En la imagen, yo estaba hablando en un café con un hombre, muy cerca el uno del otro. Desde el ángulo que Sofía había filmado, el momento parecía íntimo.Un murmullo de sorpresa recorrió la sala, y las miradas de desprecio se posaron sobre mí.Sofía, aprovechando el momento, lanzó la acusación:—¡Valeria, solo porque le estás poniendo los cuernos a Alejandro, retrasaste a propósito su tratamiento! ¡Querías que muriera!Alejandro, furioso, gritaba entre dientes:—¡Zorra! ¿Así que me ponías los cuernos? ¡Merecías morir!Bella, cegada por la ira, intentó golpearme de nuevo, pero aparté su brazo. Una sonrisa fría se dibujó en mis labios mientras miraba a Sofía con desdén.—Para calumniarme, necesitas pruebas concretas. Pero yo sí tengo evidencia de cómo te colaste en este hospital por contactos.Mis palabras borraron instantáneamente la arrogancia del rostro de Sofía. Y justo entonces, desde la entrada, llegó la voz que había estado esperando.—Perdón, señorita, el tráfico en la carretera
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