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Capítulo 4

Penulis: Quirós
Después de eso, Guillermo no volvió a ponerse en contacto conmigo.

Tampoco volvió a verme.

De verdad pensaba que yo solo estaba enojada, como tantas veces antes. Que me bastaría con procesar mis infortunios y, cuando estuviera curada, volvería sin dudarlo y con buena actitud para convertirme en la sirvienta de Luisa.

Incluso empezó a publicar más y más fotos íntimas con ella en la red social de la manada.

Escogiendo juntos la cuna. Preparando juntos el cuarto para el bebé.

Yo miraba esas imágenes sin ninguna expresión, con el corazón en calma.

¿Y eso qué tenía que ver con la mujer en la que yo me había convertido?

Ya no me importaba.

Fuera de la puerta, los guardias del Rey Alfa llevaban mucho rato esperándome.

Al verme, se cuadraron y bajaron la cabeza en señal de respeto: la reverencia reservada a la futura Luna del Rey Alfa.

Sin mirar atrás, bajo su escolta subí al carruaje de la manada del Rey Alfa.

En el asiento, bloqueé todos los medios de comunicación con Guillermo y Saúl, y después arrojé el móvil por la ventana.

En ese momento supe que acababa de cortar mi último hilo con el pasado.

***

Al mismo tiempo

Frente a la sala de recuperación de la manada, Guillermo estaba visiblemente nervioso.

Quizá porque, tras el impacto de energía de días atrás, Luisa había entrado en trabajo de parto antes de tiempo y él ya no podía estar tranquilo.

Cada vez que pensaba en ese niño que iba a continuar con su linaje de Alfa, sentía una satisfacción inmensa.

No dejaba de repetirse lo afortunado que había sido al “corregir” aquel error.

Esa ladrona despreciable de Susan nunca había estado a la altura de su linaje.

Saúl caminaba de un lado a otro, inquieto, murmurando sin parar:

—Han pasado días y Susan sigue sin aparecer, ¿ni siquiera sus heridas han sanado? ¡Luisa está a punto de dar a luz! Esa sirvienta se atreve a escaparse justo ahora… ¡Es absurdo!

El rostro de Guillermo se oscureció.

No podía quitarse de la cabeza su última conversación con ella.

Cuando él usó “la expulsión” como último recurso para amenazarla, Susan no lloró, no suplicó, no se arrodilló. Solo dijo con calma: “Está bien”.

Jamás había visto algo así. Una frialdad absoluta, como si ya no le importara nada.

¿Cómo se atreve? Porque su energía todavía ayuda a la manada, ¿cree que puede comportarse como si nada la detuviera?

Cuando Luisa diera a luz al heredero más fuerte, Susan tendría que tragarse cada una de sus “locuras”.

Pensando en esto, marcó su número. Descubrió que lo había bloqueado.

Saúl intentó llamarla también: bloqueado.

—¡Está loca! —maldijo Saúl, intentando contactar a otros miembros.

Justo en ese momento se abrió la puerta de la sala de recuperación.

La enfermera salió empapada en sudor.

—¡Nació, nació!

Guillermo y Saúl se abalanzaron sobre ella, emocionados:

—¿Cómo está el niño? ¿Es Alfa?

Pero el rostro de la enfermera era extraño, casi asustado. Tartamudeó:

—Esta… está muy saludable… pero de sangre Omega.

—¿Qué?

Guillermo y Saúl se quedaron como petrificados, como si un rayo les hubiera caído encima.

—No… no puede ser —murmuró Guillermo, como intentando consolarse, y empujó a la enfermera para entrar.

Ella lo detuvo, pálida y temblorosa:

—Heredero Alfa… en cuanto confirmé que el niño era Omega, informé al Alfa y a la Luna.

No había terminado de hablar cuando dos presencias poderosas llenaron la sala.

Sus padres habían llegado desde la frontera a toda velocidad.

—¡Bastardo!

El Alfa padre, furioso, le cruzó la cara con una bofetada.

—¿Te atreviste a ignorar la profecía? ¡Estúpido! ¡Casi destruyes el futuro de nuestra manada! ¡Llama a Susan de inmediato!

Guillermo quedó completamente paralizado.

Las palabras de su padre y el “hijo bastardo” Omega eran como martillos que destrozaban todo lo que había creído durante años.

Así que… la profecía era cierta.

Susan… tenía razón.

Ella era la Luna que traería la verdadera esperanza a la manada.

Todo su cuerpo tembló. Miedo y arrepentimiento lo invadieron como una ola.

¡Tenía que encontrarla!

Pero al girar para salir, un soldado con armadura plateada apareció en la puerta, silencioso como un fantasma.

Su mirada recorrió la sala y se detuvo en Guillermo.

Habló con voz tranquila e implacable:

—Heredero Alfa, Guillermo.

Mi señora, la Reina Luna Susan, ya partió en el carruaje nupcial del Rey Alfa hacia la Ciudad Real. Me envía para reclamar algo que es suyo: el colgante de colmillo de lobo que le entregó como símbolo de compromiso.
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