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Capítulo 2

Author: Peachy
Creí que lo de anoche había sido lo peor que podía pasar. Me equivoqué. A la mañana siguiente, mi celular reventó de llamadas.

—¿Ya viste las noticias? —la voz de mi amiga Sarah sonaba aterrada.

Revisé el celular. Una foto en alta definición me regresó la mirada. Era yo, con un vestido blanco manchado de vino, parada miserablemente bajo la lluvia.

Los encabezados eran repugnantes.

“LA AMANTE DE COSTELLO, HUMILLADA EN FIESTA DE COMPROMISO.”

“DEL ESTUDIO DE ARTE A LAS SÁBANAS: LA AVENTURA SECRETA DEL DON.”

Mi cara estaba por todas partes. Ampliada, analizada, compartida. El celular volvió a sonar.

—¿Señorita Elara Vance? Le habla un reportero del Heraldo de Nueva York. Quisiera preguntarle sobre su relación con Dante Costello…

Colgué. Otra llamada.

—¿Cuándo empezaron a salir usted y el jefe?

Colgué.

—¿Cree que las acciones de Isabella Rossi se justifican?

Colgué.

Apagué el teléfono y me dejé caer en el sofá. Durante cinco años, habíamos sido tan cuidadosos. Ni un solo roce en público.

De la noche a la mañana, todo fue para nada. Para la tarde, las noticias habían desaparecido.

Cada artículo, cada foto… todo borrado, como si nunca hubiera existido. Sabía que era obra de Dante. Tenía el poder de hacer desaparecer cualquier cosa que lastimara a su familia.

Pero otra noticia no tardó en ocupar su lugar.

“EL APASIONADO BESO DEL DON COSTELLO Y SU PROMETIDA EN EL CARRO. LA BODA SE ACERCA.”

La foto mostraba a Dante acorralando a Isabella contra el interior de un carro en un beso apasionado. Tenía las piernas enredadas en la cintura de él, con la falda subida hasta los muslos.

La mano de él le agarraba la cadera, apretándola con fuerza contra su cuerpo. Se estaban devorando.

Me quedé mirando la foto, sintiendo dolor agudo. Ayer, me aseguró que nuestra relación era estrictamente profesional.

Hoy, se estaba devorando a Isabella. Quizá solo fui un juguete desde el principio. Nunca le importaron mis sentimientos.

Mi celular sonó. Era Antonio.

—El jefe quiere verla.

Dudé un momento.

—Ya renuncié.

La voz de Antonio se volvió seria.

—No es una petición, señorita. El carro ya está abajo.

Sabía que no podía negarme. En el mundo de Dante, nadie se le negaba.

Veinte minutos después, estaba en el último piso de la Torre Costello. Su oficina privada. El lugar donde hicimos el amor por primera vez.

El aroma del perfume de Isabella todavía estaba sobre el escritorio. Se me revolvió el estómago.

Su asistente me llevó hasta la puerta de la oficina, pero me detuvo afuera.

—Espere aquí, por favor. La señorita Isabella está adentro.

Me quedé parada frente a la puerta. No estaba cerrada del todo.

Sus voces llegaban hasta mí, nítidas y cortantes. La voz de Isabella era hostil.

—Esa mujer sigue trabajando para ti. Y no me gusta nada. Dante, quiero que te encargues de ella. Delante de mí.

La voz de Dante sonaba indiferente.

—Es mi mejor restauradora.

Isabella suspiró con desprecio.

—¿Una restauradora? ¿Y qué te restaura? ¿Tus cuadros o tu cuerpo?

Un largo silencio. Su voz temblaba de ira.

—No soy estúpida. Anoche nos dejaste en ridículo, a mí y a mi familia. ¿Y tu solución? ¿Darle a la prensa una foto nuestra? ¿Crees que no sé en qué estás pensando?

Su voz se tornó venenosa.

—Veo cómo te mira. Te ama.

—Eso no tiene nada que ver conmigo.

Su voz fue un grito agudo.

—¿Que no tiene nada que ver contigo? ¿Y tú qué? ¿Sientes algo por ella? La quiero fuera de aquí. Quiero que desaparezca. Para siempre.

Más silencio. Un silencio largo. Entonces, llegó su respuesta, cada palabra un golpe frío e indiferente.

—Es un activo. Nada más.

Sentí como si algo me golpeara el estómago. En ese momento, la puerta se abrió.

Isabella salió y me vio parada ahí. Sonrió de manera triunfal.

Su voz era empalagosamente dulce.

—Vaya, Elara, estás aquí. Qué oportuna. Hay algo que quería decirte.

Se acercó a la barra de bebidas y tiró a propósito un vaso de cristal.

—¡CRAC!

Los fragmentos se esparcieron por el suelo. Isabella fingió sorpresa.

—Uy, qué torpe. Es lo mejor. Hay cosas que nacieron para romperse, ¿no?

Se agachó y tomó un trozo de vidrio. Su mano se movió como un relámpago y me cortó el dorso de la mía. La sangre brotó.

—¡Isabella! —grité.

Se burló.

—¿Qué? ¿Te duele? Esto no es nada. ¿Tienes idea de lo que duele ver a tu prometido con otra?

Me sujeté la mano herida, fulminándola con la mirada.

—No hay nada entre Dante y yo…

—¿Nada? —me interrumpió Isabella, con una voz chillona—. Una niñita pobre que no podía pagar sus estudios, becada por el jefe, que se queda a su lado cinco años. ¿Nos crees estúpidos o qué?

Se acercó más, con una mirada de veneno.

—¿En serio creíste que con tu cara bonita y tu cuerpo ibas a enamorar a Dante? Reacciona, Elara. Solo eres un juguete del que ya se aburrió.

—Basta.

La voz de Dante llegó desde la oficina. Salió y nos recorrió con la mirada.

Arrugó la frente al ver la sangre en mi mano. Pero su expresión enseguida volvió a ser una máscara de indiferencia.

—Vete a casa. Tengo que hablar de trabajo.

Isabella lo miró con desconfianza, su tono molesto.

—¿Trabajo? Solo deshazte de ella para siempre. Elige, Dante. O ella o yo.

Dante me miró y luego volvió a mirar a Isabella. Habló con seriedad.

—Todavía tiene proyectos que terminar. No puedo permitir que los sentimientos se metan en los negocios.

La voz de Isabella se volvió amenazante.

—¿Sentimientos personales? ¿Tienes sentimientos por ella?

—No me refería a eso —aclaró Dante—. Hablaba de tus sentimientos, Isabella. No te proyectes.

Isabella entrecerró los ojos.

—¿No puedes o no quieres despedirla?
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