—Es una emergencia —dijo, con un tono urgente, girándose con impaciencia—. Lo que sea que quieras decir, lo hablamos cuando regrese.—Está frío y está lloviendo. No te vayas a resfriar —repuse, colocando un abrigo en sus brazos.Leobardo se quedó atónito por un instante, antes de plantarme un beso rápido en la frente, y, acariciando mi vientre con suavidad, murmuró con ternura:—Bebé, cuida de mamá mientras papá no está.Mirando su espalda al alejarse, suspiré profundamente, frotándome el abdomen en círculos.—Ya no volverá.Al despertar nuevamente, la luz del sol atravesaba las nubes, y, sin pensarlo más, pedí una cita para abortar.Pasando por el área de ginecología, oí a unas enfermeras murmurando con envidia:—El señor Ríos trata tan bien a su esposa. Para compensarla por haber perdido al bebé, le lleva sin parar suplementos y artículos de lujo a la habitación. Incluso le lava la cara y la alimenta con sus propias manos, como si temiera que se agotara.—Sí, yo misma acabo
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