Al ver a Rolando de esa manera, Simona sintió un rubor de incomodidad.Tal vez era el calor que emanaba de su cuerpo, o quizá porque hacía tiempo que no se encontraba frente a un hombre con semejante carga de hormonas que casi la sacudían a la vista.Retrocedió un paso breve, intentando serenarse, y con voz suave saludó:—Señor Olivar, buenos días.Carrola también se apresuró a hablar:—Buenos días, Señor Rolando.La mirada de Rolando recorrió a Simona. Aquella mañana ella no llevaba una gota de maquillaje, y aun así resplandecía; la piel tersa, sin mancha alguna.Con una simple camiseta y unos jeans ajustados, debería verse común, pero en ella las curvas maduras resaltaban, y esa ingenua sencillez dejaba escapar, sin que lo notara, un magnetismo de fruta madura, como un durazno listo para ser tomado.La nuez en la garganta de Rolando se movió apenas. En la superficie, en cambio, mantenía la frialdad, y se limitó a inclinar la cabeza hacia madre e hija:—Buenos días. Siéntanse en casa.
Read more