El Antonio sacó un talismán, lo encendió hasta reducirlo a cenizas y, mezclado con agua, me lo ofreció.—Bébelo, niña. Con esta agua de talismán dorado, ningún gusano ni hechizo podrá afectarte jamás.En cuanto lo tomé, el collar se aflojó de golpe y pude quitármelo con facilidad.El anciano colocó otro sello sobre el colgante y sonrió satisfecho.—Este gusano hijo… a mi gata le encanta devorarlos. Cuando muera, el gusano madre y quien lo lanzó sufrirán la contraofensiva. No te preocupes, haz lo que debes hacer.La gata negra maulló perezosa, como diciendo: “Déjamelo a mí.”Después de que todo quedó resuelto, mi abuela y mi madre sirvieron la comida. Los cinco —mis padres, mi abuela, el abuelo tercero, yo— junto con la gata, disfrutamos de una cena alegre. Luego, él se marchó con su animal.Al día siguiente regresé a la universidad.Nada más llegar, Javier vino a buscarme con una sonrisa:—¡Buenas noticias! En la competencia internacional… ganamos el primer lugar.Me alegré de cora
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