Santa Cruz, un pueblo en la frontera noroeste. Samantha Carrillo iba de regreso, capturada tras su nuevo intento de fuga.El sol calcinaba la arena y el polvo lo cubría todo. Se cubría la cabeza y la cara con un pañuelo para protegerse de las ráfagas de arena y grava que levantaba el viento.Un jeep viejo y destartalado se acercó lentamente desde la dirección opuesta y se detuvo frente a ella y los hombres del pueblo.Mientras la ventanilla bajaba con un chirrido, alcanzó a ver el perfil afilado del conductor. Su cabello, de un rojo intenso, estaba atado en una coleta baja, con algunos mechones sueltos cayéndole sobre la frente.Giró la cabeza, revelando una cara que, aunque marcada por el tiempo, conservaba su atractivo. Tenía un aire refinado, ajeno a la rudeza del desierto.El recién llegado ignoró a Samantha, que estaba atada, y sacó un fajo de billetes para preguntar por la gasolinera más cercana.Los hombres del pueblo no eran bilingües, por lo que no entendieron lo que decía, pe
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