Apretando la mandíbula, volvió a marcar el número.“El número que marcó se encuentra apagado o fuera del área de servicio…”—¡Ugh! —Amalia lanzó un chillido ahogado y casi estrelló el termo contra el piso.Apretó el puño con tanta fuerza que las uñas se le clavaron en la palma. El pecho se le agitaba, lleno de frustración.“Maldita Lía, ni muerta me dejas en paz”, pensó.No, no pensaba rendirse.Hoy lo iba a ver, aunque tuviera que esperarlo a la salida de la oficina.—¿Me trae un café, por favor? —se sentó en el sofá de la sala de espera, con aire de dueña—. De grano recién molido, sin leche ni azúcar.La recepcionista, por supuesto, la reconocía. Amalia se dejaba caer a menudo por la oficina de Darío, y el chisme de que ella era la razón de que Lía se hubiera ido corría como pólvora.La chica, aunque le tenía tirria, no se atrevió a mostrarlo.—Enseguida, señorita —respondió, y fue a preparar el café.El tiempo se hizo eterno.Amalia se bebió una taza tras otra, cada vez con la mirad
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