Si quería que durmiera, lo haría. Ya tenía sueño de todos modos. Samantha se dio la vuelta, dándole la espalda, pero recordó el embarazo de Renata. Con un repentino interés, volvió a girarse hacia él.—Te puedo preguntar algo… ¿A ti te gustan los niños?—Ni se te ocurra decirme que estás embarazada —respondió su voz, que en la oscuridad sonó más dura.—Claro que no.—Más te vale que no. No, no me gustan.—¿No te gustan los niños en general, o no te gustaría tenerlos conmigo? —insistió ella.—Ninguna de las dos cosas.Samantha guardó silencio un momento y volvió a darle la espalda, murmurando para sí:—Como si yo quisiera tener un hijo contigo.“Este imbécil no merece tener hijos. Que se vaya y críe al de alguien más”.Gael supo que se había molestado, pero no tenía intención de consolarla. Desde que su tía había muerto, esa mujer le había perdido el respeto. Si seguía cediendo, se le subiría a la cabeza.Al poco rato, se quedó dormido, envuelto en el familiar aroma de hierbas que ella
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