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Su Máxima Prioridad

Su Máxima Prioridad

By:  Esteban SelvasCompleted
Language: Spanish
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Mi amigo de la infancia me había prometido que, al graduarnos de la universidad, se casaría conmigo. Pero el día de nuestra boda llegó tarde y, cuando por fin lo encontramos, estaba en una cama de hotel, enredado con mi hermanastra, Viviana Torres. Ante todos los presentes, fue el heredero del hombre más rico del país, Sebastián Fuentes, quien dio un paso al frente y declaró, sin reservas, que yo había sido la mujer que amó en secreto durante muchos años. Llevábamos cinco años de matrimonio. Cada palabra que alguna vez dije, Sebastián la guardó en su corazón. Yo creía, de verdad, que era la persona que él más valoraba en el mundo. Hasta que un día, mientras hacía los quehaceres de la casa, encontré por accidente un documento confidencial oculto en el fondo de su escritorio. La primera página era el currículum de Viviana Torres. Sobre él, escrito de su puño y letra, se leía: “Atención prioritaria. Por encima de todo.” Luego venía un expediente médico que nunca había visto. La fecha correspondía exactamente a la noche en que sufrí aquel accidente automovilístico. Esa vez fui llevada al hospital perteneciente al Grupo Fuentes, pero la cirugía nunca llegaba. Cuando desperté, el bebé que llevaba en mi vientre ya no estaba conmigo, perdido por la hemorragia. Lloré hasta quedarme sin voz en los brazos de Sebastián, pero jamás le conté la verdad. No quería causarle más preocupación. Pero ahora lo sé: esa misma noche Viviana también resultó herida, y la orden que Sebastián envió al hospital fue: “Movilicen a todos los especialistas. Prioridad absoluta para Viviana Torres.” Las lágrimas se filtraron entre las páginas, borrando parte de la tinta. “Si no soy tu máxima prioridad, entonces desapareceré de tu mundo.”

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Chapter 1

Capítulo 1

Después de arreglar todo para mi partida, colgué la llamada y volví a colocar el documento confidencial en su sitio.

Desde afuera, una conocida mezcla de tabaco y aire frío se deslizó hacia el interior.

Levanté la mirada: era él.

Sebastián Fuentes entró empujando la puerta. Su traje aún tenía el rastro helado de la noche.

Me rodeó por la espalda, y su aliento cálido rozó mi cuello mientras su voz, baja y suave como siempre, caía sobre mi piel.

—¿Por qué no estás dormida?

—Nada, solo estaba pensando en la subasta de mis nuevas piezas de joyería.

Sonreí, esforzándome por sonar tan ligera como de costumbre.

Él apoyó la frente en mi hombro, y sus dedos descendieron por mi cabello.

—Mi amor, últimamente has desvelado demasiado por esa subasta. Te conseguí una asesora nutricional de primera, de nivel mundial. Llega mañana.

Llevábamos cinco años de casados, y Sebastián casi me había consentido hasta el extremo.

Si me daba frío, siempre llevaba calentadores adhesivos en los bolsillos.

Si me daba miedo la oscuridad, esperaba a que me durmiera para apagar la luz.

Todos me envidiaban.

Decían que el heredero del Grupo Fuentes era frío como el acero, incapaz de mostrar emociones… pero que por mí dejaba a un lado todo su orgullo.

Lo repetían tantas veces… que hasta yo lo llegué a creer.

Hasta esta noche, cuando por fin entendí que ese cariño solo servía para encubrir a la persona que él de verdad quería proteger.

—Ah, por cierto.

Sebastián dejó una hilera de besos suaves en mi nuca, mientras hablaba con aparente despreocupación.

—Tus padres me invitaron a una cena para celebrar que tu hermanastra, Viviana Torres, está embarazada.

Hizo una breve pausa y añadió, con una calma que me heló la sangre:

—Y aproveché para darle a ella la subasta de joyas. Está a su cargo ahora. No tienes que ir. Yo llevaré tu regalo y regresaré rápido para acompañarte.

Sentí cómo mi cuerpo se hundía en un pozo de hielo.

Esa subasta benéfica era mi proyecto más importante como diseñadora, el que había preparado durante tres años completos.

Cada pieza, cada etapa, cada invitado… todo lo había coordinado yo.

Por fuera, era un evento de caridad de gran visibilidad.

Pero en realidad, era una vía de conexión estratégica, una red que yo misma había tejido para fortalecer la influencia del Grupo Fuentes.

Había puesto mi alma en ello.

Y ahora… él simplemente se lo entregaba a otra persona.

Me obligué a hablar sin que la voz me temblara.

—¿Por qué? Es mi subasta, todo está listo. El directorio aprobó que yo la organizara…

Él me interrumpió con tono suave.

—Ya hablé con el directorio. El resto lo manejará Viviana. Ha tenido náuseas por el embarazo, anda de mal humor… darle la subasta la distraerá un poco. Así tú puedes descansar en casa y cuidar tu salud.

Bajé la cabeza para ocultar la fractura silenciosa en mi pecho.

Convirtió mi esfuerzo… en su entretenimiento.

Pero Sebastián ni siquiera notó mi dolor. Siguió hablando como si nada.

—Pasado mañana es tu cumpleaños. Ya tengo preparada tu sorpresa. Y como te he visto muy sola últimamente, te traje un nuevo compañero. Está abajo, en la sala —añadió con una satisfacción casi infantil—. Es un gatito muy dócil. Sé que te encantan los animales.

Un gato.

Sí, me gustaban los animales… excepto los gatos.

Y Sebastián lo sabía perfectamente.

Después de casarnos, en una reunión de negocios, la clienta llevó a su gato.

Apenas me rozó la mano y mi piel se llenó de ronchas rojas, el pecho se me apretó, me faltaba el aire.

Sebastián, el hombre siempre calculador y sereno, perdió el control por completo.

Me llamó con la voz temblorosa, me cargó sin pensar en los presentes y corrió hacia urgencias.

En la sala de espera insistía, desesperado:

—¿Va a estar bien? ¿Puede tratarse ya? Si falta sangre ¡úsenme a mí!

El médico tuvo que asegurarle varias veces que no corría peligro.

Cuando mis síntomas cedieron, Sebastián pasó toda la noche en vela, vigilándome sin atreverse a cerrar los ojos.

Y ahora… ¿me regalaba un gato?

Recordé el documento confidencial que había visto antes.

El animal favorito de Viviana Torres… eran los gatos.

Ese regalo no era para mí.

Era para ella.

Fingí una sonrisa.

—Gracias… pero no hace falta. No quiero descuidarlo. Para mi cumpleaños, ¿puedes liberar tu agenda? Organicé algo y me gustaría que estuvieras conmigo.

Él asintió, murmurando junto a mi oído:

—Claro. Lo que tú digas, mi amor.

Esa noche no pude dormir.

Sebastián me abrazaba fuerte, y yo, con cuidado, me separé un poco para ir a la terraza a tomar aire.

Fue entonces cuando algo cayó del bolsillo interno de su pijama.

Me agaché y recogí una pequeña botella de perfume.

Al destaparla, un aroma distintivo me golpeó.

Lo había olido antes… en Viviana.

Cientos de personas le habían preguntado qué perfume usaba.

Ella siempre sonreía con misterio, diciendo que era un “secreto dulce”.

Resultó ser un aroma creado exclusivamente para ella…

por Sebastián.

En ese instante, algo dentro de mí se apagó para siempre.

Dos días después, también yo le entregaría a Sebastián el regalo que él tanto parecía desear:

Desaparecer de su mundo para siempre.
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