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Capítulo 2

Author: Sirena del Silencio
Al notar la burla en mis palabras, Hugo se apresuró a explicarse.

—Amanda, ¿por qué no entiendes? Te lo he dicho mil veces, casarme con Daniela es solo algo temporal.

—La cooperación entre la familia Soto y la familia García no es algo que yo pueda decidir. Además, Daniela misma dijo que está dispuesta a aceptar tu existencia.

Justo en ese momento, Daniela dio un paso al frente, mirándome con arrogancia.

—Hugo dice la verdad.

—Señorita Amanda, tal vez no lo tenga tan claro. Mujeres como usted, créame, en este ambiente me las he topado a montones. Mientras no hagas un escándalo, yo no voy a meter a mis padres en esto y hasta estoy dispuesta a decir un par de palabras en su favor con la familia Soto. Después de todo, no es lo mismo apellidarse Sánchez que apellidarse Guzmán.

Ante semejante humillación, agarré el vaso de agua de la mesa y se lo aventé directo a los dos.

—¡Ah! —chilló Daniela, mientras Hugo se apresuraba a tomar unas servilletas para secarla.

—¡Amanda, estás loca! —me gritó.

—¡Los locos son ustedes! —repliqué con frialdad y sonriendo con ironía.

—Señorita Daniela, ¿usted es sorda o simplemente tonta? Hugo y yo llevamos siete años de relación seria, ¿y ahora resulta que debo agradecerles que me toleren? ¿Quién les dio permiso de montarme esta farsa delante de mí?

—¡Lárguense ahora mismo de mi casa!

Como herida por mis palabras, Daniela se lanzó furiosa hacia mí.

—¿De qué presumes, Amanda? Tu madre se arrastró en la familia Guzmán tantos años y ni siquiera consiguió un acta de matrimonio.

—Ahora que el señor Guzmán va a casarse con la señora Yolanda, al final tu madre sigue siendo la otra.

—Tal madre, tal hija. Yo diría que también naciste para ser la otra. Si no fuera porque Hugo intercedió por ti, ¡ni siquiera podrías pisar la puerta de la familia Soto!

¡Paf!

Antes de que terminara de hablar, le estampé una fuerte bofetada.

Hugo me empujó con violencia y terminé golpeándome contra la mesa.

Me llevé la mano a la frente adolorida, justo donde me había golpeado al caer, y sentí que todo se me nublaba.

—¡Amanda, no te pases! —me recriminó, abrazando con ternura a Daniela.

—¿Todavía no lo entiendes? Cuando el señor Guzmán se case con la señora Yolanda,

tú y tu madre quedarán como una amante y una hija ilegítima.

—Con ese origen tuyo, hasta como amante das vergüenza. Es Daniela la que tiene la generosidad de soportar nuestra relación.

—Si sigues sin saber tu lugar, no me culpes de ser despiadado.

—¿Despiadado? —reí con frialdad, me apoyé en el suelo y me levanté.

Sin dudarlo, tomé el vaso y lo estrellé contra la cabeza de Hugo.

El vidrio se hizo añicos, y la sangre corrió por su frente.

Daniela pegó un grito, amenazando con llamar a la policía, pero un solo vistazo mío bastó para hacerla callar.

—Hugo, trajiste a alguien a mi casa sin mi permiso. Esto es allanamiento, así que la que debería llamar a la policía soy yo. Y no necesito su supuesta generosidad. Esos siete años, mejor los doy por tirados a la basura.

Aturdido por el golpe, Hugo aún tuvo fuerzas para lanzar una amenaza.

—Amanda, ¿de verdad crees que estás a la altura de ser la señora de la familia Soto?

¡Ya verás, algún día vendrás a rogarme!

En el instante en que la puerta se cerró tras de ellos, me desplomé otra vez en el suelo,

y lágrimas silenciosas corrieron por mi rostro.

Hugo y yo nos conocíamos desde niños y habíamos estado juntos siete años.

En todo ese tiempo, él recordaba cada gusto mío, me acompañaba en cada aniversario, aparecía siempre cuando lo necesitaba.

Creí que había encontrado al hombre con quien envejecer, imaginé el día de nuestra boda tantas veces.

Pero él sabía perfectamente que lo que más detesto en este mundo es ser la otra,

y aun así, por un motivo tan absurdo, quiso obligarme a aceptar semejante humillación.

Todo lo que vivimos terminó siendo una burla cruel.

Ese hombre que tantas veces juró que no le importaba nada, que mientras yo estuviera, todo estaba bien, me pidió reflexionar si yo era digna de ser su esposa.

Me incorporé, recorrí con la mirada la casa.

Desde los álbumes hasta los adornos, cada rincón de este departamento lo elegimos juntos.

Hugo decía que quería que fuera nuestro hogar, me consultaba una y otra vez, compraba con entusiasmo todo lo que me gustaba.

—Amanda, aunque te enojes conmigo, con lo que me he esforzado, prométeme que siempre me darás otra oportunidad — me decía, abrazándome como si jugara.

Y yo, en cambio, se lo advertí con seriedad:

—Eso dependerá de lo que hagas. Si haces lo que más detesto, ¡jamás te perdonaré!

Él lo juraba con el alma, abrazándome con desesperación.

—Eso nunca pasará. Si algún día sucede, me tiraré del acantilado del mar donde sellamos nuestro amor para redimirme. ¡Y después tú me quemas y esparces mis cenizas!

Recordar todo eso me hacía aún más insoportable el dolor.

Tomé el celular y marqué un número.

—Sí, venda este departamento. Cuanto antes, mejor.
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