Leonardo tomó su mano y la llevó hacia el interior.Julieta lo siguió. Su palma, ancha y cálida, envolvía por completo su mano pequeña y delicada. Una mano grande sujetando una pequeña.Creía que sus días como sustituta habían terminado, pero al parecer, la farsa debía continuar.Apenas entraron en la sala, escucharon la voz impaciente de Isabel Beltrán, que miraba hacia todos lados.—Mi hijo fue a buscar a mi nuera, ¿y todavía no vuelve? Vigilen la entrada, si regresa solo, ¡cierren la puerta! ¡Que ni se le ocurra volver!—Mamá…Leonardo habló con resignación.Isabel vio de inmediato la figura delicada detrás de Leonardo y se abalanzó hacia ellos.—¡Hijo, por fin llegas! Te he esperado tanto tiempo. ¿Y esta debe ser mi querida nuera, Verónica, verdad?—Mamá.Julieta saludó con docilidad, siguiendo el guion.—¡Sí! ¡Perfecto, perfecto!Isabel aceptó el saludo de inmediato, encantada con su nuera.—Verito, la verdad es que admiro tu fama desde hace mucho.—¿Mi fama?Preguntó Julieta, des
«¿El collar de esmeralda?»Julieta recordó que no lo traía consigo, lo había dejado en la casa de los Méndez.—Abuela, está en casa de mis papás, voy por él ahora mismo.La abuela, muy débil, ya había cerrado los ojos.—Está bien, Julietita. No puedes perderlo, acuérdate de ir por él. Voy a dormir un rato.La anciana volvió a sumirse en el sueño.Julieta le acomodó bien la cobija y salió directa hacia la casa de los Méndez a recuperar su collar de esmeralda....En la casa de los Méndez.Verónica, que acababa de llegar huyendo, se sorprendió al ver a Julieta.—¿Julieta? ¿Qué haces aquí?Julieta la miró con sus ojos claros y distantes.—Vine por mi collar de esmeralda.«¿El collar de esmeralda?»Al escuchar esas palabras, la expresión de Verónica cambió por completo.Julieta subió las escaleras y fue a su antigua habitación a buscar el collar, pero ya no estaba. No había rastro de él. Lo había dejado justo ahí, a menos que… ¡alguien se lo hubiera llevado!—Verónica, ¿dónde está? Seguro
Al ver la elocuencia desafiante de la joven, un tic nervioso crispó la mandíbula de Leonardo. Su expresión se endureció.—¿Sabes qué, Julieta? Si sigues con esa actitud, ¡te voy a callar a la fuerza!Natalia, que estaba escuchando a escondidas, intervino de inmediato, con una chispa pícara en la mirada:—Tío, ¿y con qué piensas callar a Julietita? Porque suena medio sospechoso, ¿eh?Julieta no supo qué decir.—¡Ay, Nati, por favor! —intervino Julieta, tratando de calmarla—. No digas esas cosas, tu tío no lo decía de esa manera.Leonardo permaneció en silencio, con el semblante grave. Si esa muchachita volvía a provocarlo, estaba dispuesto a demostrarle exactamente a qué se refería.—Señor Beltrán, discúlpeme. Me equivoqué —dijo Julieta, bajando la mirada y adoptando un tono sumiso—. Prometo que no volverá a pasar.Leonardo resopló de fastidio y se marchó sin decir más.En cuanto se fue, Natalia corrió hacia Julieta, con aire zalamero.—¡Ay, Julietita, perdóname! Qué pena contigo hace r
Sintió un leve cosquilleo en la garganta, tragó saliva despacio y luego dijo:—En cuanto encuentres dónde vivir, te mudas.Dicho esto, subió las escaleras.«Por fin. Me puedo quedar.»Cuando su figura desapareció en el estudio, Julieta soltó un gran suspiro de alivio. Estaba claro que con él funcionaba mejor la suavidad que la confrontación.…Natalia jaló a Julieta hacia su habitación y la hizo sentarse en una silla.—¡A ver, Julietita, siéntate! Te voy a compartir mis tesoros.«¿Puedo decir que no?»Julieta recordó el último “tesoro” que Natalia le había compartido: una revista… bastante subida de tono.En ese momento, Natalia sacó un pequeño cuaderno con aire de misterio.—¡Tarán! Mira, Julietita, este es mi catálogo personal. Cien galanes para que escojas al que quieras.Julieta se quedó sin palabras.—Julietita, ¿qué tal este tipo? Súper lindo, todo el día pegado a ti, ¡qué romántico! ¿Y este señor? Guapo, con dinero, te trataría como a su hija.—No me gustan.—Entonces, ¿qué tal
El cuerpo esbelto y suave de la joven se estrelló contra él de improviso, y Leonardo se quedó paralizado por un instante. ¡Era la sirvienta que trabajaba en su casa!Instintivamente, la rodeó con un brazo por la cintura, atrayéndola hacia sí para protegerla.Julieta sintió como si hubiera chocado contra un muro. El impacto la dejó sin aire y adolorida. Levantó la vista, con los ojos anegados en lágrimas, y el rostro increíblemente atractivo de aquel individuo se impuso en su campo visual.¡Leonardo!«¿Qué hacía aquí?»—Tío, ¿qué haces aquí? —preguntó Natalia en ese momento.«¿Tío?»«¿Otra vez "tío"?»Julieta y Natalia eran compañeras de clase. Natalia tenía una marca de nacimiento en la mejilla derecha, lo que le había valido crueles apodos en el pasado y, de algún modo, eso las había unido.A pesar de las burlas, Natalia era optimista y tenía un carácter encantador. No tardaron en hacerse muy buenas amigas.Natalia nunca había contado en la universidad que pertenecía a la familia Belt
«¿Leonardo Beltrán quería que ella le creara un bálsamo aromático?»Julieta Méndez lo pensó un instante antes de responder…...Hacienda Esmeralda, en el despacho.La furia se apoderó de Leonardo en cuanto Julieta le colgó el teléfono.«¿Cómo se atrevía a colgarle?»Volvió a marcar, pero solo escuchó el mensaje grabado:[El número que marcó no está disponible.]Marcó dos veces más, con el mismo resultado.—Este… señor Beltrán —intervino Andrés con cautela—. Creo que ya no tiene caso que siga intentando, la llamada no va a entrar.—¿Por qué?—Porque… parece que la señorita Méndez lo bloqueó.«¿Bloquearlo a él?»Nunca nadie había bloqueado a Leonardo. Sus ojos oscuros se endurecieron, su mandíbula se tensó y su atractivo semblante adquirió una dureza implacable.«¡Esta mocosa insolente!»Un sudor frío recorrió la espalda de Soto, pero, fiel a su profesionalismo, intentó razonar:—Señor Beltrán, la señorita Méndez ya no es su empleada. Si usted le llama, pues… es comprensible que le cuelg
Unas cuantas palabras, concisas y autoritarias. Aunque provinieran de un número desconocido, Julieta supo al instante que era Leonardo.Le había enviado un mensaje exigiéndole que terminara con Diego.«¿Cómo consiguió mi número?»Julieta miró a Verónica.—Habla, Verónica. ¿Dónde demonios tienen escondida a mi abuela?—¿Crees que estoy tonta? ¿De verdad crees que te lo voy a decir? Si la dejamos ir, ya no vas a hacer lo que te pedimos.—Pues mira esto.Julieta sacó una fotografía: una imagen de Arturo encima de Verónica en la cama del hotel, tomada el día anterior.El color abandonó la cara de Verónica.—¿Cuándo tomaste esa foto? ¡Dámela ya!—Verónica, si no me dices dónde está mi abuela, le mando esta foto a Leonardo. Si él se entera de que lo engañaste, no solo vas a perder tu lugar como señora Beltrán, sino que la familia Méndez entera va a pagar las consecuencias, ¿entiendes?Verónica se puso pálida. No podía creer que Julieta la hubiera engañado ayer y ahora la tuviera acorralada d
El ambiente en la sala se tensó al instante. Diego y Verónica contenían la respiración, sin atreverse a hacer el menor ruido.Julieta se acercó a Leonardo.—¿Necesita algo, señor?—Tápate esa cicatriz. Quiero ver si tu cara es idéntica a la de Verónica.—Señor, yo...—Si no lo haces tú, lo haré yo.Leonardo la atrajo hacia sí y le cubrió la cicatriz con la mano. Justo entonces, quedó al descubierto su rostro, de una belleza serena y delicada.Eran idénticos.Leonardo la observó: la piel tersa y pálida, los ojos inocentes y brillantes... Ese rostro no solo era idéntico al de Verónica; ¡era el mismo que había acariciado la noche anterior, y la anterior a esa, mientras ella dormía entre sus brazos!La mirada de Leonardo se oscureció, volviéndose insondable y peligrosa.—¿Por qué tu cara es idéntica a la de Verónica?—Leonardo, es que Julieta se operó para parecerse a mí, pero la cirugía salió mal y por eso le quedó esa cicatriz —se apresuró a explicar Verónica.Leonardo miró a Julieta.—¿
La brusquedad con que Verónica se le echó encima provocó una clara molestia en Leonardo. Giró la cabeza hacia la puerta y la visión de la cara de Julieta, marcada por la larga cicatriz, lo sorprendió.Ella estaba allí, inmóvil, evidentemente sin esperar encontrarlos a él y a Verónica juntos en la cama. Se quedó paralizada por un instante.El humor de Leonardo empeoró. Sus labios se tensaron al pronunciar palabras cargadas de hielo.—¿Nadie te enseñó las reglas para trabajar aquí? ¿Crees que puedes entrar a nuestro cuarto cuando se te antoje? ¡Largo!Julieta dio media vuelta y salió corriendo.Verónica reprimió una risa maliciosa. «¡Qué bien que la regañó! Así aprenderá esa desgraciada a no andar de ofrecida con mi marido», pensó con satisfacción.Pero su sonrisa apenas comenzaba a dibujarse cuando sintió una fuerza violenta. Leonardo la apartó con un empujón decidido, haciéndola caer.—Pum—Verónica aterrizó con fuerza sobre la alfombra.Se quedó sin palabras. Hacía un momento se burla