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Capítulo 138

Penulis: Celia Soler
Regina quiso convencerse de que Gabriel nunca le sería infiel, pero la imagen de esa doctora que le coqueteaba sin disimulo le vino a la mente. Se mordió el labio.

—¿Y entonces qué hago?

Andrea la llevó a una tienda de lencería en el piso de abajo y empezó a elegir conjuntos a diestra y siniestra para ella.

Regina vio que las prendas apenas tenían tela. Supo que era lencería provocadora y la rechazó sin pensarlo.

—No quiero.

—¡Te verías súper bien con esto!

Andrea incluso se lo puso enfrente para que viera cómo le quedaría.

Regina sintió que todas las vendedoras la miraban y se sonrojó hasta las orejas.

—Aunque se viera bien, no lo quiero. No necesito nada de esto, ¡vámonos!

Se dio la vuelta para irse, pero su amiga la detuvo con una orden directa a la empleada.

—Me llevo este, y este también… ah, y ese de allá.

Al ver que cada pieza que elegía era más reveladora que la anterior, no pudo más con la vergüenza.

—Quédatelos tú.

—¿No has oído el dicho? Los problemas de pareja se arreglan e
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    Gabriel solía comer fuera, y para ese momento ya había pasado la hora del almuerzo. Regina sabía que él se clavaba tanto en el trabajo que a veces se le olvidaba comer; apenas eran las tres de la tarde, así que era muy probable que no lo hubiera hecho.Dejó el control remoto a un lado y se puso de pie a toda prisa.—¿Ya comiste? Si no, te preparo algo…No pudo terminar la frase. Él se acercó con una expresión tenebrosa y, antes de que ella pudiera reaccionar, se inclinó para tomarla en brazos y la llevó con paso decidido hacia su habitación.La arrojó sobre la cama.El colchón era tan suave que el impacto no la lastimó, pero el gesto en sí fue violento. Regina se sintió un poco mareada por el movimiento. Justo cuando intentaba incorporarse, él se abalanzó sobre ella, inmovilizándola de nuevo contra las sábanas.—¿Qué te pasa? ¿Qué haces?Podía adivinar sus intenciones. Estaban en la cama, ¿qué más podría querer? Pero era pleno día, las cortinas estaban abiertas de par en par y la luz d

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    —Supongo que ya sabes a qué vine.Su tono era hostil.Gabriel le sostuvo la mirada.—Regina es mi esposa. Ya no deberías estar detrás de ella.—¿Tu esposa?Maximiliano repitió las palabras para sí, una sonrisa burlona asomando en sus labios.—Según recuerdo, eres de la misma generación que el señor Morales. A tu edad, podrías ser su papá o su tío. ¿No te da miedo que la gente se burle de ti por asaltacunas?Gabriel respondió con serenidad.—Tú engañaste a Regina con su mejor amiga y no parece que te importe lo que piense la gente. Comparado con eso, lo nuestro fue transparente y legal, no hicimos nada a escondidas. No creo que nadie tenga por qué burlarse de nosotros.La expresión burlona de Maximiliano se desvaneció. Al ver la indiferencia de su interlocutor, no pudo contener su furia.—¡Regina es mía! Ella me ama a mí, estuvimos juntos diez años. ¿Sabes lo que significan diez años? ¡Hemos estado juntos prácticamente toda la vida! Conozco todo de ella: sus gustos, sus pasatiempos, has

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    Gabriel llevaba tres días sin venir a casa a cenar. Regina supuso que estaba comiendo fuera, pero al limpiar su cuarto, encontró un frasco de medicina para el estómago junto a un vaso de agua en el buró.Se sentía fatal, así que mientras estaban en la tienda buscando un lavavajillas, no pudo evitar desahogarse con Andrea.Su amiga no pudo evitar reírse al escucharla.—Pues parece que sí se puso celoso, y bastante.Regina infló las mejillas, molesta.—¡No está celoso, está enojado conmigo, que es diferente!—¡Pero que esté enojado contigo es la prueba de que está celoso!—No entiendo por qué insistes en que le gusto. Yo no he visto ninguna prueba, para nada.Andrea la observó, con una expresión calculadora.—A ver, Gabriel no es como cualquier otro tipo. Con el estatus y el dinero que tiene, le sobran mujeres que se le avientan. Mi hermano dice que en todos estos años no se le ha conocido a nadie. Un hombre que supuestamente no pela a las mujeres de repente va contigo al registro civil

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    Gabriel se tensó ligeramente.—¿No tienen otra cosa que hacer?Sebastián soltó una bocanada de humo y sacudió la ceniza del cigarro con una sonrisa.—Tengo curiosidad por conocer a esa tal Regina. ¿Qué tal si le dices que venga? Andrés y yo le damos su regalito de bodas.Gabriel arrugó la frente, sin decir nada.Andrés intervino de repente.—Apenas te casaste, ¿no? ¿Y nos llamas para jugar cartas? ¿Se pelearon o qué?Andrés era más observador que Sebastián. Gabriel no era muy fan de la vida nocturna; por lo general, solo salía a relajarse las dos noches que no tenía que ir a la clínica, y casi siempre aparecía pasadas las ocho o nueve. Hoy, claramente, había salido más temprano y había sido él quien los había buscado, cuando normalmente eran ellos quienes lo invitaban. Andrés recordó la última vez que Gabriel los había llamado así; en cuanto Andrea apareció, él se fue casi de inmediato y de muy mal humor.Gabriel, ya fastidiado, dijo:—¡Ya cállense!Con eso, todos entendieron la situa

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    Por la tarde, Regina les respondió a todas las personas que se habían preocupado por ella, asegurándoles que estaba bien para que no se inquietaran.Andrea le recomendó que se quedara en casa a descansar por el resto del día.Tenía la cabeza en otra parte y no le quedaban ánimos para volver al trabajo. Tomó su celular y miró el chat de Gabriel. Escribió y borró el mensaje varias veces, sin atreverse a enviarlo. No quería molestarlo en el trabajo, así que al final dejó el celular a un lado. Ya hablarían por la noche, cuando regresara.Como tenía la tarde libre, a las tres fue al supermercado. Compró los ingredientes para la cena y, calculando la hora en que su esposo llegaría a casa, preparó una cena completa: una sopa de tortilla, cochinita pibil con sus frijoles refritos y tortillas recién hechas.Pero dieron las seis cuarenta y él todavía no llegaba. Normalmente, estaba en casa antes de las seis y media. La comida que había preparado con tanto esmero iba a enfriarse.Tras dudarlo un

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