La Estrella Perdida

La lujosa boda de Vanessa y Mauricio estaba llena de invitados.

Abajo, sus padres se limpiaban las lágrimas, sollozando por lo bajo:

—Ay, Vanessa, nuestra niña, por fin se casó.

Mi alma flotaba en el aire, y no pude evitar pensar con un profundo dolor que antes a mí también me habían querido así.

—¡Qué bien se ven! —gritó alguien a todo pulmón, en ese momento—. Mauricio y Vanessa, ¡son el uno para el otro!

—Sí, nada que ver con la Jimena esa, que se hizo pasar por la señorita González tantos años y al final resultó una impostora que daba pena ajena. Hasta muerta trae mala suerte.

Vanessa pareció escuchar mi nombre también, por lo que se detuvo un momento y sonrió con desprecio.

Pensé, burlándome de mí misma, que sí, yo había sido quien le había quitado su vida de niña rica por más de veinte años, tenía razón en burlarse.

Pero, al segundo, Vanessa miró hacia la cámara que transmitía en vivo la ceremonia y dijo:

—Hablando de eso, todavía tengo que agradecerle a Jimena. Ella nos preparó un regalo de bodas.

«¿¡Un regalo!?», me pregunté, quedándome estática, flotando sobre ellos. ¿Yo les había mandado algo? ¿Cómo era que no lo recordaba?

Antes de que pudiera recordar, abajo se armó un alboroto:

—¡Ya está muerta y todavía anda con estas tonterías! ¡Qué manipuladora!

—¡Tan maldita era que, hasta muerta, sigue molestando!

—Era tan malvada, ¿no será una maldición o algo así?

La cara de mi madre se torció al instante, mientras se ponía de pie de un salto.

—¡Antes se moría por quitarle todo a Vanessa! ¿Cómo diablos iba a mandar regalos? ¡Sáquenlo de una vez, esas casas dan mala suerte! ¡No pueden arruinar la boda de Vanessa!

Mauricio también frunció el ceño, y, con un gesto de asco, dijo:

—Olvídenlo, mejor ni lo vean, de todas formas no es nada bueno, sigamos con la boda.

Pero Vanessa levantó la mano para acallar el bullicio.

—¿En serio? Me da curiosidad ver qué mandó.

Mis padres todavía querían protestar, pero Vanessa ya había abierto la caja de regalo.

Adentro había un diario grueso, que reconocí al instante: era mío.

Pero ¿acaso mis padres no habían quemado mis cosas hacía tiempo? ¿Cómo había aparecido allí?

Antes de que pudiera pensarlo bien, Vanessa agarró el diario y empezó a leer en voz alta:

«1 de febrero de 2024.

La verdadera hija de los González, Vanessa, regresó a casa.

Está morenita, demasiado delgada y toda tímida. Mis padres me dijeron que Vanessa sufrió mucho afuera, y que, de ahora en adelante, tendré que ceder en todo.»

Apenas terminó de hablar, en la pantalla grande apareció Vanessa con una camisa de cuadros y unos jeans deslavados.

Era la foto que había tomado ese día, escondida en un rincón.

En aquel entonces tenía el cabello amarillento, la mirada vacía, completamente diferente a la mujer radiante que era ahora.

Al ver esto, Mauricio se arrancó la corbata de un jalón:

—¡Apáguenlo! ¿Quién les dio permiso de poner eso? ¡El pasado es el pasado, Vanessa ya no es así!

—¡Exacto! —se apresuró a decir, alguien entre los presentes—. ¡Jimena era sumamente manipuladora! ¡Hasta guardó fotos tan feas!

—¿No será que desde el primer día que regresó Vanessa, ya la tenía en la mira?

—¡Parece que todo lo que le hizo a Vanessa después fue planeado desde el principio!

Al escuchar esto, mis padres se enfurecieron aún más:

—¡Ya sabíamos que era una malvada! ¡Debí haberla echado ese mismo día!