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Capítulo 5

Autor: Alyssa J
Cuando volví a abrir los ojos, me encontraba en la unidad de terapia intensiva del hospital con el cuerpo hecho pedazos. Jamás me hubiera imaginado que, después de haberle dado tantas transfusiones de esencia a Victoria durante toda mi vida, cuando me encontrara entre la vida y la muerte, ni una sola alma estaría dispuesta a usar la esencia de mi hermana para salvarme. ¡Sobre todo cuando este accidente de auto fue orquestado por ella desde el principio!

El sanador estaba negociando con mi familia afuera de la habitación y su voz se colaba por la rendija de la puerta.

—El alma de lobo de Ember sufrió daños severos en el choque. Necesita una transfusión de esencia inmediata o no va a amanecer. Victoria y ella comparten el mismo origen, tienen la tasa de compatibilidad más alta. ¿Por qué se niegan a que Victoria sea la donante?

Escuché la voz alarmada de mi madre:

—¡Ni de chiste! ¿Cómo crees que mi hija va a donar esencia de lobo? Está muy débil, ¡le podría pasar algo si lo hace!

Mi padre intervino:

—Piensen en otra solución, busquen a otros que sean compatibles. ¡Pagaremos lo que sea necesario!

La voz de Finn sonaba llena de coraje:

—Ember chocó por descuidada, ¿por qué Victoria tendría que sacrificarse por ella?

Se escuchó la voz de Grayson, indiferente y decidida:

—Yo me encargo de conseguir otro donante para Ember.

Mi corazón se seguía partiendo. Recordé cómo le temblaban los dedos cuando me marcó en mi vida pasada; recordé la lámpara de noche que me dejó a escondidas; recordé cuando me dio el regalo de compromiso y preguntó si era suficiente para comprar un bosque. Resulta que todo eso no eran más que ilusiones mías. Cuando se trataba de Victoria, yo siempre sería la pieza sacrificable.

Sentí un dolor intenso de nuevo y me hundí en la oscuridad.

Cuando desperté otra vez, ya habían pasado tres días. Al abrir los ojos, al primero que vi fue a Grayson. Estaba recargado en la orilla de la cama, dormido, con los ojos rojos y aferrando un papel. Era un boceto del bosque que yo había dibujado antes, aunque no tenía idea de dónde lo había sacado.

Al escuchar que me movía, se despertó, mirándome con sorpresa.

—¡Despertaste! ¿Te duele algo? ¡Voy por el sanador!

Cuando se dio la vuelta para llamarlo, noté las manchas en los puños de su camisa. Era mi sangre, la del accidente de auto; al parecer, todavía no se había lavado. Después de revisarme, el sanador comentó:

—Por suerte encontramos un donante de esencia de lobo compatible a tiempo, de lo contrario la situación habría sido muy peligrosa.

Grayson se sentó junto a la cama y me acomodó la cobija con cuidado.

—¿Qué se te antoja comer? Le diré a los cocineros que te lo preparen. Perdón... por lo de aquel día, quise salvarte, es solo que Victoria, ella...

Quiso decir algo más pero se detuvo. No podía explicar por qué, entre Victoria y yo, siempre la elegía a ella. Vi la culpa en su mirada, pero mi corazón seguía tranquilo. Tal vez me amaba, pero yo ya no necesitaba ese amor.

Cuando Grayson salió, le pregunté a la enfermera:

—¿Quién terminó donándome la esencia?

La enfermera suspiró.

—Fue un sanador de nuestro hospital. Se suponía que estaba de vacaciones, pero regresó corriendo en cuanto supo de tu estado. Tu familia sí que es extraña... Intentamos convencerlos por horas, pero se negaron a dejar que tu hermana donara. Hasta dijeron: “Ember es fuerte, ella se puede recuperar sola”.

Durante mi estancia en el hospital, mi padre y mi madre nunca vinieron a verme, ni una sola vez. Solo Grayson venía a diario. Me traía el pastel de moras azules que solía gustarme y me leía libros sobre bosques, pero nunca mencionaba a Victoria.

Yo sabía que Victoria debía estar llamándolo todos los días, usando el pretexto de que se sentía mal para aferrarse a él. Y no me equivoqué; una vez lo escuché al teléfono en el pasillo, con un tono lleno de impotencia.

—Sé que no te sientes bien, pero Ember sigue internada. No puedo irme mucho tiempo...

El día que me dieron el alta, vino a recogerme como había prometido. Cuando llegamos a la entrada del hospital, sonó su celular. Al ver quién llamaba, su cara cambió: era Victoria.

Contestó la llamada y su voz se suavizó.

—¿Qué pasó? ¿Otra vez te sientes mal?

No supe qué le dijeron del otro lado, pero arrugó la frente y su mano se tensó al apretar el celular.

—No te pongas así, tengo que llevar a Ember a la casa... Está bien, está bien, ya voy para allá. No te alteres.

Después de colgar, me miró con cierta culpa.

—Dice Victoria que se mareó de pronto. Tengo que llevarla al hospital primero. ¿Te puedes ir en taxi a la casa?

Asentí con calma.

—Claro, ve.

Mientras veía su auto desaparecer de mi vista, sonreí. Victoria había usado sus “mareos” para llevárselo otra vez con engaños, igual que incontables veces en mi vida pasada. Apagué el celular y pedí un taxi al Consejo Alfa. Esta vez, no iba a dejar que Victoria se saliera con la suya.
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