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Capítulo 4

Author: Alyssa J
Grayson se volteó, con la mirada igual de tensa.

—¿Qué? ¿Te vas de la casa?

Sentí una punzada. Con las prisas por atrapar al lobo rebelde, se me había olvidado esconder la maleta. Me apreté la herida de la manga con fuerza y forcé una sonrisa tranquila.

—Es que verlos prepararse para el viaje me dio ganas de salir también, así que empaqué mis cosas de una vez. Así solo escojo un destino y voy.

Victoria se acercó y se le colgó del brazo a Grayson, muy coqueta.

—Seguro mi hermana nada más quiere despejarse, no te preocupes. Pero hermana, si te vas y necesito esencia de lobo, ¿qué voy a hacer?

Sacó el tema de la “esencia de lobo” a propósito, para recordarles a todos la única razón de mi existencia. A papá y a mamá se les descompuso la cara.

—¿Irte? ¿Para qué? ¿No te dije que te quedaras junto a Victoria todo el tiempo?

—¡Exacto! ¿Qué tal si Victoria se siente mal en la madrugada y tú no estás? Si pasa algo, ¿quién va a responder? ¿Ya se te olvidó para qué te tuvimos?

Grayson me vio la cara pálida y, de pronto, se sintió inquieto. Recordó que cuando compró el regalo de compromiso hace unos días, yo le había comentado casualmente que “quería buscar un lugar con bosques para pintar”. ¿Hablaba en serio? Pero Victoria volvió a jalarle la mano.

—Ha de ser un berrinche de mi hermana. Cuando entre en razón va a regresar. Si la presionas, se va a enojar más.

Él lo dudó. Por un lado estaba la determinación en los ojos de Ember y, por el otro, la supuesta comprensión de Victoria. Al final, decidió creerle.

—Si quieres ir a algún lado está bien, pero avisa. Es muy peligroso que estés sola.

Me dio gracia. Seguía sin entender: el bosque al que yo iba era uno que jamás podrían encontrar.

***

Unos días después era el cumpleaños de Victoria y el mío. Aunque nos llevábamos tres años, nuestros cumpleaños caían el mismo día, pero en la casa siempre había un solo pastel: el de fresa, el favorito de Victoria, con las velas que correspondían únicamente a su edad.

En mi vida anterior le pregunté a mamá ingenuamente: “¿por qué no hay velas para mí?” Me contestó: “dos pasteles sería un desperdicio, puedes soplar las velas junto con Victoria”. Ahora entendía que no se trataba de ahorrar: no querían que mi cumpleaños le robara ni un poco de protagonismo.

En la fiesta, la sala estaba llena de globos rosas. Victoria estaba parada en el centro con un vestido de princesa que le había comprado Grayson, abriendo un regalo tras otro.

—¡Gracias por la pulsera, ma!

—¡Gracias por el peluche, Finn!

—¡Este collar de piedras preciosas está divino!

Todos se amontonaban a su alrededor mientras nadie notaba que yo estaba en un rincón, apretando una tarjeta de cumpleaños que había dibujado yo misma; algo que nunca pude entregar en mi vida pasada, y que ahora tenía menos sentido que nunca.

—¿Por qué traes dos cajas para tu regalo?

Victoria levantó dos cajas envueltas de forma similar y miró a Grayson confundida. Las miradas curiosas de todos siguieron el gesto, y Grayson, incómodo, me extendió una de las cajas.

—Esta es para ti.

Tomé la caja y mis dedos reconocieron el peso familiar: en mi vida anterior me había dado la misma caja. Adentro venía el artículo de promoción que regalaban en la compra del collar de Victoria. Efectivamente, al abrirla apareció una pulsera barata, mientras Victoria sostenía un collar incrustado de rubíes.

Finn no pudo evitar reírse.

—Ah, mira, es el regalo gratis. Le queda perfecto a Ember.

Mamá también opinó:

—Sí, aparte Ember ni usa joyas. Darle algo muy fino sería un desperdicio.

Victoria se tapó la boca, fingiendo sorpresa.

—¡Ay! ¿Entonces esta era la de regalo? ¿Por qué no dijiste antes? ¡Pensé que le habías comprado algo muy bonito a mi hermana!

Mientras hablaba, me levantó las cejas disimuladamente, con burla. No dije nada, solo tiré la pulsera a la basura discretamente cuando nadie me veía.

Cuando se acabó la fiesta, Victoria dijo:

—Acabo de sacar mi licencia y quiero llevarlos a todos a la casa hoy. ¿Se puede?

Papá y mamá aceptaron.

—¡Claro! ¡Nuestra Victoria es tan capaz!

Finn también sonrió.

—Yo me voy de copiloto para irte cuidando.

Se les olvidó que yo seguía parada junto a la puerta del garaje. Antes de arrancar, Victoria me miró a propósito y luego le dijo a Finn:

—Mi hermana está parada ahí atrás. Me da miedo pegarle cuando me eche de reversa. ¿Le dices que se quite?

Finn manoteó hacia mí.

—¡Muévete! ¡No le estorbes a Victoria!

Estaba a punto de dar un paso cuando vi que los labios de Victoria se curvaban en una sonrisa siniestra. Al segundo siguiente, acompañado por el rechinar de las llantas, el auto se estrelló contra mí, aventándome al suelo. Mientras perdía el conocimiento, escuché el llanto falso de Victoria.

—¡Perdón! ¡No quise hacerlo! ¡Me equivoqué de pedal!

Luego se escuchó el grito de mamá:

—¡Ember!

Así que nunca tuvo la intención de dejarme vivir, desde el principio.
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