Simona dirigió la mirada hacia Laurinda .Ella seguía con el mismo aire agudo y profesional, sin un gesto de más en el rostro, como si todo se tratara de un simple trámite. Esa imparcialidad le apretó el corazón a Simona por un instante.Pero enseguida sonrió.—Laurinda, sé que lo dices por mi bien. Pero ahora mismo no tengo seguridad. Esto, aunque sea solo papel con letras, es la seguridad que necesito. Ignacio, ¿tú qué opinas?Ignacio asintió.—Entiendo lo que quieres decir.Laurinda apretó los labios.—Está bien, señor Herrero.Siguió revisando el acuerdo, pero cada objeción que planteaba era refutada con calma por Joselito. En materia legal, por más competente que fuera Laurinda, no podía medirse con un abogado de la talla de Joselito.Ignacio, en realidad, no era tan generoso como aparentaba. Para otros bienes no puso reparos, pero en lo referente a las acciones de la empresa se mostró mezquino. Tras un buen rato de regateo, y con las lágrimas de Simona como presión silenciosa,
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