Cuando la voz de Darío se apagó, el despacho quedó en un silencio absoluto.Clavó la mirada en Lía, seguro de que, después de soltar semejante amenaza, ella bajaría la cabeza y admitiría que se había equivocado.En esos cinco años, pasara lo que pasara, ella siempre cedía sin condiciones.Estaba convencido de que no iba a renunciar de verdad.Cualquiera podía irse de su lado, menos Lía.Ella no.Ella jamás.Sin embargo, la escena que había imaginado —Lía asustada, disculpándose a toda prisa— no pasó. Ella solo se quedó ahí, quieta, y hasta se le dibujó una sonrisa casi imperceptible en los labios.—Ya lo pensé bien —Lía dejó la carta de renuncia sobre el escritorio, con la voz tranquila, sin que se le quebrara—. Licenciado Serrano, si no hay nada más, me retiro.Al decir eso, ni siquiera lo miró de nuevo; se dio la vuelta y caminó hacia la puerta de la oficina.Sus movimientos fueron firmes, seguros, sin un solo rastro de duda o apego.Darío se quedó helado.Había imaginado mil escenar
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