Al abrir los ojos, me desconcertó no sentir el calor sofocante que me había consumido en mi vida pasada.Todavía tenía grabado en la piel el recuerdo del dolor: la sensación de la sangre escapando, el aire faltándome, las manos de Iván cerrándose sobre mi cuello.Volteé hacia él. Estaba ahí, tan tranquilo, y aun así un escalofrío me recorrió la espalda.Según las costumbres de los hombres bestia, deben casarse con aquellos a quienes salvan.Yo debía unirme al fénix Isandro, pero Marina, al ver que Iván —la serpiente de hielo— era demasiado feo para su gusto, me quitó al fénix que yo había cuidado con tanto esmero.Nadie imaginó que, tan solo un mes después, el calentamiento global desataría un apocalipsis de calor abrasador.Iván, como miembro del clan de serpientes de hielo, podía enfriar el aire a su alrededor, bajando la temperatura en varios metros a la redonda.Isandro, el fénix, en cambio, era todo lo contrario: su poder era aumentar el calor.Marina se llevó a mi fénix, pero cua
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