Renacida para vengarme del ex y su falsa

Después de dejar la universidad, mis padres no me presionaron.

Pero la amiga de la infancia de mi novio, esa que se hacía pasar por la chica perfecta y de alto coeficiente intelectual, me llamó por teléfono.

Yo estaba ocupada trabajando en el campo, sembrando verduras y jugando con el agua, sin tiempo para programar.

En mi vida pasada, ella presentó su proyecto de diseño de software un día antes que yo, era exactamente igual al mío. Todos me acusaron de ladrona, de farsante sin escrúpulos.

Intenté defenderme, pero nadie me creyó.

Más tarde, incluso abrió un canal de transmisiones en vivo para difamarme, diciendo que yo la acosaba en la escuela.

La gente en internet enloqueció, atacando cruelmente a toda mi familia.

Mis padres, tratando de huir de los fanáticos que los perseguían, murieron en un accidente de coche.

Yo no soporté el golpe, me lancé desde lo alto de un edificio… sin poder cerrar los ojos en paz.

Hasta el último instante de mi conciencia, no entendía nada.

¿Por qué, si era mi esfuerzo y mi trabajo, alguien más pudo publicarlo antes que yo?

Cuando volví a abrir los ojos, estaba de nuevo en el día anterior al plagio.

***

El ruido de la gente a mi alrededor era ensordecedor. Con dificultad abrí los ojos y me di cuenta de que no estaba muerta.

Había renacido.

Con manos temblorosas saqué mi móvil y miré la fecha: 28 de agosto, el día antes de entregar el proyecto más importante de mi vida.

Los demás miembros del equipo se acercaron con ojos llenos de admiración.

—Iris, eres increíble, eres la estudiante estrella del concurso. Este problema era dificilísimo y tú lo resolviste. Cuando termines de pulir el programa, ¿ya podremos enviarlo?

El profesor también me dio unas palmaditas en el hombro con satisfacción.

—Iris, has trabajado muchísimo este tiempo, gracias a ti y al diseño del programa principal, estoy seguro de que ganaremos el primer puesto. Tu plaza de posgrado está asegurada.

Una punzada de amargura me atravesó el pecho.

En mi vida pasada, cuando me acusaron de plagio, estos mismos compañeros y el profesor salieron a defenderme.

Pero sus voces fueron ahogadas por la tormenta de odio en internet. Incluso filtraron sus datos personales, y por mi culpa ellos también sufrieron.

Pensar en eso me hizo mirar otra vez el código inacabado en la pantalla. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y me asaltaron recuerdos horribles.

Si no me equivocaba, en la otra vida fue justo el día 28 cuando me quedé despierta toda la noche programando, emocionada al entregar el trabajo para que el equipo lo presentara.

Al día siguiente recibí la notificación de descalificación obligatoria.

El comité organizador publicó en su web un aviso acusándome de plagio. En un instante, todo internet se me echó encima.

—¿Cree que en un concurso se puede hacer trampa así? ¡Qué sinvergüenza!

—Las plagiadoras son basura sin madre ni vergüenza, ¡que se mueran!

—El trabajo duro de otros, robado por una ladrona… ¡Repugnante!

Incluso cuando caminaba por el campus, me miraban con desprecio y me insultaban en mi cara.

—¿Es ella la plagiadora? Qué vergüenza para la Universidad A, y todavía se atreve a aparecer.

—Cuando se pierde la vergüenza, ya no hay límites. Si tuviera dignidad, no habría plagiado.

—Dicen que quería asegurar su plaza de posgrado… pues así le fue, tramposa.

Cada mirada estaba llena de odio, como si desearan que muriera en ese instante.

Los recuerdos se cortaron de golpe.

Un frío repentino me hizo abrir el móvil y buscar el contacto de Susana en WhatsApp.

Ella era, en mi vida anterior, la supuesta “víctima” de mi plagio, y también la amiga de infancia de mi novio Diego.

Susana era blanca, delicada, con aire puro; hija de dos profesores universitarios. Tenía una cola interminable de pretendientes de ciencias, su nombre aparecía constantemente en los muros de confesiones del campus.

Diego le enviaba regalos y flores cada día. Cuando lo descubrí, me explicó que solo la quería como a una hermana, y me acusó de celosa.

Más tarde vi en el chat con su compañero de cuarto que Diego se quejaba de mí: que yo era corriente, aburrida, que no tenía el encanto de Susana, que estar conmigo le resultaba asqueroso.

Yo había intentado romper, pero cada vez Diego se arrastraba, suplicándome volver, como si fuera otra persona.

Ahora, sin embargo, ya lo veía todo claro.

Abrí el perfil de Susana. La primera publicación era una selfie suya rodeada de varios chicos de ingeniería frente al ordenador.

El texto decía: “Pasando la noche programando con el equipo. ¡Ojalá logremos un buen puesto esta vez!”

Con sospecha, amplié la foto para mirar de cerca… y vi varias partes de mi código original, idénticas, sin cambiar ni un solo carácter.

Me quedé paralizada. ¿De verdad teníamos telepatía?

Ella había publicado su estado un día antes que yo.

Eso significaba que su programa se había escrito antes que el mío.

Pero mi código y el diseño lógico eran completamente míos, nunca había copiado de nadie.

¿Por qué el de Susana era idéntico? Incluso había reproducido un paréntesis de más que yo había escrito sin querer.

Era demasiado extraño.

Apoyé la cabeza sobre la mesa, con la mente hecha un lío. “¿Qué está pasando? ¿Cómo puede ser esto?”

Pero tampoco podía abandonar la competencia.

Este concurso no solo era mi futuro, también el esfuerzo de todo mi equipo; retirarme los arruinaría y no podía permitirlo.

Cuando cayó la noche, tomé una decisión.

“Sea como sea, si tengo la oportunidad de vivirlo otra vez, voy a proteger a todos y a buscar justicia para mí misma.”

Levanté la cabeza, miré la pantalla llena de mi código, pulsé eliminar y cerré el ordenador.