Gianna me señaló directamente. —¿Ustedes oyeron eso, verdad? Sigue gritando. ¿Suena eso a que alguien se está muriendo? —su voz destilaba falsa preocupación, puro teatro, como si yo fuera un fenómeno para su diversión.Junto a ella, Carlo apretó la mandíbula. Esa mirada, la que siempre significaba que lo estaba avergonzando de nuevo. —Siena, basta. Es nuestra fiesta de aniversario. ¿No puedes, por una vez, no arruinar el ambiente?Esas palabras dolieron más que cualquier bofetada.—No estoy... fingiendo —jadeé—. Soy realmente alérgica....La habitación dio vueltas, las paredes se fundieron en negro. Sentía los pulmones como si los hubieran envuelto en plástico, pero aun así me giré hacia Carlo, porque, al parecer, no había aprendido lo suficiente sobre la esperanza.Gianna se deslizó entre nosotros, aferrándose a su brazo. —Olvídala, Carlo. Dejará de actuar en cuanto nadie la vea. Vamos, cortemos el pastel de manzana.La multitud se abrió como perros adiestrados, dejando pa
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