Semua Bab ¡La novia humillada que se convirtió en la jefa!: Bab 11 - Bab 20

Lía intercambió unas cuantas frases de cortesía más con el señor Herrera y, con tacto, le comentó que tenía que ir al aeropuerto, así que tenía que despedirse.—Fue un gusto trabajar con usted; ojalá en el futuro podamos volver a trabajar juntos —dijo Lía con una sonrisa, extendiendo la mano.El señor Herrera se apresuró a estrechársela, asintiendo varias veces.—Por supuesto, su capacidad profesional, licenciada Esquivel, es admirable. Espero la próxima oportunidad de colaborar.—Bueno, entonces ya no le quito más tiempo. Que tenga un buen viaje y seguimos en contacto —dijo él con entusiasmo.—Claro, quedamos en contacto —Lía asintió sonriendo, tomó el asa de su maleta y se dio la vuelta para caminar hacia la puerta principal del hotel.El sol se filtraba por los muros de vidrio del hotel y se deshacía en manchas de luz sobre el piso de mármol.En ese momento, Amalia, que acababa de comprobar que el mensaje se había enviado, no apartaba la mirada de la espalda de Lía a punto de desapa

La voz de Amalia sonó tan fuerte que varias personas voltearon a verla.Sin embargo, los pasos de Lía no se detuvieron ni un segundo; ni siquiera se dignó a mirar atrás.Agarró con soltura el asa de la maleta, caminó hacia la orilla de la calle y levantó la mano para detener un taxi.—Al aeropuerto, por favor. Gracias.En cuanto la puerta se cerró, los insultos cargados de veneno de Amalia quedaron totalmente del otro lado, aislados por la puerta del carro y el ruido de la calle.El taxi se incorporó con suavidad al río de autos y tomó rumbo hacia el aeropuerto.Lía se recostó en el asiento, mirando cómo el paisaje de la ciudad se deslizaba hacia atrás a toda velocidad al otro lado de la ventana.Esa ciudad había cargado con cinco años de su amor y de sus ilusiones.Había sido el lugar donde se había esforzado por echar raíces y construir un futuro y, ahora, no quedaba más que un montón de ruinas.Sacó el celular y miró la información del vuelo ya confirmado; la yema del dedo se desliz

El Hospital Central de Valdoria.Darío irrumpió en la sala de urgencias como un vendaval. Tenía el rostro tan blanco como una sábana, la mirada desquiciada; el saco de su traje carísimo estaba algo torcido por la carrera que se había echado, completamente distinto a ese hombre frío y distante de siempre.Agarró del brazo a la primera enfermera que pasaba por ahí y le habló con la voz rota:—Hace una semana, una paciente llamada Lía, operada de una apendicitis perforada. ¿Quién fue el cirujano que la operó?La enfermera se asustó y forcejeó para soltarse.—Señor, cálmese, por favor. La información de los pacientes no se la podemos dar…—¡Dímelo! —rugió Darío, con los ojos inyectados de sangre—. ¿Cómo estaba en ese momento? ¿Era grave?Su aspecto era tan intimidante que otra enfermera, de más edad, la jefa de enfermeras, se acercó de inmediato.—Señor, primero suélteme a mi compañera. Si sigue así, no vamos a poder ayudarlo.Darío respiró hondo, conteniendo a duras penas la emoción que a

Octubre en Rivamar.La llovizna fina parecía mezclada con tinta azulada; el cielo y la tierra se perdían en un tono gris verdoso , todo borroso.Lía miraba por la ventanilla del auto el paisaje lluvioso de Rivamar y, por un momento, pensó que en Valdoria jamás podría verse una escena tan hermosa.—¿De verdad tenemos que ir vestidos así? —Lucas Ramírez tiró de su corbata roja, con las cejas fruncidas como un acordeón frente al espejo retrovisor—. Siento que parezco vendedor de seguros.Lía apartó la vista de la ventana y se puso seria.—Hoy nuestro color de la suerte es el rojo. Es nuestro primer caso en el despacho. Tiene que salir con buena estrella, con el pie derecho.Lucas la miró por el retrovisor.Llevaba un labial rojo intenso, el saco negro entallado que le marcaba la cintura, y en el pecho brillaba un broche con forma de coral rojo.Guapa, sí que estaba.Pero… ¿serviría de algo?¿Ahora también iban a confiar en la buena suerte?Lucas hizo un puchero. Aunque sabía que se estaba

Como Lía no respondía, Lorenzo soltó una risita apenas audible y dio un golpecito con los nudillos sobre la mesa.—Bueno, dejemos la nostalgia. Licenciada Esquivel, ¿qué tipo de pruebas cree usted que podrían demostrar la mala fe?Se le secó la garganta de golpe. La famosa “mala fe” —o buena fe— era exactamente el espacio en el que los abogados podían maniobrar, torcer un poco la interpretación y encontrar resquicios.Era, en teoría, la única grieta que podía aprovechar.Pero Lorenzo había ido directo al punto vulnerable, sin dejarle ni un respiro.Aun así, rendirse a mitad del camino no estaba en su naturaleza.Sin otra opción, tuvo que seguir adelante, punto por punto, enumerando los argumentos que había preparado.Esos eran los únicos huecos que había encontrado tras tres noches de estudiar el expediente casi sin dormir.No esperaba darle la vuelta por completo al partido, pero al menos quería que la derrota no fuera aplastante.—Mm, suena bastante razonable —murmuró él.—¿Cómo?¿Se