenzó a darme vueltas.

Su mirada era tan dura que sentí que podría desgarrarme.

Pero… si fue él quien me pidió que viniera.

—Seguridad —la voz de Dante resonó en el salón—. Sáquenla de aquí.

En sus brazos, Isabella sonrió con gesto de triunfo.

Los miré. Miré al hombre del que me prohibí enamorarme, pero por quien terminé cayendo a lo largo de cinco largos años.

Estaba abrazando a otra mujer, ignorando mi humillación.

Los guardias comenzaron a caminar hacia mí.

—No se molesten —dije, enderezando la espalda—. Conozco la salida.

Me di la vuelta y me marché.

A mis espaldas, escuché la voz melosa de Isabella.

—Cariño, vamos a bailar.

Empujé las puertas y me encontré con una cortina de lluvia helada.

Me quedé ahí, dejando que el agua limpiara las lágrimas de mi cara y el vino de mi pecho.

Hacía diez años, había tropezado en la calle y su carro me había atropellado.

Recuerdo estar tirada en el asfalto mojado, bajo la lluvia, lista para morir.

Se había parado sobre mí como un dios, un salvador oscuro que me sacaba de los escombros de mi vida.

Esa noche, él mismo me había arrojado de nuevo a las llamas.

De vuelta en mi departamento, acababa de quitarme el vestido mojado cuando mi celular vibró.

Era un mensaje de texto de Dante:

“No arruines mi unión con Isabella. Conoces las consecuencias. Esas noches fueron un error. Olvídalas.”

Me quedé mirando la pantalla, sintiendo cómo se me partía el corazón.

Un error. Todo lo que tuvimos no fue más que un error.

Mi dedo se detuvo sobre la pantalla durante un largo rato antes de que respondiera:

“No se preocupe, señor Costello. Ya no lo amo.”
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