En la habitación privada del hospital, los médicos ya habían atendido las heridas de Adrián Morales.Me senté junto a la cama, observando su perfil tranquilo mientras dormía. Por fin pude soltar el aire que tenía atrapado en el pecho.En ese momento, alguien tocó suavemente la puerta.Abrí.Era Sebastián Fuentes.Estaba solo, cabizbajo, sin rastro alguno de la arrogancia que solía envolverlo.—Elena… —habló con voz áspera y quebrada—. ¿Podemos… hablar?Miré a Adrián, que seguía sumido en un sueño profundo, y salí cerrando la puerta con cuidado. Caminé con Sebastián hacia el pasillo.—Elena, me equivoqué —dijo, levantando la vista; sus ojos estaban rojos, llenos de venas marcadas—. Después de que te fuiste… entendí lo profundamente que me había equivocado.Su voz chorreaba remordimiento.—Me acordé de que, sin importar lo tarde que regresara de mis cenas de negocios, tú siempre estabas despierta esperando para prepararme té para la resaca.De que, cuando mi estómago estaba mal, aprendis
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