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Capítulo 6

Autor: Bendición de Nube
Al oír esto, la expresión de Luis cambió por completo. Tras reflexionar un momento, él tomó las manos de Elena y dijo en voz baja:

—Elenita, la representante de Laura vino a verme... Dice que la situación familiar de Laura es complicada, y no puede pagar la indemnización. ¿Qué tal si la dejamos como modelo este trimestre? El siguiente la cambiamos sin falta, ¿vale?

El corazón de Elena se heló poco a poco. Al final, Luis no había podido dejar de proteger a Laura...

Elena apretó con fuerza el labio inferior, esbozando una amarga sonrisa:

—Como tú quieras.

Dicho esto, ella lo apartó y se acostó en la cama.

—Estoy agotada. Quiero dormir —dijo Elena.

Al verla así, Luis no insistió. Pero él sabía que lo de hoy la había herido, y un sentimiento de culpa lo invadió mientras la abrazaba por detrás con fuerza. Ya la compensaría más adelante...

***

Al día siguiente, Luis dedicó todo el día a cuidarla, cuidándola con todo detalle. Sin embargo, Elena no se conmovió y fue a trabajar como siempre, porque era el día de la sesión fotográfica. Al entrar al estudio, el bullicio les golpeó los tímpanos, mezclado con música heavy metal.

Luis, abrazándola, frunció el ceño y ordenó:

—Bajen el volumen. A mi esposa no le gusta el ruido.

Las ventanas estaban abiertas de par en par y volaba el polen de álamo. Sabiendo que ella tenía rinitis, Luis pidió:

—Cierren las ventanas.

***

Los presentes no pudieron evitar suspirar que Luis realmente la consiente demasiado. Así había sido siempre: con solo fruncir el ceño, él ya sabía lo que pasaba por su mente. Pero ahora, Elena ya no se conmovía, menos aún tenía ánimos para seguirle la farsa.

—Va a empezar la sesión. Entro ya —dijo ella.

Luis le apretó la mano y dijo:

—Ve. Yo te espero aquí.

Elena mantuvo una sonrisa forzada que se desvaneció en cuanto se dio la vuelta. Clara, su asistente, abrió la puerta del estudio mientras le informaba algunos detalles.

Dentro, se escuchó una voz masculina cargada de condescendencia:

—No llores, mi vida. En cuanto termine, voy a acompañarte y te compenso, ¿vale? Lo siento por la vez pasada, fui un imbécil. Te prometo que no volverá a pasar...

Era la voz de Luis, apenas reconocible si no se prestaba atención. El rostro de Elena se ensombreció al instante y apretó los puños a los lados.

No habían pasado ni doce horas desde que Luis le había prometido “que no volvería a suceder”, y ya su amante se lo restregaba por la cara.

Elena detuvo sus pasos y miró a lo lejos: allí estaba Laura, sentada en el sofá, jugando con una gata.

—Elenita, ¿a que la voz de papi suena bonito? Esta noche vendrá a quedarse con nosotras. ¿Estás contenta?

¿Elenita? Clara, de carácter impulsivo y siempre protectora con Elena, se acercó furiosa y dijo:

—Señorita Hernández, estamos en horario laboral, ¿qué significa traer una gata? ¿Y cómo ha dicho que la gata se llama?

Laura frunció los labios, rascó la barbilla de la gata ragdoll y miró a Elena con malicia.

—Señorita Elena, Elenita es muy tranquila. Mire, se deja manipular. Ella no afectará el trabajo, y usted puede estar segura... —dijo Laura.

—¡Tú...! —dijo Clara, frunciendo el ceño.

Elena detuvo a Clara y miró fríamente a Laura.

—Mi novio me compró a Elenita —dijo Laura, sonriente—, para que no me sintiera sola. Como temí que le pasara algo en casa, lo traje. La señorita Elena, que es tan comprensiva, no tendrá problema, ¿verdad?

Su novio... claro, se refería a Luis.

Elena captó perfectamente la arrogancia en sus palabras. Sabía que Laura intentaba hurgar en su herida. A ella le gustaban los gatos, pero Luis, que era maniático con la limpieza, no soportaba las mascotas en casa. Por mucho que los deseara, ella nunca compró uno. Luis, enterado, se había conmovido y la abrazó, diciéndole lo considerada que era. Y ahora... le había comprado una gata a Laura. La respiración de Elena temblaba de rabia.

Laura no iba a desaprovechar la oportunidad de herir a Elena. Se levantó con la gata en brazos y dijo:

—He oído que a la señorita Elena le gustan los gatos. Como el señor Luis no le compró uno, ¿quiere acariciarlo?

Elena entornó los ojos, observó a la gata y dijo con voz serena pero helada:

—Sabe elegir muy bien los nombres, señorita Hernández. Elenita es un nombre precioso, y la gata es hermosa y dócil. Solo que... su dueña, quien no es muy lista y es demasiado engreída, no está a su altura. No me importa cómo se haga en otras empresas. Si firmaste con la mía, cumplirás mis normas. ¡Saca a la gata! Y dedícate a tu trabajo.

Laura, consumida por la rabia y la frustración, no daba crédito. Esperaba que Elena hubiera reaccionado con desesperación, no con tal contundencia.

Los murmullos estallaron entre el personal:

—¡Qué satisfacción! ¿Vieron la cara que puso Laura?

—¡Estoy hasta la coronilla de sus aires de diva! ¿Quién se cree para ponerse por encima de la señorita Elena?

A Laura se le demudó el rostro por completo, incapaz de contener la furia. Elena la recorrió con una mirada gélida y añadió con una risa fría y mordaz:

—Si no le parece bien, señorita Hernández, puede romper el contrato. La esperan esos treinta millones de dólares.

Al oírlo, el rostro de Laura palideció aún más. Ella no tuvo más remedio que sacar a la gata... entre las risas de todos.

Al terminar una serie de fotos, Elena hablaba de trabajo con el fotógrafo. De pronto, alguien se acercó alarmado:

—Señorita Elena, ¡problemas!

Elena fue rápidamente al baño y encontró a Laura discutiendo con Clara. De pronto, Laura levantó la mano para darle una bofetada...

—¡Alto! —ordenó Elena enérgicamente.

Pero Laura no le tenía miedo y descargó su bofetada con fuerza. ¡Bien merecido por haberse burlado de ella! Clara soltó un taco y, sin dudar, le devolvió el golpe.

—¡Aaay...! —chilló Laura.

La mejilla de Laura se enrojeció al instante y cayó al suelo con fragilidad exagerada, golpeándose la cabeza contra la pared de mármol. Tanto Elena como Clara se quedaron paralizadas...

—¿Qué está pasando? —rugió Luis desde atrás, con una ira apenas contenida. Al ver a Laura tirada en el suelo, desamparada y afligida, le causó una punzada de angustia.

Las lágrimas anegaron los ojos de Laura. Al ver a Luis, gotas gigantes rodaron por sus mejillas.

—Lo siento... no debería haberme enfrentado a la señorita Clara... No volveré a hacerlo... —dijo Laura. Siempre igual: unas lágrimas, unos sollozos, y la culpa era de los demás.

Elena frunció el ceño, apretando los dedos con fuerza. Luis, al conectar con aquellos ojos húmedos y suplicantes de Laura, sintió que el corazón se le partía. Instintivamente, él quiso ayudarla a levantarse, pero pensando en Elena, le indicó a su secretario que lo hiciera. Luego, clavó una mirada glacial en Clara y dijo:

—Le has dado una bofetada. ¿No piensas disculparte? Al fin y al cabo, ella es la imagen de nuestra empresa. ¡¿Cómo pudiste hacer algo así?! Si esto se difunde, ¿qué imagen daremos al público? ¡Discúlpate! De lo contrario, no me quedará más remedio que aplicar el reglamento y despedirte.

Luis podía ser dulce, pero cuando estallaba su furia, imponía con una presencia intimidante, casi aterradora.

Clara palideció de miedo, pero disculparse con esa... zorra... le resultaba tan repugnante como tragarse un sapo.

Elena no pudo tolerarlo más. Ella tocó el brazo de Luis y dijo:

—Luis...

Al verlo, Laura se enjugó las lágrimas y dijo:

—No pasa nada, señor Martínez. Solo soy una artista de tercera, sin renombre. Que me desprecien, que me abofeteen... es normal. En serio, no importa. No quiero que usted y la señorita Elena discutan por mí.

Estas palabras hicieron que Luis se compadeciera aún más. Él tomó la mano de Elena y suavizó la voz:

—Elenita, no la defiendas. Si esto sale a la luz, perjudicará a la empresa. Hazme caso esta vez, ¿vale?

Al oírlo, las palabras de súplica que Elena estaba a punto de pronunciar se congelaron en sus labios. Lo miró, atónita, mientras un dolor agudo, era como si le clavaran un cuchillo en el pecho...

“Bonitas palabras. ‘Por la empresa’. Lo único que quieres es evitar que su amante sufra. Luis... Luis... ¿No ves tu propia cara de hipócrita?”

Elena respiró hondo, intentando aliviar el dolor insoportable. Ella liberó su mano y puso a Clara, temblorosa, a sus espaldas. Luego, sacó su teléfono del bolsillo y miró con frialdad a Laura, que seguía llorando desconsoladamente.

—Qué casualidad. Yo también acabo de tomar una foto—dijo Elena con voz serena—.Si esto se sube a internet, sin duda causará un gran revuelo.

Al oír esto, la expresión de Laura cambió radicalmente. Clavó sus ojos en el teléfono y pensó:

“¿Acaso habrá grabado cuando le di la bofetada a Clara?”

Luis frunció el ceño y preguntó:

—¿Qué foto? Déjame ver.

Elena miró con calma a Laura, que estaba ya paralizada por el pánico.
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