Cuando vi a Francisco en la sección de ginecología y obstetricia, pensé que mis ojos me engañaban. Apenas la noche anterior, me había besado una y otra vez diciéndome que me amaba más que a nadie, y yo misma había empacado su equipaje, prenda por prenda, con mis propias manos. Sin embargo, ahí estaba ahora, vistiendo la ropa que yo misma había combinado para él, mientras ayudaba cuidadosamente a una joven embarazada a salir de la consulta.La joven sostenía unos resultados médicos y le dijo algo a lo que él escuchó con paciencia, inclinándose para oírla mejor. Entre ellos flotaban burbujas de dulzura que cualquiera interpretaría como las de una pareja enamorada. Sentí como si me hubieran arrojado un balde de agua fría; toda mi alegría se congeló al instante.Me quedé paralizada, con la mirada fija en Francisco, quien sonreía, pero su sonrisa se congeló en las comisuras de sus labios y el pánico se apoderó de su rostro. La chica a su lado, al verme, palideció y, asustada, agar
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