Bruno sostenía con tranquilidad un puro que se consumía lentamente. El aroma, una mezcla de cedro y otras esencias exóticas, desprendía un toque sutil e indefinible que se impregnaba en el aire. Su voz tenía un matiz estudiado de cortesía.—Es un buen detalle de su parte. No veo por qué no.Sus manos, tan elegantes y alargadas como el resto de su figura, tenían los nudillos finos y las uñas cuidadas. Resultaban más cautivadoras que el propio puro. Samantha sintió un alivio inmediato. No sabía si él la había reconocido, pero su gesto la había sacado del apuro.—Si le gusta, señor Fuentes, tengo otras variedades en casa. No son tan exclusivas como esta, claro, pero tienen lo suyo.La actitud del sujeto de apellido Guzmán era distinta a la arrogancia que había mostrado con ella; frente a Bruno, su servilismo era casi patético. En reuniones de negocios, nunca fumaba, ni puros ni cigarros. Era una regla que, hasta esa noche, jamás había roto.Nicole le lanzó una mirada cortante a la mesera,
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