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Capítulo 2

Dentro del ascensor, Pedro sostenía el jade en su pecho y se sentía muy incómodo. Aunque ya lo había sospechado, cuando llegó el momento de poner fin a su matrimonio, no pudo contener su malestar.

Había pensado que la felicidad era algo muy sencillo. Simplemente comía tres veces al día con su esposa, y los días eran tranquilos y felices. Sin embargo, ahora entendía que incluso lo ordinario podía ser motivo de culpa. Había pasado tres años durmiendo en la ternura y la felicidad y ahora era el momento de despertarse.

Mientras pensaba en esto, sonó su teléfono celular.

Pedro contestó y escuchó una voz familiar.

—Señor González, soy Bruno Rajoy, de la Asociación de Comercio de Rulia. Me han dicho que hoy es su aniversario de boda con la señora García. He preparado un regalo especialmente para usted. No sé cuándo tiene tiempo.

—Bruno, muchas gracias por el detalle, pero ya no es necesario desde hoy en adelante —contestó Pedro con tranquilidad.

—¿Cómo? —Bruno se quedó perplejo. Sentía que algo no estaba bien.

—Bruno, ¿hay algo más? —preguntó Pedro, cambiando de tema.

—Sí, en realidad hay algo sobre lo que quiero molestarle.

Bruno tosió ligeramente dos veces, muy embarazoso, y dijo:

—Un amigo mío padece una enfermedad rara desde hace un tiempo. Ha visitado a muchos médicos famosos, pero no han podido hacer nada. Esperaba que pudiera ayudarle.

—Bruno, ya sabes que tengo una regla —dijo Pedro seriamente.

—¡Por supuesto! Si no tuviera algo para demostrar mi sinceridad, no me atrevería a molestarlo. De hecho, en la casa de mi amigo hay una agrimonia. Si lo ayuda, le regalará esta hierba rara como recompensa —dijo Bruno.

—¿Es verdad? —preguntó Pedro con seriedad.

—¡Es absolutamente verdad!

—De acuerdo. Si es así, puedo visitarlo personalmente —Aceptó Pedro de inmediato.

No tenía interés en el dinero ni las joyas, solo le interesaban las hierbas medicinales raras. ¡Porque las necesitaba para salvar vidas!

—Muchas gracias, señor González. Enviaré a alguien a recogerlo enseguida. —Bruno rio. Sentía que se había liberado de un gran peso.

Como uno de los tres líderes de la ciudad Rulia y presidente de la Asociación de Comercio de Rulia (ACR), que dominaba a diez mil personas, ahora Bruno era cauteloso y meticuloso ante Pedro.

—Buena suerte. Ya encontré otra hierba. Solo faltan cinco más. Todavía tengo tiempo para hacerlo —se dijo Pedro a sí mismo.

El descontento de antes ya había disminuido un poco.

En ese momento, se abrió la puerta del ascensor. Pedro salió a grandes zancadas. Apenas cruzó la puerta de la empresa, vio dos figuras familiares que se acercaban a él. Una era la madre de Leticia, llamada Yolanda Soto. Y la otra era su hermano, Andrés García.

—Mamá, Andrés, ¿por qué están aquí? —saludó primero Pedro.

—¿Te has divorciado de Leticia? —preguntó Yolanda yendo derecha al grano.

—Sí —respondió Pedro con disgusto—. Esto no tiene nada que ver con Leticia. Es mi problema. No la culpen a ella —dijo Pedro, tratando de separarse de una manera amistosa.

Nunca pensó que después de escucharle, Yolanda reaccionaría como lo hizo.

—¡Por supuesto que es tu problema! Conozco el carácter de mi hija. Si no le hubieras hecho algo malo, ¿por qué se divorciaría de ti? —acusó Yolanda.

—¿Qué?

Pedro se quedó atónito y no supo cómo reaccionar. Esto era… ¿la malvada estaba acusando a la víctima antes de ser juzgada?

—Mamá, sabes claramente cómo he sido en los últimos tres años. Nunca le hice nada malo a Leticia —dijo Pedro.

—Hum, nadie conoce el alma de nadie. ¿Quién sabe lo que hiciste? De cualquier manera, es correcto que mi hija se haya divorciado de ti. Mira cómo eres, ¿cómo puedes ser digno de mi hija? —dijo Yolanda con desprecio.

—Mamá, ¿no crees que te has pasado un poco? —Pedro frunció el ceño ligeramente.

Hace tres años, si no les hubiera ayudado, ¿cómo hubiera llegado la familia García a donde estaba ahora?

—¿Me he pasado? ¿Entonces qué piensas hacer? ¿Acaso lo que dije no es verdad? —Yolanda se cruzó de brazos.

—Mamá, ¡basta! ¡Deja de perder el tiempo con él!

En ese momento, Andrés se acercó a Pedro.

—¡Ese Pedro! No quiero meterme en el divorcio entre mi hermana y tú, pero tienes que darme el dinero.

—¿Dinero? ¿De qué hablas? —preguntó Pedro, muy confundido.

—¡No finjas que no lo sabes! No creo que no sepas que mi hermana te ha dado ocho millones como compensación —dijo Andrés, de manera descortés.

—¡Exactamente! Ese es el dinero de mi hija. ¿Por qué lo has cogido? ¡Devuélvelo cuanto antes! —Yolanda extendió la mano para pedirlo.

—No he recibido ocho millones ni un centavo —negó Pedro.

—¡Mentira! ¿Quién no querría tener ocho millones? ¿Crees que somos tontos? —Andrés no le creía.

—Pedro, si sabes comportarte en esta situación, es mejor que entregues el dinero. Si no, no me culpes —advirtió Yolanda.

—Si no me creen, pueden llamar a Leticia —Pedro no quería explicarles más.

—¿Qué? ¿Nos estás amenazando? Te digo que hoy, aunque alguien quiera hablar por ti, vas a salir sin llevarte nada. ¡Ni un centavo! —Yolanda estaba furiosa.

—Mamá, si no quiere dárnoslo, ¡busquémoslo nosotros mismos!

Andrés perdió la paciencia y buscó directamente el dinero en los bolsillos de Pedro. Yolanda no quiso quedarse atrás e hizo lo mismo.

—Mamá, ¿es necesario hacer tanto? —Pedro frunció las cejas.

Nunca imaginó que después de firmar el convenio de divorcio, la familia García lo trataría de una manera tan agresiva, sin ningún respeto.

—Joder, ¿quién es tu madre? No me llames así. ¿Qué estatus tienes? ¿Cómo puedes ser digno de nosotros?

Yolanda estaba muy disgustada mientras buscaba. Después de un rato, los dos no encontraron nada.

—¡Qué mierda! ¿Acaso ese tipo no recibió el dinero? —Andrés estaba un poco insatisfecho.

En ese momento, vio el jade que colgaba del pecho de Pedro y se lo quitó directamente.

—¿No es el antiguo jade que llevaba mi hermana? ¿Por qué lo tienes tú? ¿Lo has robado? —Andrés tenía dudas.

—Ese jade es una reliquia de mi familia. ¡Devuélvemelo! — La cara de Pedro se puso seria.

Él no pudo pedirles ni un centavo, pero tenía que pedir la reliquia de su madre.

—¿Una reliquia de tu familia? Entonces, ¿vale mucho? —A Andrés se iluminaron los ojos.

—¡Pedro! Has estado viviendo en mi casa durante tres años sin pagar ni un centavo por tu comida. Vamos a tomar el jade como pago. ¡Vámonos!

Yolanda le hizo una señal y estaba lista para irse con su hijo.

—¡Deténganse!

Pedro agarró el brazo de Andrés y dijo en voz baja:

—¡Devuélveme el jade!

—¡Ay, duele! ¡Joder! ¡Suéltame! ¡Rápido!

Andrés sintió que su muñeca estaba a punto de romperse.

—¡Devuélvemelo! —dijo Pedro lentamente.

—¡Joder! ¡No te lo devolveré, aunque lo rompa!

Al ver que no podía librarse, Andrés se volvió loco y lo tiró al suelo con fuerza.

—¡Pum!

Solo se escuchó un ruido. Y el jade se rompió en pedazos. Al verlo, Pedro se puso pálido, como si le hubiera caído un rayo.

¡Era la reliquia de su madre! ¡Incluso era su única esperanza de vida!

—¿Te atreves a pelear conmigo? ¡Lo peor es que saldremos lastimados los dos! —dijo Andrés mientras trataba de liberar su muñeca.

—¡Duh duh duh…!

Los uños de Pedro se apretaron fuertemente y se oyó el ruido de los dedos. Los ojos fríos de él se habían vuelto rojos.

—¡Maldito!

Finalmente, Pedro no pudo aguantar más y dio un golpe violento a la cara de Andrés.

—¡Pum!

Después de recibir el golpe, Andrés cayó fuertemente sobre el suelo y dio dos vueltas.

Se quedó mareado por un rato sin poder levantarse.

—¡Un tipo sin educación! Si tu madre no te ha enseñado bien, ¡entonces te enseñaré yo!

Pedro agarró el pelo de Andrés y lo levantó directamente del suelo. Luego empezó a golpearlo. Las fuertes bofetadas cayeron violentamente en la cara de Andrés.

—¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!

Acompañado del ruido de las bofetadas, Andrés fue golpeado hasta que su cara estuvo cubierta de cardenales y de su boca salía sangre. Nadie se atrevía a verlo.

—Tú, ¿tú te atreves a pelear a mi hijo? ¡Lucharé con toda mi fuerza contra ti! —gritó Yolanda y se dispuso a ayudar a su hijo.

—¡Vete!

Pedro se dio la vuelta y le lanzó una mirada feroz.

Los ojos rojos, como de un diablo, asustaron a Yolanda, que no pudo moverse ni un paso.

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